Brenda Navarro: “La adolescencia es como la primera gran batalla del héroe”

Ceniza en la boca (Sexto Piso) nos golpea desde la primera palabra, desde ese primer sonido que provoca el cuerpo de Diego al chocar contra el suelo. Es el ruido de fondo de una historia en la que nos hablan sobre migraciones, sobre la precarización laboral de las trabajadoras domésticas, sobre la violencia consentida en México, sobre los difíciles tránsitos por los que debemos pasar en nuestras vidas, sobre encuentros y desencuentros. En Itinerancias hemos conversado con su autora, Brenda Navarro, sobre estos temas.

En Ceniza en la boca abordas una diversidad de temas, muy actuales, pero desde una óptica muy íntima. ¿Solo desde la intimidad, desde nuestra experiencia, podemos comprender los fenómenos sociales?

Yo creo que sí. Incluso antes de empezar mi trabajo literario ya pensaba en la importancia que tienen las novelas relacionadas con nuestro espacio privado porque son estas las que hacen que podamos tener ese proceso literario que es la catarsis. Cuando realmente tenemos personajes complejos, cuando hay teorías que podemos entender aunque no sean parte de nuestra cotidianeidad, cuando sabemos que a quienes estamos leyendo se parecen mucho a nosotros, la historia es mucho más potente, más incómoda o más demoledora que cuando lees libros de historia o de datos o cosas por el estilo. Son las novelas que se meten a la piel las que hacen que gusten y que se compartan y que generen conversación y a mí me gusta esa literatura y he tratado de que mi literatura se vaya por ahí y no por la búsqueda de lo clásico, de lo magnánimo.

Como socióloga, ¿de qué manera te acercas a estos procesos sociales?

Creo que es ya una deformación. Siempre me ha gustado la afirmación que se hace desde las ciencias sociales de buscar, de tratar de buscar nuestro sentido para entender el proceso social o el contexto etnográfico. La observación, la escucha son nuestras herramientas y eso es lo que nos va a permitir aprehender lo que estamos observando y es una deformación que yo tengo, que además me gusta y que me sirve no solo para escribir o para leer, sino en la vida diaria. Creo que es más lindo escuchar que estar siempre dando la palabra. Y eso son cosas que se mezclan en mis novelas, pero que no las he pensado antes. Yo sabía que había un motivo importante para escribir Ceniza en la boca, que era el suicidio de Diego García, pero no sabía muy bien cómo era la narradora. De pronto era una hermana migrante y de pronto era una hermana que tuvo que empezar a trabajar. Pero fue algo que fue saliendo en el proceso y luego ya en el propio trabajo de edición es cuando veo, este tema es importante y por lo tanto lo voy a resaltar, pero siempre tratando de ser lo suficientemente dura conmigo y diciéndome esto que estás poniendo es tu percepción, es tu opinión y no, trato de dejar solo lo que son los hechos y no opiniones personales.

Adolescencia y migración, ¿o la adolescencia como migración, como cambio y tránsito?

Me gusta mucho que hables de adolescencia como fenómeno migratorio porque yo misma siempre lo pensé así. Es como ese cambio de piel que pasan las víboras. Vamos migrando un montón de cosas simbólicamente, y nuestros propios cuerpos dejan de ser los de la infancia, se transforman, se nos caen las pestañas, las células van despojándose y es una linda metáfora. Estoy pensando en el libro Transmigración de los cuerpos, de Yuri Herrera, que también es un escritor mexicano, en cómo me impactó esa palabra, transmigración, ese fenómeno de ser algo y convertirse luego en otra cosa sin perder la esencia y yo creo que esa es la adolescencia. Somos lo que somos y la adolescencia es como la primera gran batalla del héroe, en la que tienes que luchar contra tus propios demonios, a las dudas de cómo vas a salir de ahí y vas a enfrentar la vida adulta. Yo creo que, además, estamos viviendo una época en la cual no solo los adolescentes están viviendo su adolescencia.

¿Por qué?

Generaciones de 40, 50 años están viviendo una nueva adolescencia en el sentido literal de adolecer. Estamos adoleciendo de un montón de cosas, estamos sufriendo una decepción que no sufrimos cuando éramos adolescentes, porque entonces todavía creíamos que el mundo era de una manera que no es el que estamos viviendo ahora. Ese estar como descolocados nos hace querer incluso transmigrar de nuestras propias vidas y ese migrar hace que siempre estemos fuera de lugar. Creo que nos sentimos como que nunca estamos en el lugar adecuado ni correcto y esa es una sensación muy dura. Por eso me interesaba jugar con esa metáfora, porque les puede pasar a las personas que se mueven de su lugar de origen pero les puede pasar a otras muchas personas en diferentes momentos de su vida y la sensación puede ser similar.

El migrar hace que siempre estemos como fuera de lugar

Precisamente, en Ceniza en la boca planteas esa búsqueda de futuro, de la duda de su existencia.

