Morir de tristeza

En 1996, Juan Gabriel Vásquez leyó la nota que Gabriel García Márquez escribió sobre la muerte de Feliza Bursztyn. La necrológica de la escultora colombiana arrancaba, simplemente de esta manera: “La escultora colombiana Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10.15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París”.

Vásquez no se detuvo en todo lo que se narraba después (por ejemplo, que Feliza murió ante la presencia de Gabo o por qué la artista colombiana se encontraba en París) sino en esas primeras palabras. Y después, durante años, siguió preguntándose: “Por qué de tristeza […] Por qué estaba triste Feliza y por qué lo estaba tanto que se murió de eso”.  Y de la búsqueda de respuesta, nació una obra magistral, llena de respuestas, de vida, de amor, de delicadeza.

Los nombres de Feliza (Alfaguara), es una exploración pero también es una reconstrucción, un ensamblaje similar a las instalaciones que creó Bursztyn, quien supo crear belleza a partir de la chatarra.

Los nombres de Feliza es, además, la demostración de que, para narrar una vida, es necesaria otra vida. Le preguntamos a la IA si es posible morir de tristeza. Simplemente nos dijo esto: “No, no es posible morir directamente de tristeza, pero la tristeza extrema y prolongada puede desencadenar o agravar condiciones médicas, como el síndrome del corazón roto (miocardiopatía de Takotsubo)”. Fin del caso. Feliza, ¿murió a causa de una miocardopatía de Takotsubo? No es la respuesta lo que nos importa, sino el tránsito vital que derivó en esa tristeza. Y Vásquez indaga y narra y teje, haciéndonos partícipes, cómplices de esa vida que terminó en un exilio emocionalmente agotador.

La obra, que entrecruza el documental con la ficción, recupera la figura de la artista colombiana Feliza Bursztyn —conocida por sus esculturas de metal reciclado— y explora cómo su autenticidad y libertad artística la llevaron al exilio y, finalmente, a una muerte marcada por la tristeza. No queda, sin embargo, este exilio —primero en Mexico y después en París— el que arrastra a la colombiana a la tristeza. Precisamente la obra recorre las otras muertes de Feliza, aquellos momentos que fueron sumando posos, desechos, en el corazón de la artista.

Feliza Bursztyn (1933–1982) fue hija de inmigrantes judíos asquenazíes llegados de Polonia y se destacó en la escena artística de Bogotá por sus instalaciones metálicas, que desafiaban tanto convenciones estéticas como políticas.

Su vida, de hecho, fue una constante rebeldía contra lo establecido, contra esa norma social que determinaba la vida de las mujeres, contra la academia que dictaminaba cómo había que esculpir, contra las ideologías que pretendían hacerle pensar y hacer, contra quienes le dijeron cómo y a quién tenía que amar. Feliza vivió en una lucha permanente, agotadora, y, en la distancia, allá en París, lejos de lo que la mantenía en pie, en una noche gélida, decidió no continuar y, al menos, eso sí, rodeada de amigos, dejó está vida.

Vásquez reivindica esta vida independiente, al margen, representación de esas otras personas que viven el extrañamiento, lejos siempre de cualquier lugar, porque ninguno es el suyo, ni siquiera Colombia, ni siquiera el arte, ni siquiera el amor.

Los nombres de Feliza es una obra magnífica por muchas razones. En primer lugar, por su habilidad para contarnos un momento trascendental de la historia colombiana a través de un personaje fascinante que, sin embargo, estuvo al margen de ese momento, hasta que, en un proceso kafkiano se vio inmersa en ella. Pero también porque consigue soldar la crónica investigativa con la frescura literaria para crear esa instalación que es la pasión y el dolor de Feliza Bursztyn. Y, finalmente, porque nos invita a reflexionar sobre los límites de la libertad artística en sociedades cerradas a través de unos ojos que nos miran directamente el alma.

2 comentarios en «Morir de tristeza»

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