La casa no es solo un espacio hueco entre paredes, es el espacio que habitamos y en el que desplegamos nuestra privacidad, nuestra intimidad, nuestro ser. Son las pequeñas cosas, esas que no se han tenido demasiado en cuenta en la historia de la arquitectura, las que construyen nuestra cotidianidad que, por eso, se convierten en algo extraordinario. En Arquitectura de las pequeñas cosas (Páginas de Espuma), Santiago de Molina descubre el gran valor de lo cotidiano.
¿Hemos sido capaces, además de habitar la casa, que la casa nos habite a nosotros?
Yo creo que de alguna manera todas las casas nos habitan. Una de las cosas que han quedado más abandonadas es el punto de vista psicológico; la casa se piensa solo en términos inmobiliarios, como negocio. Pero, sin embargo, somos no sólo lo que comemos, sino lo que habitamos.
Y, en ese sentido, yo creo que la casa constituye uno de los anclajes psicológicos del ser humano y garantiza su relación con los demás. O sea, el tener un centro, un sitio de origen y, de alguna manera, un lugar de estabilidad física, es parte, seguramente, de los deberes psicológicos de la casa. Y por eso nos habitan las casas, porque, de alguna manera, aunque nos separemos de ellas, nos añoran y nos condicionan lo que somos.
Precisamente la casa, la vivienda, es un derecho cuyo acceso está negado para muchas personas por culpa de ese pensar la casa en términos de negocio. En este marco, ¿crees que ese espacio que nos daba seguridad se ha convertido en un factor de exclusión de la sociedad cuando su función era la inclusión y la protección?
La casa es un problema social de primer orden, tanto político como económico, psicológico. Afecta a muchas dimensiones del ser humano. Que alguien no tenga acceso a una casa, sea por condiciones de seguridad o sea por condiciones económicas, condiciona la manera en la que esa sociedad se configura.
El acceso prohibitivo a los precios de la vivienda, por ejemplo, o la falta de seguridad de si me van a expulsar de la vivienda por motivos económicos o incluso por motivos bélicos, condiciona mucho la posibilidad mental de orientar las energías a cosas, si quieres, secundarias, pero que de alguna manera permiten a la sociedad avanzar.
El hecho de que uno esté dedicando muchas de sus energías a la casa, cuando en realidad la casa es la gran salvaguarda de las energías del ser humano, distorsiona mucho el posible avance social. Se ha hablado de la carencia de vivienda en términos de pura necesidad habitacional, efectivamente, y ahí está el problema.
Las sociedades avanzan porque tienen garantizada su estabilidad en el hogar, en términos psicológicos, como refugio. Y eso es una cosa que se ha pasado por alto muchas veces. A menudo se ha pensado que es un problema de pura política o de puro capitalismo o de puro comercio, pero las sociedades culturalmente o socialmente no avanzan si la estabilidad del hogar no está garantizada.
En Arquitectura de las pequeñas cosas realizas un recorrido por este concepto de “lo cotidiano”, de cómo nos hemos acercado a este término desde diferentes disciplinas, sobre todo desde el arte. ¿Cuándo somos conscientes de que esa cotidianidad puede ser el centro y no el margen?
El concepto de lo cotidiano aparece en el siglo XVII más o menos. Pero tiene que ver también con esta cosa que hablábamos hace un momento. Lo cotidiano, de alguna manera, es la garantía de estabilidad energética de un ser humano.
Si el ir a por el pan es un acto cotidiano es porque no tenemos que estar yendo a cultivar el trigo, a prepararnos ante las inclemencias de la cosecha. Hemos delegado ciertas energías sociales en otras personas, o en la sociedad, o en la ciudad.
Lo cotidiano siempre ha tenido muy mala prensa para la filosofía. Para Heidegger, era eso que impedía el pensar auténtico. Sin embargo, luego ha habido una serie de pensadores que han pensado que lo cotidiano en realidad esconde la base de lo extraordinario. Sin lo cotidiano no habría lo extraordinario: lo cotidiano es un polo positivo para garantizar también esa posibilidad de lo extraordinario.
Y dentro de esa cotidianidad, encontramos el valor de las pequeñas cosas, de los objetos y los rincones. Me gustó mucho cómo planteas el diseño de la casa a partir de esos rincones y no de las paredes. ¿Son los rincones los que nos acogen?
Generalmente pensamos que las habitaciones son ese sitio donde uno está refugiado y simplemente se siente seguro. Uno cierra la puerta de su habitación, por ejemplo, cuando es adolescente o cuando es niño o cuando tiene un disgusto familiar, y se siente protegido. Pero es curioso cómo es el rincón el que forma la habitación y es el rincón el que de alguna manera nos abraza.
