La ciudad y sus calles no eran espacio para las mujeres. Solo las trabajadoras (para transitar obligatoriamente al trabajo) y las prostitutas (como espacio de trabajo), podían ocupar el lugar ciudadano y lo hacían con sus consecuencias. La aceptación de la palabra flâneuse no es solo una adaptación del masculino flâneur según manda el manual de lenguaje inclusivo. Es algo más, es una auténtica revolución para apropiarse de un espacio que hasta el siglo XX únicamente estaba reservado a uno de los dos sexos. Anna Mª Iglesia revisa en La revolución de las flâneuses (Wunderkammer), el derecho de las mujeres a ocupar las calles y explica los porqués a los lectores de Itinerancias.
¿Por qué plantear el caminar la ciudad como un acto de rebeldía, como una revolución?
Es una revolución en dos sentidos. Por una parte, porque pongo énfasis en la mujer. La mujer, históricamente, ha sido excluida del espacio público, entendiendo que caminar en la ciudad es caminar o estar en ese espacio público. La mujer ha sido excluida y ocuparlo, sobre todo si atendemos a los siglos pasados, significa saltarse unas normas a veces escritas y a veces no escritas, a veces de una supuesta moral. Tiene un carácter de transgresión y, por lo tanto, de reivindicación.
Si lo planteamos en términos más generales, estar como ciudadano en el espacio público siempre es reivindicativo porque implica posicionarse como ciudadanos en un momento en que, podemos decir, se decide por nosotros, por ejemplo cuando se prevén manifestaciones o cuando la ciudad viene privatizada. Ayer leía que en Barcelona se va a celebrar la Copa América de Vela y que para ello se está habilitando toda una zona. A los vecinos se les dará un pase para que puedan acceder a esta zona. Con este tipo de eventos, en este caso deportivos, con los cuales entra mucho dinero, se decide cerrar un recinto y a los vecinos o los ciudadanos de Barcelona les damos un pase para que puedan entrar. Lo mismo pasa con el Parc Güell , con los habitantes de Barcelona: puedes pasar pero con un pase.
Esto no debería ser así. Usted no me tiene que permitir entrar, debería tenerlo automáticamente porque es usted quien me está privatizando la ciudad. Por eso hay una doble reivindicación. Hay que decir, cuidado, porque el espacio público no pertenece ni a una empresa, ni al Estado. Es decir, la ciudad, el espacio público es de quien lo habita y quien lo habita somos nosotros como ciudadanos. Hay una privatización constante a través de empresas o de instituciones públicas, que se apropian del espacio público. Esto supone una retirada del ciudadano, a quien se le convierte en alguien que puede pasar pero con un permiso o un tutelaje.
Como explicas en el libro, este “estar en la ciudad” no se reduce a “caminar las calles o estar en las calles” sino en todo el espacio público. Pones el ejemplo de la Ópera como lugar de relación social durante el siglo XIX y cuál era el papel y la presencia de la mujer en estos espacios.
Sí, volvemos a lo mismo. Desde el momento en el que un espacio se circunscribe a solo x miembros o a determinadas personas que pueden ir pero solo bajo ciertas circunstancias, como era la mujer en la Ópera, que tenía que comportarse de una determinada manera, estás cercenando la libertad absoluta. No hay libertad y sobre todo no hay igualdad. En el caso de las mujeres se vivió claramente en ese momento. Como cuento, cuando Flora Tristán tuvo que vestirse de hombre para poder entrar en el Parlamento de Londres.
Eso muestra que la política no era para las mujeres, no podían participar y el no poder participar implicaba, ante todo, no poder entrar en la toma de decisiones. Lo mismo pasaba en la Bolsa. Durante los primeros años de la Bolsa en Nueva York, las mujeres no podían acceder. Es una limitación de espacios que hoy persiste en otros niveles. Por ejemplo, en determinadas tiendas de lujo, donde los seguratas están vigilando quién va y quién no va. Si no tienes la imagen de persona pudiente, de poder acceder a esas marcas o eres sospechoso, no te dejan entrar, cuando en realidad yo tengo el derecho de entrar en la tienda y mirar. Incluso, dentro de la lógica capitalista. Por eso digo que toda ocupación del espacio tiene un carácter reivindicativo.
