Jordi Esteva: “Me interesa el viaje iniciático, el que te transforma”

Jordi Esteva es un descubridor de relatos olvidados que resuenan en el interior de personas de pueblos remotos a nuestra cultura. Durante años, viajó y regresó a lugares que después nos narró con imágenes, textos, películas. En El impulso nómada y Viaje a un mundo olvidado, publicados recientemente por Galaxia Gutenberg, recorre de nuevo sus vivencias.

Después de una vida viajando y retornando a lugares remotos, ¿preparas ahora algún destino?

Bueno, ahora mismo no estoy viajando. No es que haya perdido la curiosidad, para mí la curiosidad es lo más importante, es lo que te mantiene vivo, joven de espíritu. Yo en estos momentos ya no estoy viajando externamente, estoy haciendo un viaje interior, cosechando  todo lo que he ido sembrando a lo largo de estos años. Eran viajes a un lugar determinado, para ver cosas que siempre me han interesado y a las que he vuelto una y otra vez porque nunca, afortunadamente, he alcanzado captar el espíritu de esos lugares. Por eso ha seguido viva la curiosidad y he seguido  yendo una y otra vez. En estas alturas de mi vida no estoy viajando porque siempre me ha gustado viajar a lugares muy remotos y ahora es un poco difícil viajar a los lugares que a mí me gustaban.

Si hablamos del viaje en general, ¿piensas que ahora se viaja solo para captar imágenes, sin aprehender una cultura, sin pararse en el detalle?

Bueno, viajar claro que se puede viajar, y yo los últimos viajes que he hecho, incluso he ido a lugares muy turísticos, como puede ser Zanzíbar. Allí no estaba buscando las maravillas del lugar; fui para buscar la memoria, sobre todo de los ancianos. Para mí ha sido muy importante buscar a esa gente que aún estaba en contacto con un mundo más primordial, más antiguo. Ha sido fascinante ir de anciano en anciano, porque cuando lograba la amistad de uno, se me abría y me decía” ve a ver a mi compañero, a mi amigo de juventud, que no sé si aún está vivo o no”, y me escribían una carta y entonces iba como de carta en carta, viajando como antes. Entonces, claro que se puede viajar. Pero a mí el viaje que me interesa es el iniciático y cuando digo iniciático no quiero decir un viaje en el que te tomas ayahuasca o no sé qué cosa y entras como en un mundo esotérico. Para mí iniciático es un viaje que te transforma, del que regresas siendo distinto. A mí no me interesa trasladarme de un lugar a otro, tampoco me interesan las vacaciones, no sé lo que son las vacaciones. Soy de esas personas afortunadas que no tienen tiempo libre porque para mí, mi tiempo se confunde con mi trabajo y esto es un privilegio muy fuerte del que me he dado cuenta ahora. Comprendo muy bien a la gente que se va a la República Dominicana o a Cancún, pero yo sería muy desgraciado, me aburriría muchísimo, qué haría yo en una piscina de un hotel. Yo necesito a la gente, necesito bucear en las almas y que me cuenten las historias que la gente ya no quiere escuchar. Y seguramente sería más feliz con la gente que vive detrás del hotel en una barraca que estando en el hotel porque sería gente que estaría más en contacto con la realidad. Ahora, si se quiere, sí que se puede viajar. Lo que pasa que sí, estamos en una época muy rara y la gente parece estar más interesada en jugar con maquinitas.

"Necesito bucear en las almas y que me cuenten las historias que la gente ya no quiere escuchar"
¿Cómo eliges os destinos? ¿Hay temas que te interesan más?

Hay una serie de temas que me han obsesionado desde pequeño. Soñaba con los mapas y con los atlas, el globo terráqueo y veía los libros que tenía mi padre, donde se explicaban las razas humanas, que ahora no existen, pero entonces sí. Yo soñaba con esos libros y había unos temas en los que quería profundizar. Además, yo nací en los años 50 y me quería largar de esa España tan mojigata, con el ambiente tan católico, tan represivo, tan triste. Era demasiado pequeño para saber las razones pero había algo que evidentemente no me gustaba. Entonces, yo soñaba con todos esos lugares y sobre todo con el desierto, que me parecía fascinante, con los oasis, con los veleros, había visto aquellas películas de Simbad y yo quería conocer todo aquello. Y también las ceremonias de trance de África y esto es lo que más adelante fui a buscar. La cosa exótica desapareció porque empecé a hablar con la gente, comprendí a la gente y ves que los hombres, las mujeres, son exactamente igual en cualquier sitio, los problemas básicamente son los mismos. Esto es lo que fui a buscar.

