En Un pájaro bajo la cama. Historias médicas de Nueva York (Jekyll & Jill), Nuria Mendoza nos ofrece pedazos de vidas rotas por la enfermedad, por la migración. Una intérprete nos acompaña a observar esos espacios fragmentados, a través de la diversidad de los castellanos con los que va tropezándose. Hemos conversado con la autora sobre estas itinerancias del idioma y de la propia vida.
Lo primero que llama la atención en el libro es su propia estructura, con esas historias fragmentadas, esos pedazos de vida. Entramos en la vida de una persona solo un instante. ¿Es así la vida de un intérprete en un centro sanitario?
Sí, el libro un poco se mimetiza con ese encuentro, las historias quedan en el aire. Es verdad, entras y sales de la vida de mucha gente, muchos momentos banales, porque algunas cuestiones son revisiones o encuentros que no son memorables, pero otros sí lo son por, algunas veces por razones dramáticas, pero otras porque va a cambiar la vida de esa persona. Sí que quería que el libro reflejara también eso. El otro día hice un club de lectura y me decían que les costaba eso de entrar y salir de las historias. Eso es un clásico con los libros de relatos y sobre todo si son relatos muy breves. A mucha gente le cuesta. Me dijeron, realmente esto podría haber sido una novela. Y sí, es cierto que se podría haber transformado en una novela, en un personaje que entra, ve a alguien, sale, se va a su casa aquí en Nueva York, pero realmente nunca me lo planteé. A mí me apetecía mucho hacer que el lector se convierta en el intérprete, en esa primera persona de la que se habla en el libro, esa primera persona en la que el intérprete tiene que hablar, aunque sea una tercera y se esté refiriendo a él o a ella, que el lector también habite en esa primera persona.
Ese trabajo de intérprete en tu caso supone no solo una traducción de un idioma a otro sino de un idioma a muchos castellanos, con esa diversidad gramatical, lexical, de acentos, tonos, formas de decir.
Yo creo que el lenguaje, las lenguas, son las grandes protagonistas del libro y además yo quería poner énfasis en eso porque creo que cuando vivía en España no era tan consciente de las distintas variedades del español; no conocía personas de tantos países hispanohablantes y allí te expones a esos acentos, a esas diferentes expresiones, a esa nomenclatura que es diferente a la que tú usas y que algunas son muy sencillas o las conoces de las películas pero otras te pillan un poco fuera de juego. Especialmente me pasó con el uso del término en inglés pero españolizado, por ejemplo, un verbo en inglés pero conjugado en español o cuando utilizan expresiones como rufo, que viene de roof. La primera vez que lo oyes no sabes de dónde viene. También pasa mucho con la comida, cómo a distintas frutas por ejemplo se le nombra de distinta manera, en distintos países. Es muy divertido. Recuerdo a un niño al que habían operado de la boca, una cirugía maxilofacial, y el doctor le dijo que tenía que tomar cosas muy suaves tipo el sándwich de mantequilla de cacahuete, el doctor dijo peanut butter y yo dije mantequilla de cacahuete y el padre del niño me tradujo a mí al español que ellos hablaban, creo que eran de Perú, y dijo de maní. Me di cuenta de que ellos no decían cacahuete y de que el niño era muy pequeño y que probablemente no conocía la palabra cacahuete y el padre sí. Así que al final cuando el doctor hizo un resumen y volvió a repetir lo del sándwich yo ya dije maní. Incorporé esa palabra a mi glosario mental, pero de primera a mí no me sale esa palabra aunque ya la conociera. Es un ejercicio constante.
Y ¿qué pasa con los términos médicos, también haces una traducción del término técnico?
En este caso lo que nos recomiendan es a no cambiar el registro en el que está hablando el doctor. Y a mis alumnos les recuerdo también esto porque a veces es casi una ventaja el que ellos estén hablando español, porque al hacerlo en su inglés materno pueden caer en utilizar términos más técnicos, pero así van a usar un lenguaje más sencillo y esto les va a acercar a sus pacientes. Hay términos maravillosos que usamos los médicos para describir el dolor, pero luego vienen los pacientes te lo describen con una metáfora, por ejemplo el dolor es como un cuchillo que me atraviesa aquí en el pecho, lo siento como una presión. Al final se utilizan las palabras de todos los días, no se utilizan tantas jergas médicas.
Detrás de cada pedacito de historia, hay una vida, una historia ampliada , en este caso, muchas de estas vidas son de personas migrantes, que han iniciado recorridos en su vida muy importantes. Al compartir con ellos solo un momento. ¿Cómo se consigue conectar, comprenderlos verdaderamente?