¿Piensas que en este momento, más allá de la mujer, hay personas que quedan excluidas del espacio público, bien sea por su posición social, por su imagen, por su situación económica o administrativa?
Claro, ahora habría que ampliar mucho más el tema. Pero tampoco creo que el tema de la mujer esté resuelto en absoluto. Hace unos años asistíamos a un asesinato machista y el primer comentario era “pero es que la mujer caminaba sola por la calle”. Es decir, que todavía ese regusto continúa ahí, está todavía muy presente en la sociedad. Por ejemplo, en la revisión de los crímenes de Alcasser, decían cosas como “estaban solas” o “estaba borracha”. Son todo argumentos que al final lo que viene a decir es que si usted es una mujer sola en un espacio público, mejor que no esté. Pero, es verdad que ahora hay que ampliar el foco.
Estoy pensando por ejemplo en la novela de Alana S. Portero, La mala costumbre, hay un momento en el que habla de una transexual que era bien aceptada por los vecinos pero “siempre que no molestara, siempre que no alzara la voz”. Esto es la definición de “te tolero hasta aquí”. Hay veces que ni siquiera vas a molestar. Hay veces que cuando te encuentras con determinados grupos xenófobos u homófobos, con la sola presencia ya molestas. Pero basta con ese elemento, el de “mientras no moleste”.
Está significando que hay muchos colectivos que, para algunos son molestos, provocadores, simplemente porque no queremos tenerlos a la vista. Y ahí podemos hablar de personas LGTBI, podemos hablar del inmigrante, del pobre, no nos gusta ver pobres por la calle. Pero es una realidad. Entonces, ¿por qué no lo queremos ver?, ¿por qué nos molesta? Cuando se dice “limpiemos las ciudades” pero limpiarlas de qué, si es un problema real, no hay que limpiar, hay que solucionar el problema. Todos estos términos y formas de expresión nos están revelando eso, que hay que ampliar el mapa porque todavía hay mucha gente que en la ciudad molesta.
Claro, es lo mismo que explicas en el libro. La mujer era o sigue siendo, una paseante incómoda, que molesta, y ahora hay otras personas que tampoco son bien recibidas en ese espacio público.
Esto también lo puedes ver en las manifestaciones. Ante algunas manifestaciones hay quien se pregunta “y ahora por qué se manifiestan”. En seguida se pone el foco. Pero esto es así porque en el fondo, una manifestación, es eso, manifestarse, mostrarse y esto, evidentemente, incomoda, sobre todo, al poder.
¿Crees que en este nuevo espacio público se podría hablar de un cambio de roles de las personas que lo habitan y que, por tanto, podrían provocar un cambio de ese espacio?
Evidentemente no estamos como en el siglo XIX. La sociedad ha avanzado, pero hay cosas que perduran. Hay muchos textos sobre maternidad, que hablan sobre los roles, cómo se han transformado. El otro día leía que todavía hoy, cuando una mujer pasea a su hijo se considera algo normal y cuando lo hace el padre es un padrazo porque los pasea o porque les da la merienda. Cuando hablamos de la ocupación del espacio público, esto tiene que ir asociado al relato que se hace de esa ocupación, a la escritura que se hace.
Si, del mismo hecho, dependiendo de quién lo lleva a cabo, construimos dos relatos distintos ya nos estás haciendo ver que no basta solo con la ocupación, sino que hay que ver el relato que construimos a partir de ahí. Es verdad, la mujer sale a trabajar pero la clase trabajadora sigue siendo la clase trabajadora que sale a la calle a trabajar y va en metro, en autobús, caminando, y que se desplaza y que durante la pandemia o iban en metros atiborrados o no podían acceder al teletrabajo. Es decir, todavía en este sentido hay diferencias en cómo se ocupa el espacio público y es una muestra de las desigualdades que atraviesan todos los ámbitos de la sociedad.
