Stevenson, una burra y un chemin

¿Qué buscamos en el proceso del viaje? ¿Queremos llegar a un destino, conocer personas, culturas? ¿Anhelamos la sensación liberadora del extrañamiento? ¿Huimos de nuestra prisión local? ¿Escapamos para renovarnos? Robert Louis Stevenson quería viajar por el simple viaje, por perpetuar una vida móvil, simplemente por no permanecer mucho tiempo en el mismo lugar.

Así lo manifestó en varias ocasiones, pero lo cierto es que este movimiento comenzó por una motivación mucho más física: su propio estado de salud. Una tuberculosis le obligó a cambiar de aires: de la fría Escocia que le vio nacer, el autor de La isla del tesoro, viajó hasta la rivière française, donde se suponía encontraría un clima más adecuado para sus vías respiratorias.

Lo que hizo fue empezar a escribir (una vez más, el viaje inspirador). De su experiencia gala rescatamos dos libros de viajes a los que el negocio del turismo francés deben mucho: Un viaje al continente, que describe un trayecto en canoa por los ríos del norte de Francia y Bélgica; y el entrañable Viajes con una burra a las Cévennes, donde narra el viaje a pie que realizó por este Parque Nacional ubicado en el Aveyron, acompañado solo por la burra Modestine. Este camino, que une las localidades de Le Monastier en Haute-Loire y  Saint-Jean-du-Gard, se popularizó tanto en Francia que hoy día el GR-70 se conoce como el Camino de Stevenson y puede recorrerse andando, pero también se ofrece la posibilidad de disfrutar la experiencia original viajando con el correspondiente burro o burra.

«Toda mi vida había buscado la aventura, la aventura sin pasión, como les sucedía a los heroicos viajeros de los primeros días; y encontrarme así, por la mañana, en un rincón perdido y boscoso de Gévaudan, desorientado, tan ajeno a lo que me rodeaba como el primer hombre abandonado en la tierra, fue ver, realizado, una parte de mis sueños despiertos». 

Robert Louis Stevenson

Stevenson emprende el trayecto en 1878, una época en la que todavía resulta extraño encontrarse con personas que viajan a pie por el puro placer de viajar, por la simple necesidad de respirar. Para Stevenson caminar es un ejercicio de libertad que sólo puede disfrutarse en solitario (o con Modestine). Según Stevenson, de todos los estados de ánimo posibles el mejor es el de un hombre que se pone a caminar y termina la jornada «con una paz que está más allá de lo comprensible. Una especie de ebriedad de los espacios abiertos acompaña al viajero que camina, el cual, tras una larga caminata se siente purgado de toda estrechez y orgullo, recuperando incluso la curiosidad infantil y la felicidad de pensar”.

El escritor quiere, por el placer de viajar, recorrer los Cévennes, acompañado por Modestine, una burra de carga. Durante doce días, recorren unos 200 kilómetros, libres de auxilios materiales, con tiempo libre para pensar en calma y descubrir una de esas «verdades que le son reveladas a los salvajes y ocultadas a los economistas políticos: que el mundo exterior, la naturaleza de la cual nos protegen nuestras casas, puede ser un lugar acogedor y agradable, una casa que Dios mantiene siempre abierta».

En la actualidad, el sendero que marcó el autor escocés está protegido e impulsado por la Asociación del Camino de Stevenson, donde nos indican las pistas a seguir para revivir la experiencia. Aunque no será del todo verdadera porque nos faltará siempre el particular carácter de Modestine, con quien el escritor terminó creando un gran vínculo sentimental.

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