Son encuentros muy intensos. Es difícil llegar a ellos pero también en muchas ocasiones es difícil soltarlos porque se quedan en tu cabeza. Todavía me acuerdo de muchas personas a las que acompañé en algún momento con una interpretación y me pregunto qué habrá pasado, lo habrán deportado, el tumor era maligno, ese niño, ¿nació? No lo sé. Solo una vez una abogada me escribió para decirme que le habían concedido el asilo a una mujer ecuatoriana a la que había interpretado y me hizo mucha ilusión que ella pensara en mí y me incluyera dentro de la celebración de todo el equipo. Quizá son esos casos, que hay varios en el libro, los de derechos humanos, de los que es más difícil separarse porque, obviamente en un hospital ocurren muchas cosas intensas, hay muchos momentos de vida o muerte, pero normalmente todo está más circunscrito a la enfermedad, a los síntomas. Cuando se abre un poco el espectro es en esas evaluaciones, que son más amplias, que duran varias horas, para los casos de asilo. Son inmigrantes que han llegado al país sin papeles, normalmente huyendo de casos de violencia, de amenazas, violencia doméstica, torturas, y que piden asilo. Los abogados, para llevar su caso necesitan una declaración en la que con mucho detalle ellos narren su vida y especialmente por qué necesitan quedarse en Estados Unidos. Básicamente siempre es porque su vida corre peligro. En tres o cuatro horas da mucho tiempo a hablar de sus penurias, de cómo llegaron al país, de cómo los recibieron; normalmente pasan por estos centros de detención, donde todos cuentan una historia muy similar, como una del libro, en la que hace mucho frío, en la que no les dan bien de comer, no saben qué va a pasar. Cuando sales de esos casos, que son muy largos y siempre hay algún momento en el que la voz se quiebra, la de la persona que está hablando y a veces también la de la intérprete porque es todo muy emocionante. Luego te vas a tu casa y llevas ahí la historia. Alguna de estas historias las empecé a escribir para sacarlas un poco de mi cabeza.
Además son historias diferentes, de migraciones muy diferentes y se ponen en juego las identidades de cada persona. Aunque a otro nivel, es algo por lo que pasaste al decidir instalarte en Nueva York.
Sí, claro, yo también vivo fuera de mi país. Hay una parte de la experiencia que podemos compartir y para mí tampoco ha sido fácil, porque he tenido que empezar de cero. Yo era pediatra en Sevilla y me fui a Nueva York a hacer un máster de escritura creativa y pensaba volver y volver a mi trabajo y volver a mi vida pero me fui quedando y luego conocí a Richard, mi marido, me casé y quedó claro que no podía volver. Aquí no podía trabajar como médico, a no ser que hiciera otra vez todo el proceso de MIR, residencia, etc. Era una vía dura y en ese momento justo quería lo contrario, llevar una vida un poco más creativa. He tenido que hacer muchas cosas, he tenido muchas situaciones inestables e incluso hoy en día no tengo un contrato que me cubra por ejemplo un seguro médico o algún tipo de beneficio. En cierto modo mi vida es más dura de lo que era en Sevilla, pero tampoco se puede comparar con la de alguien que entra a pie, cruzando el río Grande, y sin papeles. Es una experiencia totalmente diferente. En algunos momentos podemos sentirnos de una manera similar, echar de menos el país o a las personas que hemos dejado atrás, pero sin duda, sé que con toda la dureza de mi vida aquí, y ha habido momentos duros, soy una privilegiada. Yo fui porque quise, no fui huyendo de nada y de hecho tenía una vida bastante más cómoda, pero me la compliqué y, bien, al final esa vida se enriqueció. Por ejemplo, obviamente lees el periódico y sabes que llegan pateras a una costa cercana. Lo sabes, pero era una cosa más bien teórica. Ese contacto tan cercano que he tenido con inmigrantes me ha abierto los ojos, me ha hecho mucho más sensible al tema. Para mí ha sido muy importante y muy enriquecedor. Ahora casi ya no interpreto porque me estoy dedicando a la docencia pero lo único que conservo de la interpretación son estos casos de asilo, del programa de derechos humanos, porque me parece que es algo que merece la pena. Es duro pero también muy gratificante ayudar a alguien que lo ha pasado tan mal. Pienso, bueno, durante estas cuatro horas le he dado un empujoncito y espero que lo consiga.
Al final eres la voz que ellos escuchan, es la que entienden.
Sí, pero esto también te crea una gran responsabilidad. Lo que pasa es que te tienes que concentrar mucho. Eso no lo sabía, lo cansado que es el trabajo. Realmente necesitas estar muy enfocada, muy concentrada y eso cansa. Por eso se recomienda hacer pequeños descansos cada tanto porque cuando los temas son duros llegas a sentir hasta cansancio físico. Eres como el malabarista que está con muchas pelotitas en el aire. Hay muchas expresiones difíciles, a veces hay mucha emoción, quieres hacerlo bien y ser muy precisa para que nada se pueda malinterpretar porque sabes que eso luego va delante de un juez. Entonces, es realmente importante. Y bueno, también lo es cuando estás en el hospital porque si no dices los síntomas fundamentales ese diagnóstico no se va a hacer bien. Es importante no olvidarte de nada y la memoria a veces falla, así que hay diferentes recursos, vas aprendiendo sobre la marcha cómo manejar eso, pero la verdad es que es una labor fascinante. Me parece apasionante y muy literaria y cinematográfica: todo el tiempo ha historias y personas que reaccionan en ocasiones de manera sorprendente, otras de forma conmovedora, otras de forma fría y distante y tienes que imaginar y tratar de entender a esa persona y seguir haciendo tu trabajo.