En la actualidad, además de ese espacio público físico, tenemos que enfrentar también el espacio o los espacios virtuales. ¿Quiénes están allí, quiénes deberían estar, de qué manera están y cómo nos afecta esa aparte obligatoriedad de estar para ser, para participar?
Reconozco que no he estudiado mucho este tema. Quien lo ha trabajado muy bien, vinculado al tema de la tecnología, es Remedios Zabra. En su último ensayo analiza cómo la tecnología, esta hierconectividad, se convierte también en una forma de control. Yo lo que creo y lo digo sin haberlo estudiado demasiado, es que las redes sociales no son una esfera pública, donde todos salimos a decir lo que nos parece. Primero, son empresas privadas a las que estamos cediendo muchísima información. No debemos creer la idea ingenua de que eso es el ágora griega donde todos hablamos libremente y no hay nada a cambio porque es el paraíso de la libertad. No lo es. Primero, porque de manera constante estamos cediendo una gran cantidad de datos, que seguramente es el otro gran capital que mueve el mundo.
Ese proceso de ocupación y apropiación de los espacios públicos, ¿es reflejo de la sociedad, de manera que una transformación en este proceso supone en realidad una transformación social?
Radicalmente. Por ejemplo, determinadas manifestaciones como las caminatas por los derechos raciales en Estados Unidos, supusieron un antes y un después. Desde el momento en el que uno se atreve a ocupar ese espacio público ya es determinante porque implica un cambio. Luego puede ir para mejor o para peor. No sé, por ejemplo, el 15M, quizá no se llevó a cabo todo lo que en aquel momento se pensó, pero evidentemente fue un punto de inflexión en términos políticos por la aparición de determinados partidos.
Por lo tanto, siempre que hay una ocupación en ese sentido del espacio público implica una transformación. Eso por un lado, y luego, las maneras en las que nos relacionamos con ese espacio son reflejo de unos cambios, de unos momentos concretos de la sociedad y de unas tensiones. Seguramente la pandemia también supuso un punto de inflexión. No sé si tan radical, no ha habido una gran transformación, pero sí ha pasado algo. Cuando empezamos a salir, lo que se nos decía es que teníamos que salir a consumir como si la ciudad se hubiera convertido en un gran bar y el único objetivo fuera salir a consumir, no a hacer nada más. Esto es una muestra de qué tipo de ciudad se está planteando. Lo que hemos visto es que la ciudad como espacio de consumo se ha asentado definitivamente.
Estamos hablando únicamente de ciudad y del espacio público de la ciudad, pero también está ese otro espacio que es caminado o peregrinado o viajado. En este espacio, ¿cabía la mujer?
Claro, podemos ampliar mucho la historia. Está la historia de las viajeras, de las peregrinas. La propia Flora Tristán se fue a América ella sola. La historia del viaje es enorme y muy importante, pero hay que tener en cuenta de nuevo las limitaciones. Hablemos de la ciudad o hablemos del viaje en general, la mujer viajera era una transgresora.
La mujer que viajaba sola como mínimo se enfrentaba a todos los discursos de “qué hace una mujer viajando sola”. Se la acusaba de ir a buscar diversión sexual, de arriesgarse, de querer emular un rol que no era el suyo. La mujer viajera vivió las mismas contradicciones que la mujer que salía en la ciudad. Eran escalas diferentes, pero al final la lógica que imperaba era la misma: “usted no tiene que salir sola fuera de los dominios de la casa”. Y fuera de esos espacios recinto, como los llamo yo, se les permitía, pero solo con cierto tutelaje.
Anna María Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en teoría de la literatura y literatura comparada, y doctora por la Universidad de Barcelona con la tesis «La narrativa del espacio urbano y de sus prácticas. El París del XIX y la flânerie». Periodista cultural, colabora con distintos medios —The Objective, El Confidencial, Letra Global, Turia, La esfera de Papel, Altaïr— donde escribe principalmente sobre literatura y el mundo editorial. Es redactora jefe de la revista Librújula en las ediciones en papel y digital.