Lecturas itinerantes o los servicios de bibliobuses

En medio de la miseria y la barbarie el arte emerge como un elemento que nos humaniza, que nos separa de lo salvaje, que nos salva y nos hace vernos de nuevo como personas. El arte es lo puramente humano. En Gurs, campo de concentración creado en el sur de Francia para recluir a los españoles que huyeron durante la Guerra Civil, se hizo todo lo posible por mantener rincones dedicados a la lectura, a las artes plásticas, a la música; el genial violinista Ara Malikian siempre recuerda que tocar el violín era lo que normalizaba su situación en medio de una guerra que conoció desde su nacimiento.

Llevar cultura a un mundo rural muy desfavorecido y olvidado de los circuitos artísticos y literarios como fue la España de pre y post Guerra Civil fue el propósito de varias iniciativas de carácter itinerante. Entre ellas encontramos los teatros viajeros (el ejemplo más conocido, claro, es La Barraca de Lorca); los cines en la calle (con doblaje en directo) que iban de pueblo en pueblo; hasta fantásticas bibliotecas móviles.

Aún ahora, cuando podemos leerlo todo en Internet, los bibliobuses continúan recorriendo la geografía, uniendo libros con lectores.

Bibliobuses en territorio español

En España, esta idea de acercar la lectura en un medio móvil tuvo varios intentos hasta que logró arraigarse. La primera iniciativa la encontramos en la II República. En ese momento se pusieron en ruta varios bibliobuses, coincidiendo con una amplia campaña de difusión de la cultura, promovida por el Patronato de Misiones Pedagógicas.

Otro pasito más llegó un poco después, durante la Guerra Civil, momento en el que se creó un bibliobús destinado a llevar lecturas a los soldados que combatían en Cataluña. Desgraciadamente, esta acción se canceló cuando terminó la guerra y no se recuperó algo similar hasta 1953, cuando nació el servicio de Bibliotecas Públicas Móviles, que recorría varios municipios del entorno rural madrileño.

Durante la Guerra Civil se creó un bibliobús destinado a llevar lecturas a los soldados que combatían en Cataluña. 

El fin era cubrir grandes zonas o áreas geográficas que no disponían de bibliotecas públicas y cuyos habitantes no tenían un acceso fácil a la educación y a la cultura. La iniciativa, además de ambiciosa en cuanto a su extensión, no implicaba grandes inversiones, así que salió adelante. Los primeros bibliobuses fueron diseñados a partir de prototipos que circulaban en otros países. Contaban con un remolque para albergar la colección, un sistema de doble puerta, estanterías metálicas y espacios para albergar maletas viajeras y equipos audiovisuales.

A pesar de las reticencias de ciertas facciones políticas, la flota de autobuses fue creciendo y logró sobrevivir hasta la entrada de la democracia. La Constitución de 1978 y la nueva ley de igualdad de los españoles ante el acceso a la cultura obligó los poderes públicos a sostener y apoyar el desarrollo de bibliobuses, que se profesionalizaron en los años 90.

En la actualidad, el servicio dispone de más de 80 autobuses, aunque, las sucesivas crisis económicas han obligado a reducir el número de bibliobuses en varias regiones.

En todo el mundo

Este afán de llevar conocimiento a todos los rincones, evidentemente no se circunscribe al territorio español. De hecho, las primeras iniciativas surgieron mucho antes más allá de sus fronteras. La primera biblioteca móvil comenzó a prestar servicio en Gran Bretaña en 1858, a través de la Biblioteca Perambulating de Warrington. El vehículo, tirado por un caballo, fue una iniciativa del Instituto de Mecánicos de Cheshire.

La primera biblioteca móvil comenzó a prestar servicio en Gran Bretaña en 1858, a través de la Biblioteca Perambulating de Warrington.

Tuvo que pasar casi medio siglo para encontrar una nueva acción de libros itinerantes. En 1905 se puso en marcha el primer carro-biblioteca en los Estados Unidos, en el condado de Washington, Maryland. La idea fue de Mary Titcomb, primera bibliotecaria de la Washington County Free Library. Después de estas primeras iniciativas en ámbito anglosajón vinieron otras en Japón (1946), Bélgica (1959), Pakistán (1957) y una larga lista de países que se contagiaron con esta idea que revolucionaría el mundo de las bibliotecas y que lleva libros sobre ruedas, a caballo, en camello o incluso en bicicleta. Todo vale con tal de que el conocimiento alcance el último rincón del mundo.

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