En una habitación ajena: cómo narrar el viaje, el arraigo, los vínculos

El viajero —ese viajero que recorre largas distancias sin rumbo ni fecha de retorno— ha permitido a la literatura mostrar gráficamente estados anímicos y mentales. El viaje es físico, pero sirve de metáfora perfecta para narrar el escapismo social. Hablamos de un alejamiento a la vez físico y emocional, un movimiento constante que se transforma en búsqueda y autorreconocimiento del yo junto a los otros. En una habitación ajena (Damon Galgut, Libros del Asteroide) nos traslada todo esto de una manera sencilla, con un estilo narrativo en apariencia simple, casi austero, pero que carga con profundas reflexiones sobre las relaciones humanas, la soledad, el compromiso social, la autorrealización.

Con un tono casi distante, que al mismo tiempo transmite una sensación profunda de vulnerabilidad y fragilidad, Galgut narra tres viajes de Damon. Estos tres trayectos marcan la propia estructura de la obra, dividida en tres partes: El Seguidor, El Amante y El Guardián. En cada una de estas historias, el protagonista, que es una versión semi-autobiográfica de Galgut, el autor aprovecha para mostrar, a través de las relaciones que se van generando con otros viajeros, cuestiones como la soledad, el dolor y la dificultad de conectar realmente con otras personas.

Alienación

Cada capítulo trata un aspecto específico de las relaciones humanas y de la identidad personal. Damon establece conexiones profundas y a menudo conflictivas con las personas que encuentra, pero sus lazos suelen ser frágiles y llenos de ambigüedad, lo que subraya el tema de la alienación que permea toda la novela.

“Con tanto viaje y desarraigo ha quedado fuera de todo, de modo que la historia ocurre en otra parte, no tiene nada que ver con él. Él solo está de paso. Tal vez el horror se perciba con más facilidad desde casa. Eso es a la vez una redención y una desgracia, él no lleva cargas morales abstractas, pero para él esa ausencia la simboliza la sucesión de anodinas habitaciones de mala muerte en las que duerme, noche tras noche, siempre distintas pero, en cierto modo, siempre la misma”.

La alternancia de la narración en primera y tercera persona, que difumina la línea entre la autobiografía y la ficción, intensifica la sensación de despersonalización y sea línea con esa impresión de alienación e introspección que nos queda como poso después de la lectura.

El viaje

Damon reflexiona en sus viajes sobre el propio sentido de esta necesidad de movimiento, sobre el tránsito que implica el cruce de fronteras y abordar el cambio una y otra vez:

“Siempre ha tenido terror a cruzar fronteras, no le gusta abandonar lo conocido y seguro por el subsiguiente espacio en blanco donde puede ocurrir cualquier cosa. En momentos de transición todo adquiere un peso y un poder simbólicos. Pero también por eso viaja”.

 Sus viajes y, sobre todo, sus encuentros con otros viajeros, se convierten en una búsqueda permanente, en una pesquisa vital que lleva al crecimiento. Esos viajes, en diferentes momentos de vida de Damon, presentan a un protagonista en evolución con respecto a sus propios deseos, sentimientos y su manera de estar en conexión con las otras personas. Piensa sobre su ser individual y su ser colectivo.

“Un viaje es un gesto inscrito en el espacio, desaparece nada más realizarse. Vas de un lugar a otro, y de ahí de nuevo a otra parte, y detrás de ti no queda rastro de que alguna vez estuviste allí”.

El arraigo

Piensa también sobre el hogar, el volver a un sitio. Damon parte y en su recorrido se pregunta siempre a dónde volver. En su marcha no encuentra un lugar de retorno y por eso sigue. En un momento dice:

“Qué busca, él mismo no lo sabe. A estas alturas, sus pensamientos se me escapan, aun así, puedo explicarlo mejor a él que a mi propio yo de ahora, lo llevo enterrado bajo mi piel. Su vida carece de peso y de centro, por eso siente que puede salir volando en cualquier momento. Todavía no se ha construido un hogar”.

Es al final de este viaje (el segundo) cuando comienzan a crecerle raíces. Construye un hogar en espera del amante. Y reflexiona sobre el concepto de arraigo, hecho materia en una casa hecha propia y en, por fin, un sentimiento de conexión con el mundo:

“Sin embargo, en los días siguientes, cuando barre, limpia, desempaqueta las cajas y coloca sus pertenencias en su sitio, empieza a sentirse más a gusto con el sitio donde está. La casa no es suya, pero vive en ella, no necesita marcharse a menos que quiera. A medida que las formas de los cuartos y los ruidos del tejado se vuelven familiares, surge una especie de intimidad entre el lugar y él. […] Para entonces el pueblecito e incluso el paisaje que lo rodea también están conectados a él, no hay interrupción entre él y el mundo ya no está separado de lo que ve”.

A partir de ahí, continúa su vida y su viaje. Si el primero es el de las inseguridades, el despertar de deseo, la pasión, las emociones encontradas; el segundo es el de la amistad y el encuentro de un hogar; el tercer viaje es el de la consecución de la madurez, el de la responsabilidad del cuidado, el de los vínculos fuertemente creados por una vida ahora sí, conectada.

Damon Galgut (Pretoria, Sudáfrica, 1963) es novelista y dramaturgo. Publicó su primera novela, A Sinless Season, a los 19 años. Es autor de otras ocho novelas. Con la última de ellas, La promesa (2021; Libros del Asteroide, 2022), ganó el premio Llibreter y el premio Booker, galardón del que ya había sido finalista en dos ocasiones con El buen doctor (2003) y En una habitación ajena (2010; Libros del Asteroide, 2024). Su novela anterior, Arctic Summer (2014), fue seleccionada para los premios Walter Scott y Folio. Su obra ha sido traducida a más de veinticinco idiomas. Actualmente vive y trabaja en Ciudad del Cabo.

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