Después de realizar estos viajes de descubrimiento, te interesa sobre todo contar la historia. Eres un contador de historias y has utilizado para ello diferentes formatos: imagen, texto, película.

El primer lenguaje que utilicé fue el fotográfico, las imágenes; después llegó un momento en el que vi que se me quedaba corto porque eso de que una imagen vale más que mil palabras se lo inventó un sabio chino pero yo no estoy de acuerdo. Puede serlo pero no, porque a pesar de que yo había tomado estas imágenes, yo necesitaba más, necesitaba completarlas, se me quedaba corto el lenguaje de la imagen y entonces empecé a escribir. Tengo que decir que mi método siempre ha sido hacerme amigo de la gente, no por interés, sino porque terminas por hacerte amigo, claro no de todo el mundo. En esos lugares aislados o remotos, tener un informante, tener alguien que te vaya introduciendo y conociendo esos lugares desde dentro es importante. Esto me pasó en Egipto, donde viví cinco años, y donde hice un estudio sobre los oasis de Egipto. Ahí escribí muy poco porque me faltaba método, me faltaban utensilios, armas, pero sí hice un trabajo fotográfico del que estoy muy satisfecho. Luego tuve percances en Egipto, me detuvieron, me acusaron de espía y al cabo de cinco años viviendo allí, regresé y entré en la revista Ajoblanco, junto con Pepe Ribas, el director, con quien lanzamos la segunda etapa. Ahí empecé a escribir más. Cuando dejé la revista, porque no soy hombre de estar en una redacción y tampoco había presupuesto para ir de aquí para allá porque era todo muy precario, entonces regresé a esos temas que me habían fascinado desde siempre.

Es ahí cuando vuelves a África.

Volví a África, entré en contacto con sacerdotisas animistas y poco a poco fui entrando en ese mundo. Hacía fotos, escribía, saqué Los árabes del mar, sobre la aventura de los mercaderes y marineros árabes en el océano índico, con los veleros, que seguían una ruta y que no habían cambiado casi desde la época de Simbad. Eso era fascinante. Lo que pasa es que siempre me ha quedado como un secreto, como un enigma, y por eso he tenido la necesidad de volver una y otra vez. También por esos amigos que vas haciendo; de vez en cuando tenía la necesidad de volver a ver cómo estaban. Por ejemplo, en el trabajo de África hice toda una colección de fotografías que fueron expuestas en muchos sitios, en el Bellas Artes de Madrid, Santa Mónica de Barcelona, en Málaga, en muchos sitios, muy contento. Luego saqué un libro y, al cabo de unos diez años, mientras estaba haciendo un trabajo sobre la isla de Socotra, me llamaron de Costa de Marfil diciendo que uno de los supuestos espíritus se había manifestado y me estaba reclamando, que dónde estaba Jordi, que dónde estaba aquel blanco tan raro que vino hace no sé cuántos años, que hiciera el favor de volver, porque querían enseñarme cosas que la primera vez no me quisieron mostrar. Yo ya había trabajado allí y había hecho un libro, exposiciones. Entonces, qué iba a hacer, ¿repetir otra vez lo mismo? No. Porque como te he dicho antes, no concibo un viaje así sin hacer algo. ¿Qué iba a hacer? Dibujar, no sé dibujar, y me dije voy a intentar coger una cámara y ver qué sucede y me fui con un pequeño equipo. Al principio quería ir yo solo, con mi compañero que es sonidista. Pero Agustí Villaronga, el director de cine mallorquín, que era muy amigo mío, me dijo tú estás loco, con este material que tienes, tienes que llevar un pequeño equipo, aunque sea lo más reducido y es lo que hice. Me fui con un colega, que era cámara profesional, un ayudante y el sonidista. Con este equipo reducido rodamos Retorno al país de las almas, película con la que empezó mi vertiente cinematográfica. Yo hablaría más de películas que de documentales, porque son muy personales. Las he hecho desde un punto de vista bastante poético y no quiero explicar ni pontificar. Por eso prefiero llamarlas películas y no documentales, pero bueno, los límites son difusos.

