Carla Maliandi: “Todos los personajes parecieran estar un poco corridos del camino”

El ritmo, la cadencia que marca La habitación alemana nos acerca a la extrañeza, al deambular del pensamiento que la narradora de la historia encuentra en su paréntesis en Heidelberg. En su escape, topa con personajes que también están desplazados, descolocados. Hemos hablado con Carla Maliandi, autora de esta novela reeditada ahora en Barrett, sobre extrañeza, huida, distancia, voces, no realidad.

Es muy especial la atmósfera de extrañeza que cubre las páginas de La habitación alemana. Alcanza a transmitirnos una sensación de estar lejos de la realidad, ya no del hogar, pero sí de la realidad, de los problemas, de estar en otro lugar que parece que nos libera de nuestro día a día.

Sí, del cotidiano, de la responsabilidad también un poco, de la responsabilidad de tomar decisiones en el día a día. Es como la fantasía que uno a veces tiene, bueno, me tomo un tiempo que en la vida uno nunca termina haciendo. O te puede la culpa o la responsabilidad. En general conozco pocas personas que se animen a romper todo así, irse sin planes y vivir el puro presente. Esto es lo que aparentemente la narradora hace, y después, bueno, le van pasando cosas en ese presente. La novela tiene muchos años ya. Con la reedición de Barrett empiezan de nuevo entrevistas y es raro porque es como un viaje al pasado. Yo la escribí en el 2015 y acá se publicó a principios del 2017.

Pero sí, yo lo que recuerdo es que a medida que avanzaba con la novela me daba cuenta de que estaba hablando de eso, de un paréntesis en el tiempo de una persona. Uno de los temas principales, o de los aspectos principales que se puede pensar es ese paréntesis temporal con cierta añoranza de recuperar algo del pasado, pero que se escapa de las manos, al que es imposible de volver.

Es esa idea de voy a volver al lugar donde fui feliz, o donde me sentí segura. Y bueno, se vuelve melancolía porque nunca se puede volver al mismo lugar, de estar como se estuvo.

Esa vuelta en este caso no es una búsqueda de hogar, sino que se quiere estar en ese paréntesis. Es una extrañeza que se transmite muy bien al lector a través del alojamiento que elige la protagonista. Con esa residencia de estudiantes se transmite transitoriedad pero también el encontrarse en un marco que no corresponde. Ella está de paso en este lugar.

Sí, esto tenía que ver con eso de la no responsabilidad. Ella viene de abandonar un hogar, de romper con un hogar. Y tiene esta sensación de que estando en una residencia de estudiantes, en la que miente porque no está estudiando, porque ya tampoco tiene la edad de los otros residentes, no tiene esta responsabilidad de hacerse cargo de una casa. Entonces está ahí, bueno, como defendida de ella misma en algún punto.

¿Se puede decir que la habitación alemana es una historia de huida, de escape?

Sí, sí, yo creo que sí. Sí, yo creo que es una huida a una fantasía bastante común de las personas que vivimos en las grandes ciudades, es ese quiero parar todo, quiero dejar mi trabajo, mi pareja, mis problemas y dedicarme a pensar. Ella dice, bueno, yo lo único que quiero es caminar, dormir y caminar, cosa que no estoy pudiendo hacer en mi vida, dormir y caminar.

Caminar como una forma de pensar, también. Pero no pensar en la urgencia del cotidiano, del resolver, sino pensar casi filosóficamente, cómo recuperar ese tiempo interno y dormir, algo que ella añora. Es una huida hacia eso, hacia ella misma. Porque no está huyendo de nada. Nadie la amenaza, no huye de una situación violenta o de ese tipo de violencia, ¿no?

Y ahí hay un paralelo con sus padres, porque ella vuelve a esa ciudad en la que los padres se exiliaron durante la dictadura en Argentina, la última dictadura, que fue muy cruenta, como todo el mundo sabe, y los padres se exiliaron ahí, sí huyendo de una situación realmente violenta y apremiante, y ella no, ella un poco huye de ella misma, pero va al mismo lugar.

