Los viajeros del continente (Galaxia Gutenberg) reflexiona sobre el sentido multidimensional del viaje. Nos traslada, junto a Hugh y Violet, a escenarios en los que conviven la vida y la muerte; a una memoria que va dejando de ser; a un retorno en soledad; a un destino elegido, asumido y digno. Y todo con el tempo de los viajes de antes frente al puro afán de acumular impresiones. Hemos conversado en Itinerancias con su autora, Eva Díaz Pérez.
Los viajeros del continente es un libro que contiene muchos viajes, uno es el que la pareja hace desde Inglaterra al continente y otro es el que nos habla del último viaje. ¿Por qué la necesidad de hablar sobre el desplazamiento pero también sobre ese adiós a la vida?
Me parece fundamental y ahora me doy cuenta de que también forma parte de mis obsesiones. En mis novelas aparece en muchas ocasiones como argumento clave el viaje, el tema de los exilios, las travesías históricas. Me parece que el viaje tiene un contenido simbólico más allá del puro traslado físico. En este libro hay muchos viajes y un poco lo que yo quería era trasladarlo a esa idea de fin de vida, de fin de ciclo como la importancia que puede tener el último viaje de tu vida siendo consciente que va a ser el último, que eso es también lo que pesa mucho sobre Hugh de Galard, el protagonista. Él sabe que se está despidiendo constantemente de todas las cosas y de Europa y de ese tipo de viajes a los que él se ha dedicado profesionalmente. Entonces, está ese viaje, la última travesía, que además se hace con una intención de hacerla como los viajes del pasado, con esa tranquilidad, con ese tempo con el que se viajaba en el pasado frente a también lo que es el turismo hoy, que es una cosa muy distinta al concepto de viaje de vida, viaje mental, de la memoria. También tenía esa intención, de reflexión contemporánea sobre hacia dónde vamos con esta locura.
El tema del último viaje vital, ¿está suficientemente representado en la literatura?
Yo creo que sí. La novela trata no solamente sobre ese último viaje de la vida sino también el de la muerte digna, el tema de decidir de qué forma sales de escena, esa decisión de poner fin al viaje de tu vida. Eso es verdad que aparece en muchas novelas e, incluso, ahora estamos viviendo una época en la que hay mucha literatura de ese tipo emocional, quizá más de autoficción, es decir, escritores que están escribiendo sobre sus dolores, sobre sus ausencias personales. Pero esta historia es una historia distanciada, es un personaje que en principio no tiene que ver conmigo. Es una novela que empecé a escribirla hace tiempo, que dejé reposar tranquilamente y cuando la retomé me dije estoy leyendo cosas que había intuido desde la ficción pero que al mismo tiempo me estaban ocurriendo.
La literatura nos remueve la memoria. Y en Los viajeros lo podemos ver en esos recuerdos y sueños de Hugh, en esos viajes a su pasado, al Londres de su infancia, a sus viajes.
Sí, exactamente, están todos los viajes que hizo en su vida, lo que han significado, cómo los escribió pero también constantemente está presente la memoria, como tú dices, la memoria destilada a través de los sueños. La novela bascula entre esa parte más onírica, que también tiene un sentido narrativo y que completa muchos recuerdos de ese mapa emocional de Hugh y luego los puros recuerdos de enfrentarte a paisajes en los que él ya había estado y lo que significaron en su vida. Es decir, tiene como distintos planos. Está la memoria de Hugh pero también la memoria del escenario, es decir, del continente que vamos atravesando junto a Hugh. Yo creo que vivimos en un continente donde todo ese peso de la memoria, del pasado está muy presente. Hay una palabra en alemán que es fantástica porque resume eso, esa fatiga de la historia que está presente en cualquier lugar de Europa. Tú sabes que vas por cualquier calle, cualquier plaza y está llena de memoria, memoria luminosa y memoria oscura. Incluso los paisajes, muchos han sido campos de batalla, es como si no pudiéramos librarnos de esos recuerdos. Entonces, está la memoria personal de Hugh dividida en la parte de sueños y la parte real y después esa memoria europea que también se va evocando.
En el texto tienen mucha importancia los espacios. Portan una gran carga simbólica esas estaciones de tren abandonadas, los viejos balnearios, los parques cerrados.
