En artículos anteriores (Volver al hogar de la lengua) hablábamos sobre la lengua como identidad, como un acto de identidad, aquello que nos es propio y nos define o al menos define nuestra cultura y existencia. Como tal, un acto como es el de crear en otra lengua, nos identificaría artísticamente en esa lengua. Un músico hispanoparlante podría precisar cantar en inglés porque necesita creativamente identificarse, sentirse parte de una música cuya lengua original es el inglés. Bien, parecido es el caso de los escritores rusos del siglo XVIII (y principios del XIX), quienes, fieles a una necesidad o imposición de identificarse con la cultura occidental, utilizaban el francés como lengua vehicular de sus obras.
El Guerra y paz de Lev Tolstói refleja la costumbre que adoptó la aristocracia rusa de utilizar el francés, y las costumbres galas, como signo de distinción. La mitad del diálogo con el que comienza la novela, en un salón de la alta sociedad, está escrito en francés. Tal y como dice el narrador sobre uno de los personajes: “Hablaba en ese refinado francés con el que nuestros abuelos no solo hablaban sino también pensaban”. Y es que en el siglo XVIII el francés, la lengua del imperio de ese momento, conquistó Rusia, extendiéndose sobre todo entre la aristocracia. Claro que, con las tensiones ruso-francesas posteriores, el idioma galo fue confinado a un rincón oscuro de la memoria rusa.
A favor y en contra
Y, por supuesto, y como en todas las épocas, también ganó terreno el debate entre los pro-idioma francés y aquellos que consideraban que, con estas prácticas, el ruso iba a pasar a mejor vida. Algunos pensaban que los préstamos de esta lengua latina enriquecían la cultura rusa mientras que otros no podían estar más en desacuerdo. “Llevaremos a la ruina nuestra propia lengua”, comentaba el ministro de Educación Alexander Shiskov. En su comedia El mal de la razón, el escritor Alexánder Griboyédov escribe irónicamente de los rusos que adoraban todo lo francés pero eran incapaces de unir dos palabras con sentido en su propia lengua.
En cualquier caso, el francés era una lengua muy utilizada. Era tal el amor de los intelectuales rusos por esta lengua que leían el Quijote preferiblemente en francés, y anteponían las traducciones extranjeras a las versiones en ruso, hechas sobre esas mismas traducciones y no de forma directa desde el original. En ello no tenía poco que ver el desdén general por la lengua rusa (por parte de la alta nobleza, claro, que mostraban así su separación de las clases trabajadoras).
Esto fue así hasta que Pushkin le dio a este idioma un verdadero rango literario. Y, sin embargo, incluso en el caso de este escritor, quien es considerado como el fundador de la moderna literatura rusa y quien fue el primero en escribir una obra completamente en ruso, prefería el francés para comunicarse con los de su clase: el 90 por ciento de su correspondencia está escrita en francés.
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