Esta condición de nido primordial desde el punto de vista, si quieres, fenomenológico, es una de las cosas que los poetas han entendido maravillosamente bien. Los adolescentes, los niños, cuando están enfadados o se quieren esconder, fabrican su rincón. Esta condición elemental de la habitación, fundada en cómo la arquitectura abraza al ser que se coloca en esa esquina, es fundacional para los arquitectos, aunque en realidad somos malísimos fabricantes de rincones. Más o menos nos defendemos con las habitaciones, pero los rincones son tarea de los propios habitantes, que tienen el deber habitacional de ir a buscar cuál es su sitio en la habitación.
El rincón de la lectura, el rincón donde uno está cerca del radiador o el rincón donde uno recibe la luz de la ventana cuando quiere estar cosiendo. Esas microhabitaciones dentro de las habitaciones han sido muy obviadas tanto en la historia de la cultura como en la historia de la arquitectura y, sin embargo, son fundacionales para cualquier interesado en lo doméstico.
Me recuerda un poco al modelo de casa que había previamente a la casa romana, donde comienza a haber habitaciones para garantizar la privacidad de cada miembro de la familia. Antes estaba esa estancia única, donde, necesariamente, sus habitantes, toda la familia entera, que además sería una familia extensa, tenía que encontrar su individualidad en esos rincones.
Es verdad esto que dices. Durante muchísimo tiempo, durante muchos miles de años, el ser humano ha vivido en casas de habitación única, en la cual conviven familias que desbordan los lazos de consanguinidad.
Cada uno buscaba su rincón, efectivamente, y el rincón se fabrica… Bueno, ahí los adolescentes lo tienen muy claro, porque se colocan los auriculares o las gafas de sol, o miran la pantalla o abren un libro, de alguna manera, un libro es un rincón.
En ese sentido, la habitación está llena de posibles rincones, desde el momento en el que uno entiende que la cercanía a una pared, a la puerta, a una ventana, o que el abrazo con otra persona dentro de la habitación puede construirlos.
Son espacios donde uno se siente seguro. El mobiliario ha venido a suplir, durante mucho tiempo, muchas de esas carencias de rincones. Las camas con doseles, las camas que te permitían calentar el espacio concreto dentro de una habitación, porque el espacio general era muy grande, o el espacio de la chimenea o el espacio cercano, como decíamos antes, a la puerta o a la ventana.
Hay muchas características dentro de una propia habitación que invitan a la construcción de rincones, incluso cuando la habitación es una habitación única.
Y luego están los espacios de paso, las puertas y las ventanas, que al mismo tiempo nos abren al mundo y nos cierran de él. Me recuerda a la necesidad de privacidad, de espacios para la soledad, en contraste con el apremio de la exposición constante que posibilitan las redes de comunicación.
Hay una cosa curiosa con las ventanas y las puertas. Siempre se asocia la ventana con los ojos, la puerta con la boca. Esta asociación cultural aporta riqueza a la hora de leer lo que es una ventana. Una ventana son unos ojos que ven, son unos huecos que ven al exterior, pero es también el sitio por el cual nos ven desde fuera.
Esa doble dirección que tienen tanto las ventanas como las puertas, que permiten salir, pero a la vez impiden que entren los ladrones o las visitas indeseadas, es intrínseco a la formación de los elementos básicos de la arquitectura. Me gusta mucho la etimología que conserva la palabra. Las ventanas están relacionadas con el viento y esto pasa tanto en inglés como en español, el wind de las windows y el ventilar de las ventanas.
Entran cosas del exterior, en términos atmosféricos, lumínicos, el paisaje. De repente nos damos cuenta que el mundo es como es gracias a que lo tenemos recortado a través del marco de la ventana. Otro tanto sucede con las puertas. Son, de todas formas, absolutamente necesarias, mientras que las ventanas son casi un ornamento, el primer casi ornamento que podemos considerar de la arquitectura.
Es casi un ornamento, pero es el que ofrece la habitabilidad, porque si pensamos en una habitación sin ventanas, inmediatamente pensamos que la vida ahí sería muy difícil. ¿Necesitamos mirar hacia fuera y dejar pasar el exterior?
Hay una cosa curiosa con esto, por ejemplo, algunos tipos de casas romanas no tienen ventana como tal, ventilan a través de una puerta que da a un patio; en la cueva primitiva pasaba lo mismo. Si nos remitimos muy lejos, en realidad es la puerta la que asume las tareas de ventana en cuanto a la ventilación y la iluminación. Lo que pasa es que se concentra todo en el mismo objeto.
Pero efectivamente, hoy resulta inaceptable que haya habitaciones sin ventanas, aunque también hay que decir que es algo que muchos hoteles low-cost están intentando evitar. Si colocas una pantalla con un paisaje exterior es mucho más barato.
Sin embargo, socialmente es inadmisible, por mucho que se pueda sustituir la ventilación por sistemas mecánicos, por mucho que puedas sustituir el paisaje por una pantalla maravillosa de altísima resolución, en realidad estamos de alguna manera amputando muchas de las posibilidades de ensoñación de las personas cuando les sometemos a esta tortura de la habitación sin ventanas suplida con tecnología.