Sí, yo tenía mucha necesidad de contar esos espacios, que funcionan también como una especie de hilo narrativo simbólico porque son lugares un poco como vaciados. Aparecen lugares como iglesias antiguas, templos, catedrales, pero hay una parte de ruinas extrañas, ruinas modernas, ruinas que no lo son todavía pero sí están más abandonadas y son quizá más antiguas que las catedrales góticas. Por ejemplo, ese balneario en el que ellos entran, los cementerios clausurados, esas estaciones, esa sordidez que destila ese tipo de paisajes de esos lugares que han perdido su función y que por lo tanto están sin sentido, porque son lugares que han dejado de ser pero todavía no son ruinas. Entonces, esa sensación de extrañeza, muy poética también o con una intención poética, marca el territorio por el que ellos van pasando y cómo se proyecta la emoción de ese lugar en ellos, en Hugh y Violet, su esposa.
Crean casi un camino, un itinerario hacia la muerte.
Sí, cuando vas escribiendo la novela te vas dando cuenta de que aparecen una serie de mecanismos que luego van encajando y que tienen sentido con lo que quieres contar y fueron surgiendo esos lugares que son lugares ya muertos de alguna forma, sin vida, aunque hay pequeños rastros o huellas de vida que nos hablan de esa sensación emocional que tiene el propio Hugh, como si él fuera, lo dice en algún momento, una vanitas barroca, uno de esos bodegones en los que se representaba el paso del tiempo y el concepto de la muerte. Hay mucha conexión curiosamente con el mundo barroco, por ese paso del tiempo, las vanitas, los bodegones, el tema de los cuadros que aparece también mucho en la novela. Para preparar la novela, leí muchos ensayos sobre la relación con la muerte a lo largo de la historia y entonces me di cuenta de que, aunque nuestro concepto de la muerte es diferente al que se tenía en la Edad Media, lo que nos muestra Hugh es una especie de ars moriendi, de esos libros medievales que hablaban del arte del buen morir. Se enseñaba a asimilar la muerte como algo natural. Entonces, es una especie de ars moriendi contemporáneo.
Algo hermoso en Los viajeros es que es un viaje en compañía. Hugh viaja junto a Violet, su compañera de vida y con ella aparecen luces que saltan de los recuerdos o de las vivencias presentes.
Exacto. Sí, porque en realidad es una novela alegre, tiene sus partes oscuras, pero siempre está destilado a través del humor porque Hugh es alguien que a partir de su concepto de la cultura y de haber vivido una buena vida en el sentido de que ha sido feliz, todo se destila con alegría. Hay momentos en los que vemos la felicidad de esta pareja. Y además hay otra cosa que me interesaba: el viaje de vuelta de Violet. Es un viaje que no aparece pero que sí se va contando a través de la novela. Estamos viajando con Violet y el lector al final podría describir perfectamente cómo va a ser el viaje de Violet porque ella ha estado haciendo las fotografías que colgará en determinados lugares de la casa, se ha llevado esas semillas para el jardín. Ella también se está preparando para la ausencia de Hugh, para ese viaje de vuelta, cómo va ser su vida sin él. Entonces, es un viaje que no vemos, porque no aparece pero sí podemos intuir. Creo que la historia de ellos es una historia bonita, una historia de entrega muy importante. Creo que hay una parte heroica de Hugh, de una persona que toma esa decisión, pero también está la decisión de ella, de acompañarlo hasta el final a pesar de que sabe que va a ser muy dolorosa la vuelta.
Mencionas aquí otro espacio que también es fundamental en la historia y que tampoco aparece: la casa de la pareja.
Sí, tampoco aparece porque realmente no empieza en Londres, arranca ya en Portsmouth, ya casi saliendo de Inglaterra. Es una novela muy inglesa, he querido que fuera muy inglesa. Y esa casa es muy importante porque los dos son personajes con una vida personal muy intensa y la casa lo refleja. Es de esas casas muy personales donde hasta un cuadro colgado tiene un significado, un sentido no decorativo sino biográfico, donde además la biblioteca es un retrato biográfico de ellos y donde todo tiene sentido. Por ejemplo, el tema del olor, que es algo muy importante para Hugh como persona que evoca a partir de ahí los recuerdo: hasta las plantas del jardín están hechas según una especie de tratado de aromas, secreto entre ellos. Me interesaba mucho contar la casa, que la casa aparezca en los sueños y en esa vida que Violet va preparando, en cómo ella va ir colocando esos recuerdos que le consolarán en su soledad. Y luego está el detalle de que aparecen en el google maps, cuando ellos se ven allí, en algo tan contemporáneo y tan funcional y algorítmico, puede también tener un sentido muy emocional. Es verse en esa especie de eternidad virtual, se ven paseando y llegan a la casa.