Entonces todo el tiempo va pensando esos paralelos entre la historia de los padres y su historia, entre la generación de sus padres y su generación, entre las formas de pensar el futuro que tenía esa generación o de pensar la familia y la forma de ella en que pudo construir su vida.

Y justo también Heidelberg, que es la ciudad a la que ella viaja en Alemania, coincide que es una ciudad muy visitada por los filósofos de la historia. Entonces, también hay algunos contagios de lo que producen esas callecitas en ella. Es volver a pensar la vida dentro de ese paréntesis que ha hecho en su día a día.

Ella se va haciendo todas esas preguntas que son las preguntas sobre la propia existencia y sobre por qué estoy aquí, pero sin embargo, no hay una búsqueda de respuestas, ni quiere encontrar esas respuestas, tal vez. Es, simplemente el estar buscando, una eterna búsqueda.

Sí, sí. No sabemos, ¿no? O sea, ella tiene la necesidad imperiosa de parar, de decir, paro y camino, pero camino como eso, como una forma de entender algo de lo que me está sucediendo. Y no, no sé si lo entiende, no llega a ninguna conclusión. O sí, aunque no una conclusión en términos de evolución, de que se vuelva mejor o encuentre soluciones. Pero sí que lo que hace es aguantar ese paréntesis.

Es un poco dejarse llevar por lo que le va sucediendo. Y si tiene algún tipo de objetivo, no sé si se lo propone o no, es no tomar decisiones, que es algo muy difícil, ¿no? La decisión que toma es anotarse en esa residencia, poder dormir todo lo posible. Y luego pareciera que son las cosas externas las que la hacen moverse para un lado o para el otro.

Y en ese sentido se arma algo de lo fortuito, de lo azaroso, de lo aparentemente azaroso. Que no sabemos si es azaroso o ella de alguna manera lo va provocando, ¿no? Y hay también una especie de tironeo entre el entender si las cosas suceden porque uno las provoca o uno hace algo con eso que le sucede.

Y en eso está, en ese tironeo.

Es curioso, ¿no? Porque es verdad que ella sale de su ciudad, no sé si huyendo, porque no conocemos su vida anterior y va construyendo en Heidelberg una nueva vida que no está exenta de conflictos. Quizás los conflictos que encuentra allí son incluso más tortuosos que los que tenía allá, pero se vive con una cierta, con un cierto alejamiento.

Sí. Imposible que no te pasen cosas, ¿no? Si uno se toma este plan, me voy a que no me pase nada, se da cuenta que no, eso no puede suceder. Estar vivo es que sucedan cosas, incluso, no sé, permanecer mirando las hojitas de los árboles ya propone un tipo de acción. Sí, tiene que ver con cómo se iba desarrollando el argumento porque en el momento de la escritura yo también me dejaba llevar por lo que pasaba, te diría, casi mágicamente.

Yo me sentaba a escribir con un solo plan, que era sintáctico, rítmico, era no dejar de escuchar la voz. Cuando la voz se me iba de tono, volvía, revisaba la frase. Pero no tenía un plan argumental. Yo no sabía que se le iba a cruzar una japonesa y un tucumano, todo eso fue como si yo, ¿viste? Cuando, no sé, tomás el Google Earth y vas caminando por las calles y decís, ah, mirá qué hay acá.

Bueno, yo no hacía eso, pero con la imaginación yo me sentía caminando por Heidelberg, y entonces las cosas que sucedían y los personajes con los que se cruzaban me sorprendían absolutamente. Yo decía, ¿y de dónde salió? Y después yo, claro, pensándolo decía, claro, tiene alguna característica de fulano que yo conozco, de tal, de cual. Era un rejunte de gente conocida mía. Y así se iba armando.

Parecían cobrar vida propia. Entonces, algo de lo fortuito, de lo que le sucede a ella en la historia, me sucedía a mí en la escritura. Había ahí algo fortuito que se contagiaba de la escritura a la historia y de la historia a la escritura. Era muy placentero eso, no estar sujetada a un tipo de plan argumental.