En el libro planteas que la tecnología no solo sustituye elementos sino que se ha convertido en una intrusa en ese espacio seguro y protegido que era la casa. Son amenazas que hemos introducido y que, sin darnos cuenta, están reduciendo nuestros espacios de privacidad.
Creo que la cesión de privacidad es una de las grandes amenazas que tiene el habitar en intimidad, algo que es necesario para el ser humano. La roomba no solo limpia. No es un aparato diseñado solo para limpiar sin esfuerzo nuestras casas, también es un aparato inventado para escanear nuestras casas, ver cómo vivimos, cómo tenemos dispuestos los muebles porque escanean el espacio. Lo mismo sucede con los dispositivos que nos escuchan dentro de casa o que nos avisan de si se nos vacían las neveras o que saben cuándo encendemos el horno.
Se recolectan datos a través de cosas aparentemente insignificantes y que nos facilitan la vida, sin que seamos plenamente conscientes de esto. La presión que hay sobre la casa por entrar y averiguar y recolectar esos datos es brutal, como nunca antes en la historia. Está la tecnología que lo permite. No dejamos que entre nadie en nuestro baño y, sin embargo, entramos con el teléfono móvil sin ningún pudor.
El número de factores que estamos introduciendo en la vida doméstica y en la intimidad, desprotegiendo la casa, es uno de los grandes cambios invisibles que está produciendo la sociedad contemporánea. Cedemos la intimidad como si fuera gratis, como si no fuera valiosa. Y lo hacemos de manera invisible, que es una de las cosas más aparentemente contradictorias.
No pasa nada si cedo mis datos, porque yo soy sólo un ser individual, pero no, sí pasa, sí pasa porque estás contribuyendo a que la totalidad de lo que significa el ámbito doméstico se vea transformado.
¿Esto es un reflejo más de que la casa y cómo se configura la casa evoluciona o involuciona de la mano de los fenómenos sociales de cada momento?
Hay un intento muy fuerte por entender la casa puramente como un elemento político. Todo lo que pasa en la casa es político, desde el jabón que compras hasta las relaciones entre las personas y yo, sinceramente, creo que la política empieza fuera de la casa.
Por mucho que haya posibles lecturas de lo político, dentro de la casa se produce un tipo de relaciones entre las personas que la habitan y entre el mundo de los objetos y cómo nos tratamos con ellos que desborda la política claramente y construye la base sobre la que se fundamenta la sociedad.
Creo que hay un núcleo psicológico del que emana la política que se construye precisamente en la intimidad de la casa. Sin ese ser de la intimidad no podríamos tener ese ser político que es el exterior. Yo creo que para mí esto es una de las cosas fundamentales porque creo que la degeneración de la política proviene de la degeneración de la intimidad.
Una reflexión que atraviesa La arquitectura de las pequeñas cosas es el tema de la funcionalidad de la arquitectura, en tanto que también es un arte y tiene que dar servicio a los dos ámbitos. Responde a unos cánones artísticos pero la persona está ahí en el medio y tiene que habitar esa casa.
Una casa, si no es habitable, se vuelve un infierno. Había un arquitecto que a mí que sigue pareciendo maravilloso, Javier Carvajal, que decía que la arquitectura es un arte con razón de necesidad.
Creo que las palabras están muy bien elegidas porque la arquitectura tiene una condición artística. Efectivamente, vamos a las ciudades y reconocemos cuando una obra de arquitectura es capaz de emocionar o capaz de trascender de su pura materialidad para ser otra cosa. A la vez, estamos exigiendo de esa obra que nos emociona que funcione, que de cobijo, que esté bien iluminada, que permita un acceso libre, digno y solvente.
Estos requerimientos básicos son fundamentales porque sin una cosa no puede darse la otra y al revés, sin la otra no puede darse la funcionalidad. Muchas veces se ha entendido que la belleza no es necesaria, pero es que la belleza es necesaria y es una función más. La función estética es tan necesaria como no tener goteras o no pasar frío, por mucho que lo hayamos colocado en un cajón aparte.
Santiago de Molina es Arquitecto por la ETSAM (1997) y Doctor por la UPM (2001). En la actualidad ocupa el puesto de Director de la Escuela Politécnica Superior de la Universidad San Pablo CEU. Ha sido profesor invitado en la ETSAM, UAH, ETSAB, en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign y en la Pontificia Universidad Católica de Chile, entre otras. Compagina su labor como docente con el trabajo profesional en su estudio. Ha publicado los libros Todas las Escaleras del mundo (Premio COAM 2022), Arquitectos al margen, Múltiples estrategias de arquitectura, Hambre de Arquitectura y Collage y Arquitectura. Ha coordinado el libro Arquitectura por palabras. Dirige el blog múltiples estrategias de arquitectura y es co-director de la revista Constelaciones de la Universidad San Pablo CEU.