En cualquier caso, el método que usas es casi antropológico en el sentido de observación in situ, convivencia con las personas de un pueblo.

Sí, mi método es antropológico. Aunque me da igual todo este tema de los sistemas lineales de parentesco y todas estas cosas de los antropólogos. Lo que me interesa es la poesía, las cosas que cuentan, la literatura oral. Si es real o no me da igual, porque es el relato lo que yo voy  a buscar. Si históricamente coincide con no sé qué, me da igual. Entonces el método podría ser bastante antropológico porque iba con mis libretas, mis casettes de antes y hacía una investigación. En el caso del animismo no hablaba tanto con los implicados, los sacerdotes o sacerdotisas animistas, porque es una gente que cuando pierden el trance están un poco como idos. Es una gente muy especial. Realmente no te pueden dar información. Quienes te pueden dar información son sus oficiantes, que interpretan las palabras que ellos dicen cuando están en trance y luego un poco la gente de la población, intelectuales locales. Una vez recopilo toda esta información, añado mis vivencias, mis reflexiones. Yo utilizo eso como el escultor que utiliza el mármol. Tengo una materia prima que sería bastante antropológica pero luego intento darle una visión cinematográfica de autor en el caso de las películas, o literaria cuando escribo. Con esto hago otra cosa distinta. No es antropología, es algo nuevo, más personal.

Te separas del academicismo para llegar al arte.

Sí, totalmente. De hecho, he tenido mis más y mis menos con la Academia. He tenido relaciones muy buenas. Por ejemplo, hay un antropólogo, que es José Antonio González Alcantud, de Granada, me decía “tú estás haciendo antropología, no académica u ortodoxa pero a mí, como antropólogo, me interesa mucho tu discurso y lo que estás haciendo”. En cambio, me he encontrado con otra gente más purista y he tenido algún enfrentamiento. Pero a mí me da igual porque yo ya digo que no hago antropología. Lo que hago es una cosa muy personal. Que tenga un cariz que se pueda acercar o se puede estudiar si quieres, pues sí, pero no es mi idea final ni inicial.

"Me interesa la poesía, las cosas que cuentan, la literatura oral"
Comentabas que tus temas de trabajo parten de un interés que nace en la infancia, en esos libros que había en casa, en esas vivencias y ansias de la infancia. ¿Hay algún destino que haya quedado pendiente desde entonces?

Sí, claro. Me hubiera gustado ir a Mesopotamia, ver todo aquello, aunque quedan cuatro pedruscos, pero meda igual, porque, con cuatro piedras, mi imaginación ya vuela. Me hubiera gustado conocer el Tigris, el Éufrates, toda la parte esta de la antigua Mesopotamia. Aunque ahora ya casi he perdido un poco el interés por todas las cosas que han pasado ahí. Y me gustaría volver a Sudán, que es un país que siempre me ha fascinado, donde estuve bastantes meses y al que volví hace un tiempo. Fui en la época hippie, teníamos cuatro duros y viajábamos encima de camiones, sacos de arroz y cosas así y no pude recorrer toda la parte nubia, de la civilización de los faraones negros. Esto lo vi ya de mayor, hace relativamente poco. Pero, bueno, yo soy de volver siempre a los mismos lugares. Siempre hay como un misterio que me hace regresar. Mis mundos han sido Socotra, los marineros del Océano Índico, la religión africana y los oasis de Egipto. Claro, hay lugares que hubiera querido ir, como Mali, pero lo que pasa es que he almacenado muchas cosas, tengo muchas cosas ya, muchos negativos, textos, y creo que estoy en un momento que es más de cosecha que de siembra.