¿Te ibas topando también con recuerdos? ¿Hay un paralelismo entre tu propio pasado y el de la protagonista, que se encuentra de manera casual con esos recuerdos en personas, lugares que de inicio no estaba buscando?

Sí, claro. Heidelberg es una ciudad que yo conozco, en la que, como la narradora, viví de chica con mis padres, a la que volví alguna vez, pero de pasadita. Volví también después de escribir la novela. Yo la escribí en el 2015 y volví ya con la novela terminada en el 2016, en otro viaje que hice a Berlín y bajé a ver Heidelberg dos días.

Y cuando la escribía, sí, por supuesto, yo me movía sobre esos recuerdos que tenía de infancia, pero tampoco revisaba si eran correctos, si tal calle estaba donde yo me imaginaba. Me movía en esos recuerdos infantiles que tenía de la ciudad y entonces se va imbricando lo que es recuerdo y lo que es imaginación. Todo el tiempo la novela va empalmando cosas de mi biografía con cosas totalmente imaginadas.

La historia se cuenta en primera persona y la narradora no tiene nombre. Mientras avanzaba, me decía qué artificial que es nombrarla, ¿no? En su cabeza, no tiene esa necesidad de nombrarse, de autonombrarse, pero estas dos cosas, primera persona y narradora sin nombre, que se llama, no sé, Patricia o Marcela, que es otro nombre distinto al mío, hizo que fuese leída muy en clave biográfica.

Las primeras críticas y reseñas acá en Argentina iban muy a la lectura de la clave biográfica, incluso en las primeras entrevistas me decían y cuando te pasó esto, ¿qué hiciste?, ¿después volviste o no volviste? Era muy impresionante esa lectura, que es algo que sucede a veces con la crítica, esa forma de acomodar la obra a la vida de la persona. Después he escrito otra novela y había escrito otras cosas antes, pero uno siempre toma de los recuerdos material para la imaginación. Creo que La habitación alemana, por estos dos elementos, pareciera más ser un relato de mi vida, pero es una ficción.

Hablabas antes de la voz y del ritmo de la novela. Este es un elemento muy importante también, cómo nos va llevando por la lectura, creando una cadencia, acompasando esa lectura. Crea un ritmo único que incluso te marca el interior una vez abandonada la lectura. Pero, además, están las propias voces de los personajes. Cada uno tiene su propia forma de hablar, cada uno tiene su propio ritmo y su propia forma de comunicarse. ¿Cómo construiste los personajes, cómo elegiste sus voces?.

¿Cómo los construí? No sé decirte, pero tengo varias hipótesis. Hay una idea muy general que aparece en la construcción de los personajes, sobre todo del tucumano. Es la idea de cómo se establece algo de la noción de patria. A la narradora le dicen “hay un compatriota tuyo” y ella mira al tucumano, y piensa ¿qué patria?, ¿qué es la patria? ¿Por qué tengo más cosas en común con esta persona que con esta otra que viene de otro continente?

Me parece que el tucumano sí comparte cosas entrañables con ella, ella siente una especie de hermandad, pero a la vez lo siente también como un extranjero. Y eso está en el habla. Si bien habla en el mismo idioma, él usa otro léxico, tiene otra forma de la oralidad, de la pronunciación. Me interesaba escucharlo cuando hay un discurso directo, en los diálogos, o cuando el personaje habla, o cuando ella piensa, cuando lo escucha hablar, eso me interesaba como parte del ritmo sonoro del texto.

¿Y qué era difícil de trabajar? En principio ni me detenía en eso. Lo pensé después, cuando la novela tuvo traducciones, porque los otros personajes no hablan castellano. Sin embargo, en la novela están transcriptos en castellano, pero hay personajes que ahí deberían hablar en inglés, en alemán, por supuesto, en un castellano más olvidado, como Mario que hace 30 años que no vuelve al país.

