De cómo un jinete azul puede ser también una estrella

La creación artística es transformación, de la materia que toca, por supuesto, pero también del entorno en el que se produce y de la persona que concibe y da a luz la obra. Hay transformación, hay proceso de cambio, hay viaje, de exploración, de descubrimiento. Porque la creación implica búsqueda, encuentro, reencuentro. Y por eso, al artista pronto le queda pequeño el mundo donde vive, el interior y el exterior. El viaje de transformación llega, debe llegar, en algún momento, como epifanía, como sanación, como punto de inflexión.

Esa necesidad de viaje fue más allá de la metáfora para los artistas del XIX. A finales del siglo anterior ya se había creado todo el concepto romántico y aventurero en torno al viaje. Como os contamos anteriormente en este artículo, los intelectuales (de clases pudientes) enviaban a sus hijos a descubrir mundo, en lo que se conoció como el Grand Tour.

Pero este interés fue más allá en el XIX, cuando lo exótico pasó a ser considerado no sólo un estímulo para la imaginación artística, sino también una nueva forma de enfrentarse a la vida. El viaje al exotismo cautivó a muchos impresionistas, que andaban como locos buscando el color y la luz más allá de las gastadas ciudades europeas. Gauguin representa esta huida a mundos considerados también como “más auténticos”. Su experiencia, además de transformarlo personalmente, supuso una  renovación del lenguaje creativo.

Buscó y encontró nuevas maneras de crear, construyó algo nuevo a partir de su experiencia y de lo que en Tahití estaba conociendo. Fue un auténtico viaje iniciático tanto para el artista como para el arte occidental europeo. Sin embargo, este viaje había comenzado un poco más cerca, en la Bretaña francesa, cuyo arte popular despertó la curiosidad de un artista que andaba en proceso de autodescubrimiento.

Algo parecido le pasó a Kandinsky, cuando en el verano de 1889 pasó más de un mes en una expedición en la provincia de Vólogda, “en calidad de etnógrafo y jurista”, estudiando las creencias populares y el derecho penal de los pueblos rurales rusos, los “komi-zirianos”. Allí, Kandinsky vivió una especie de revelación: “En estas casas maravillosas experimenté impresiones extrañas que nunca más se renovaron. Me enseñaron a conmoverme, a vivir en pintura”. Fuera o no decisivo este cambio, sí que parece que este viaje supuso la conformación del código simbólico que marcaría su forma de hacer arte.

Silvia Burini explica la importancia del viaje en el arte del pintor ruso, donde surgen figuras como la del caballero errante y la del peregrino. “La experiencia concreta de su expedición a Vólogda se convierte en metáfora para visualizar el viaje hacia la abstracción y es, al mismo tiempo, el viaje interior de un hombre profunda y dolorosamente espiritual”, señala Burini.

La transformación de Mauricio Aznar

Todo esto nos lleva a pensar en el proceso de creación y transformación interior que acontece en todos los artistas en algún momento de su vida, sean o no conocidos o reconocidos. Ese es el viaje que emprendió Mauricio Aznar en un momento de su vida, en el que sintió que las piezas no encajaban y cruzó el Océano Atlántico para descubrir que allí sí podía montar el puzle.

La historia de Mauricio se está contando ahora, casi 25 años después de su muerte, en diferentes formatos. Citaremos dos: el cinematográfico, con la película de Javier Macipe La estrella azul; y varios libros, entre ellos, el editado por Pregunta Ediciones Mauricio Aznar y Almagato. La historia, narrado por el cofundador del grupo Jaime González.

Mauricio Aznar, integrante del grupo Más Birras, escapa de su vida y buscar los lugares de creación del que él decide que es su referente musical: Atahualpa Yupanki. En este viaje, que llega a la provincia argentina de Santiago del Estero, descubrirá a la familia Carabajal y lo que era un proceso de transformación personal se convierte en un intercambio de emociones culturales.

Allí conoce otra manera de sentir la música, de vivir con ella. Después, quiso que esa emoción viajara con él en su regreso a España. Es a su vuelta cuando emprende varios proyectos para que la chacarera santiagueña arraigara en tierras zaragozanas. Lo consigue con Jaime González, con quien hará nacer el grupo Almagato.

Aznar no solo pintó el paisaje que vio, sino que abrió puentes entre dos culturas, entre dos provincias (Santiago y Zaragoza), sembrando en el destino, junto al grupo Almagato, una semilla de folklore argentino. Como dice Macipe, director de La estrella azul, en el prólogo del libro de Jaime González: “si se lee este libro entresacando lo universal de lo particular, se ve que en realidad habla de cómo los actos generosos y apasionados son siempre semillas que terminan dando lugar a árboles gigantescos, llenos de frutos”.

En el fondo, la de Mauricio es una transformación similar a la de otros artistas. De Vassily a Mauricio hay poca distancia. El artista ruso afirmó algo que bien podría haber salido de la poesía musical de Aznar: “Probablemente, a través de estas diferentes impresiones, se materializaron las nuevas búsquedas, los nuevos objetivos de mi arte”.

Referencias: Silvia Burini. Kandinsky y el arte popular ruso. Su viaje iniciático por Vólogda (en Kandinsky. Pequeños mundos, Instituto Nacional de Bellas Artes / Museo del Palacio de Bellas Artes, México, 2018).

2 comentarios en «De cómo un jinete azul puede ser también una estrella»

  1. Estamos totalmente de acuerdo el la creación artística es un viaje interior, por qué expresas algo que llevas dentro. A ver si vemos la película de Macipe.

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