Es el momento del viaje interior del que hablabas antes y que también queda reflejado en Viaje a un mundo olvidado, donde viajas a la memoria familiar.

Sí. Yo me sentí muy libre escribiendo estos libros. Mientras escribía sobre Socotra o algún lugar remoto, de repente me venían ideas por ejemplo de mi madre, que aparece en un texto del que estoy muy contento. Parecería que no tiene que ver con el resto del libro, pero sí, porque yo estoy contando un viaje en un avión y entonces me acuerdo de mi madre, que hacía poco que acababa de morir y explico mi relación con ella. Me ha gustado mucho poder descubrir estos momentos familiares. Me parece que está bien que en este libro, que tampoco es de viajes, haya espacio para reflexiones muy personales. Creo que es lo que puede hacer más interesante el libro. Yo, si no veo al autor detrás, si no lo estoy viendo desnudo, metafóricamente desnudo, no sé hasta qué punto me interesa un libro. Creo que hoy día la escritura no puede ser pretendidamente inocente. La escritura hay que descolonizarla, no puedes hablar desde un punto de vista eurocéntrico, como de una cierta superioridad, también tiene que ser feminista y lgtbística, si es que existe este adjetivo, e incluso animalista si me aprietas más. Yo creo que ya estamos en tiempos en los que hay que perder esta visión tan eurocéntrica y paternalista. Hay que romper con ello y si no, no me interesa. Empezar a leer a alguien, aunque haya ido al Monte Kailsah, al Tíbet, peregrinando y pasando las mil y unas y voy a encontrarme con una cosa paternalista y llena de prejuicios, no me interesa en absoluto.

Esas reflexiones personales están salpicadas en el libro y me parece que son las que humanizan el libro y muestran también la distancia no solo física sino también emocional que hay en el concepto de viaje.

Sí, me gusta hablar de estos momentos, de cuando estás en una pensionucha, cuando las cosas no salen, porque claro, habrá gente que piense “mira este, se ha pasado la vida de aquí para allá y todo fantástico”. Pero no es verdad. Yo cuando escribo, lo hago de los momentos altos, pero rara vez hablo de los momentos en los que no pasaba nada. Porque una de las bases para poder hacer este tipo de viaje o de estudio es dar tiempo al azar y tiempo al tiempo. Yo he pasado mucho tiempo, sobre todo en África, cuando intentaba hacer lo de las almas, en el que las cosas no salían, con ganas de coger el primer vuelo y largarme, pero algo dentro me decía espérate, que llegará el momento y efectivamente llegó y pude poco a poco ir introduciéndome. Hay que ser muy paciente, ir con todo el tiempo del mundo, te tiene que gustar la gente. Si vas a un lugar en el cual no te haces amigo de nadie, al final vas a hacer una porquería o se va a notar en el trabajo. Tienes que enamorarte de la gente, te tiene que gustar la gente y te tiene que dar igual hacer cosas que de normal no te gustan. Por ejemplo, a mí no me gusta nada caminar, pero cuando estaba en Socotra, donde tenía que caminar cada día, no sé, 40 kilómetros, una cosa horrorosa, no me daba ni cuenta, porque me salía una energía no sé de dónde. Porque estaba esa curiosidad que era lo que me daba una energía maravillosa.

Jordi Esteva es fotógrafo, escritor y cineasta. Vivió cinco años en Egipto y viajó durante largo tiempo por la India, Sudán y Yemen. Fue redactor jefe de la revista Ajoblanco entre 1987 y 1993. Entre sus libros destacan Mil y una voces (El País/Aguilar), Viaje al país de las almas (Pre-Textos), Los oasis de Egipto (RM), Los árabes del mar (Península), Socotra, la isla de los genios (Atalanta). También ha filmado: Retorno al país de las almas y Komian, acerca de las ceremonias de trance y posesión en África occidental. Recientemente ha dirigido Historias del Cabo Corrientes sobre los mitos y relatos de los afrodescendientes del golfo de Tribugá en Chocó, Colombia. Sus últimos libros, autobiográficos, son El impulso nómada y Viaje a un mundo olvidado, publicados con Galaxia Gutenberg.

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