Entonces, yo imaginaba esa mezcla de idiomas interactuando, escritos todos en castellano. Ahí hay un invento, ¿no? ¿Cómo crear la convención de que esta persona japonesa habla en inglés, pero escribirlo en castellano, y que sea diferente al castellano que ella habla? Es un juego, no sé, una convención.

Está ahí, claro, ese encuentro de diferentes culturas, de personas de distintos países dentro de la propia residencia. En el fondo de la historia también hay una historia de migraciones, de gente que va y viene, de gente que no está en su lugar, que está desplazada, y entre ellos se crean vínculos especiales, porque tienen en común ese alejamiento de su lugar de origen.

Sí, no sé. Están los demás estudiantes de la residencia, con los que ella casi no interactúa, interactúa con dos, con la japonesa y con el tucumano, pero ella en un momento los mira, mira a esos estudiantes y los compara con esos amigos de sus padres o compañeros de sus padres de la universidad, cuando pasaron ese tiempo exiliados, y nota esa diferencia. Y piensa cómo ha cambiado el mundo, las posibilidades de comunicación, de globalización, de gentrificación de las ciudades, que algunas ciudades parecen la misma ciudad. Uno camina por algunos barrios de Barcelona y dice, este barrio de Barcelona podría estar en Buenos Aires, podría estar en París, podría estar en Berlín, una cosa que todo se vuelve igualito.

Eso ha sucedido en las últimas décadas. Cuando ella fue chica, a fines de los 70, a principios de los 80, eso todavía era distinto y la comunicación con el lugar de origen era mucho más dificultosa, más, por lo menos en esa experiencia que ella tuvo. Irse a vivir otro país o exiliarse significaba realmente cortar con el país.

Ella mira a los estudiantes comunicándose por Skype y qué sé yo, con esa facilidad y también piensa en esa diferencia, ¿no?, con sus padres, con la generación de sus padres. Sin embargo, eso que vos decís del no estar en el lugar que te corresponde estar, ¿no? Eso a mí me interesaba mucho, ese corrimiento en los personajes, que no era necesariamente el lugar geográfico.

Ella hace esta locura que se toma un avión y se va, pero el tucumano también. Su destino, sus posibilidades supuestamente económicas, de clase social, no le deparaban la suerte de poder viajar, hacer un postgrado, esto que está haciendo él. Y él puede hacerlo, con mucho fuerzo, puede hacerlo y no solo es el único universitario de su familia, sino el único que está estudiando fuera del país.

Con la japonesa pasa lo que pasa y su madre, que es una señora grande y que viene a buscarla, vuelve a una vida supuesta de juventud y de excitación sexual y algarabía que no le corresponde por la situación de duelo, por la situación de edad, cosas que la sociedad impone sobre nuestros caminos, sobre nuestros destinos. Todos los personajes parecieran estar un poco corridos de ese camino. Eso me interesaba más allá del lugar.

Mario, que es este profesor, que era un joven cuando ella era chiquita, también es alguien que se fue quedando en una tierra ajena que se le volvió propia y su lugar, la Argentina, Buenos Aires o La Plata, es un lugar al que no quiere volver nunca más. Siente incluso rechazo, una emoción muy fuerte que le provoca no querer volver.

Desde ese corrimiento es que ellos se van vinculando.

Carla Maliandi es dramaturga, escritora, directora teatral y docente. Su primera novela, La habitación alemana, nació en talleres literarios impartidos por Julián López y Selva Almada. Fue publicada originalmente en su país por la editorial Mardulce en 2017 y después fue traducida al inglés, francés, alemán, portugués, y fue nominada para el Premio Liberaturpreis de la Feria del Libro de Frankfurt. Su segunda novela, La estirpe (Random House, 2021), fue una de las finalistas del Premio Fundación Medifé Filba. Como dramaturga ha escrito y dirigido siete obras y ha participado en múltiples festivales a nivel nacional e internacional. Actualmente es profesora de escritura en la Universidad Nacional de las Artes.

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