Sí, funciona como un espejo en el cual se miran por última vez juntos.
Sí, exacto. Y te decía lo de la novela inglesa porque esta novela forma parte de un ciclo narrativo en proceso, aunque intercalado por otras novelas y ensayos. Yo tenía una intención de contar Europa a través de la memoria literaria. La primera novela fue El sonámbulo de Verdún, que es una novela que arranca en la I Guerra Mundial, se desarrolla en Centroeuropa, en el ambiente de la Europa de Claudio Magris. Y después está Adriático, que es la novela italiana. Esta es la novela inglesa, donde quería tratar la gran paradoja inglesa. Ellos han querido salir de Europa pero son totalmente europeos. La cultura europea tiene un pilar fundamental en Inglaterra y ellos también se han dado cuenta del error. Entonces me interesaba rescatar esa visión europea que tienen los ingleses tan curiosa.
Pero al final el paisaje que vemos es puramente francés.
Sí, porque casi todo el recorrido es Francia. Es curioso porque a lo largo de la historia son dos países que se han amado y odiado, sobre todo se han odiado. Sí, es verdad que termina en Suiza, pero el gran nudo del viaje se desarrolla en Francia, sobre todo en esos pueblecitos en vez de ciudades. Aparece París, pero por las circunstancias, no es un París que te esperas que puede salir. Quería retratar una Francia diferente, más secreta.
Y ese otro viaje que encontramos es el de la literatura de viajes, que fue el pasado profesional y la vida de Hugh.
Sí, es una reivindicación del mundo de la cultura y de los viajes culturales y esos libros de viajes que tanto trabajo cuesta encontrar. Cuando me voy de viaje quiero encontrar otro tipo de libro de viajes, tipo no sé, a mi hay un autor de literatura de viajes que me gusta mucho, que es Mauricio Wiesenthal, que es un poco Hugh. Son esos viajes culturalistas donde incluso el propio Hugh muchas veces dice estoy todo el día relacionando todo con la cultura, pero es que a mí me pasa también, cuando viajo me encanta saber qué ha pasado antes, el tema de la fatiga de la historia, conocer qué ha pasado, qué libros se han escrito sobre el lugar, cómo se ha poetizado. Me gusta ir con esa mochila de viaje, que la preparas antes. Ese Hugh que va proyectando un mundo cultural es el europeo que se está perdiendo. También hay un punto de reivindicación social, ciudadana, de lo que somos y ese viaje culturalista, frente a lo que comentábamos al principio, de ese turismo de usar y tirar, absurdo, frívolo y superficial. Hay una reivindicación de los viajes tradicionales, los viajes antiguos.
Eva Díaz Pérez (Sevilla, 1971) es escritora y periodista. Entre sus novelas están El sueño del gramático, El color de los ángeles, Adriático (Premio Málaga de Novela y Andalucía de la Crítica 2013), El sonámbulo de Verdún, El club de la memoria (Finalista del Premio Nadal 2008), Hijos del mediodía y Memoria de cenizas (Premio Miguel de Unamuno). Además, es autora de los ensayos Travesías históricas; La Andalucía del exilio; Sevilla, un retrato literario; El polvo del camino, el libro maldito del Rocío; Rutas del exilio español en Londres y Abate Marchena. Vida y obra de un revolucionario. Es Premio Andalucía de Periodismo, Unicaja de Artículos Periodísticos o Francisco Valdés de Periodismo Cultural.
Bajo nuestro punto de vista y según nuestra experiencia, la única forma de aproximarse a la historia y la cultura de un país es residiendo allí un cierto tiempo porque si solo vas de turismo no tienes tiempo de aprender, salvo que hayas leído libros de Historia, etc. ,previamente que rememoran la realidad de su pasado, tal como comentáis en la entrevista.