En este dominio de dos lenguas, ¿has pensado hacer una migración literaria al inglés, como algunos escritores que comenzaron a escribir en la lengua del país de destino?
Yo eso lo admiro muchísimo. No sé si en algún momento lo haré pero ahora mismo siento que me quedaría corta, me sentiría como una niña. Todavía no me siento en ese punto. Hace poco fui a una charla que dio Hernán Díaz en la Universidad de Columbia. Él nació en Argentina y la charla fue en inglés, habla un inglés impecable, pero él nació en Argentina y luego contó que fue a Europa, volvió a su país de origen y luego ya vino a Estados Unidos. El inglés para él no es su primera lengua y sin embargo, escribe en inglés, habla en inglés y decía que el inglés le parecía una mejor herramienta para escribir. Pero yo no me siento así para nada. Lo hablo bien, lo leo bien, pero para escribir me resulta mucho más cercano el español. Yo pienso todavía en español esos sentimientos, esas ideas, más intuitivas, me salen más en español.
El idioma de las emociones es el que te hace escribir.
Tengo alumnos muy variados en mis clases de español médico. Cuando empecé con las clases tenía sobre todo estudiantes estadounidenses, que habían aprendido español, a veces simplemente en la escuela, pero con un éxito que yo no veo tanto en España. Algunos hablan muy bien solo por haber viajado, o solo con las clases. Otros habían vivido en algún país de Latinoamérica o habían hecho algún intercambio en España. Diferentes niveles, diferentes historias, pero unos grupos bastante buenos. Pero de un tiempo a esta parte me estoy encontrando cada vez más con estudiantes latinos. Esto me ponía un poco nerviosa al principio porque yo decía “qué queréis que os enseñe” y los puertorriqueños me dijeron algo muy bonito en lo que yo nunca había pensado: “nuestra educación está siendo en inglés, vamos a ser médicos en inglés, pero nosotros queremos volver a nuestro país, te necesitamos para ser médicos en español, para poder hablar con nuestros pacientes, con nuestros colegas, para no estar todo el tiempo pensando cómo se dice esto o traduciendo en nuestra cabeza, sino que sea algo más sencillo”. Este verano trabajé con dos alumnas en un proyecto que llamaron Poesía como sanación. Estaban en un momento muy vulnerable, querían leer, escribir poesía, y no dedicarse tanto a la medicina, me lo propusieron y lo hicimos a través del Departamento de Humanidades. Una de las estudiantes, una chica argentina, que lleva toda su vida en Estados Unidos, ha crecido allí, va a la Facultad de Medicina en inglés, el inglés es su lengua fuerte, pero lo primero que aprendió fue el español. Ella estaba en un momento muy delicado porque su padre acababa de fallecer y quería escribir un poema sobre eso y escribió varios y yo le propuse que escribiera en español. Ella se resistió porque pensó un poco como yo digo, no voy a tener las herramientas, no voy a saber expresarme, pero yo pensaba, si tú aprendiste español como primera lengua y eso es lo que te hablaba tu padre, esa vulnerabilidad te va a salir en español de una forma más fácil. Esa era mi teoría, no sabía lo que iba a pasar. Y el último poema que escribió en esas seis semanas que trabajamos juntas fue en español y es un poema no solo muy bello sino que a ella le resultó sorprendentemente fácil. No esperaba sentirse tan cómoda, pero claro, era algo dedicado a su padre, su padre era quien le hablaba de pequeña en español y al final hubo algo ahí que conectó perfectamente.
Nuria Mendoza estudió Medicina en Sevilla, donde trabajó como pediatra, pero en 2011 decidió ir a Nueva York a estudiar un Máster de Escritura Creativa y ya no volvió. En la actualidad enseña Español Médico y Humanidades en la Facultad de Medicina de NYU. Sus cuentos han aparecido en la antología de microrrelatos Mar de pirañas y en diversas revistas literarias como Litoral, Sibila o Calle del Aire. Además de la escritura, le apasiona la fotografía y ha participado en exposiciones en Finlandia, México, Irán, Hong Kong y Nueva York. De hecho, ella es la autora de la portada de Un pájaro bajo la cama.
Pensamos que para escribir literatura, tal y como dice la escritora, siempre será más fácil hacerlo en el idioma del país donde te has criado.
Sin embargo, hay muchos ejemplos de escritores que prefirieron escribir en una lengua que no era la materna. Entre muchos podemos citar a Kallifatides (griego que escribe en sueco); Ryoko Sekiguchi (japonesa que escribe en francés); Kim Thuy (vietnamita que escribe en francés); Nabokov (ruso que escribió en inglés) o Joseph Conrad (polaco que adoptó el inglés como lengua literaria). Si bien, parece que en un momento, las emociones hay que expresarlas en el idioma de nacimiento: Kallifatides volvió al griego para contar su vida.