Es verdad que el futuro no existe, no es una cosa tangible, no es una cosa dada, es algo que estamos construyendo todo el tiempo y que puede ir cambiando incluso conforme se está construyendo y esto es lo maravilloso que nos da la mente humana y me gusta que lo menciones porque justo ahora estoy pensando mucho en el tiempo, qué es el tiempo, cómo lo vivimos, qué es el presente, qué es el pasado, qué es el futuro y el futuro es una cosa que nos motiva a seguir adelante, pero no existe en un término concreto porque siempre existe la posibilidad de cambiarlo. Hay narrativas oficiales actualmente que nos dicen que todo va a ser horrible, que todo va para peor, pero yo, que soy una persona optimista, de verdad pienso que el futuro puede ser otra cosa de lo que nos están diciendo y sirve más este optimismo porque cuando creemos que el futuro es oscuro, pierdes toda motivación para seguir adelante y qué hay en la vida humana si no hay motivación, pues no hay nada y eso es justamente lo que le pasa a Diego en la novela.

En esa migración como proceso vital, también reflexionas sobre el tránsito a la edad adulta e incluso a la muerte y a su aceptación. Este es el papel de Laura, una diferente manera de abordar al adiós a la vida.

Sí, esto lo relaciono con la autonomía de los cuerpos. Siempre decimos “mi cuerpo, mi decisión”, pero esto no debería ser solo para los derechos sexuales y reproductivos sino para todas nuestras acciones en general: donde quiero que esté mi cuerpo, cómo quiero que esté habitando el mundo. Por qué no empezar a hacernos las preguntas adecuadas para decirnos hasta cuándo tengo la autonomía para decir adiós. Y lo pensaba respecto a Laura porque hay muchas personas mayores que por sus condiciones físicas quisieran tener ya un descanso. Es un personaje que, desde la amabilidad, desde la nobleza de un cuerpo vulnerable como es el de Laura podía hacer estas preguntas sin que éstas se sintieran retóricas o panfletarias.

También se aborda el dolor de la pérdida y la búsqueda de identidad que existe en todo proceso migratorio. ¿Cómo se sale de esta exploración?

Realmente creo que otra de las maravillas de la mente humana  es que nos permite tener una maleabilidad que siempre está ahí, incluso cuando tienes un problema fisiológico, neurológico, siempre existe la posibilidad de transformar algo y, para mí, el hecho de pensar en transformarnos y de que esa pérdida de identidad que es superdolorosa la puedes llevar a otra cosa, es maravilloso. Traté de poner estos procesos en varios espacios: la adolescencia de Diego, que es muy dolorosa y que no puede concluirse; la confrontación de la protagonista consigo misma que duda sobre qué posición tomar (voy a ser tan pesimista como Diego o voy a ser más echada para adelante); la posición de la madre. Es ella quien después de acontecimientos terribles en su vida personal decide salir del círculo de violencia en el que se encuentra sumergida y trata de dar  este nuevo futuro a sus hijos. Las cosas no le salen como ella quiere porque una madre no tiene el control de las decisiones que toman las hijas y los hijos, pero sí que logra entender que esa pérdida de identidad puede conllevar otra identidad y que puede ser mejor. Ella lo dice: aquí puedo ser yo, sin dar cuentas a nadie. Y tiene una relación con Ximena que probablemente podría ser rechazada en otro contexto y sigue adelante aunque la vida sea dolorosa porque sí, así lo creo, y quien nos diga que la vida no es dolorosa nos está mintiendo. El dolor es algo bueno, porque cuando tú tienes un dolor es como el indicativo de que necesitas hacer un cambio. Pero cuando estás un poco estable, ni te lo planteas, el dolor es uno de los motores pasa seguir adelante, para enriquecer esa identidad de la que hablas.

El dolor es algo bueno, porque cuando tú tienes un dolor es como el indicativo de que necesitas hacer un cambio.

Incluso, esa búsqueda también se da en la adopción de un habla propia, unos modismos que identifiquen al grupo, como son las palabras apropiadas por los adolescentes, pero también los localismos o la propia música de las diferentes variedades de nuestra lengua.

Vuelvo un poco a la cuestión del tiempo. He escuchado a un músico que decía “Qué es la música sino tiempo y cambio” y esto también me pareció una gran forma de resumir todo esto que estás diciendo. Si el tiempo es un cambio y a la vez ese cambio nos va llevando al futuro, me parece muy lindo pensar que ese cambio es una progresión, un crecimiento, y todo esto, claro, hace que el lenguaje se enriquezca muchísimo más. Eso es inevitable. Aunque no lo queramos, la lengua no puede mantenerse pura, se llena de otras cosas que van sucediendo, no puede ser igual el lenguaje del siglo XIX al del siglo XXI. No puede ser igual, porque además, las palabras van teniendo diferentes significantes conforme pasa el tiempo y esto es maravilloso porque lo que puede parecer al principio como una barrera o algo que puede generar conflictos, en realidad lo va a enriquecer. No quisiera romantizar esto que te voy a decir pero justamente el hecho de que haya 500 millones de personas hablando  español ya nos dice algo y más que sea un español tan diverso y tan rico y tan lleno de matices y que podamos hablar de igual manera pero tan distinta nos muestra que de un conflicto pueden salir cosas muy buenas.

¿Cómo vemos esto en Ceniza en la boca?

En la novela también he tratado de meter modismos o localismos colombianos, bolivianos, argentinos, catalanes, en inglés. No me importa meter anglicismos porque creo que forman parte del intercambio de experiencias y de lenguaje. Fui muy consciente de que tenía que tener ese ritmo, que se pudieran sentir los matices, los altos, los bajos, traté de construir una melodía. La protagonista empieza a conversar con un ritmo y luego sigue otro y termina con la última parte, la que para mí es como un epílogo, que es una cosa como mucho más calmada que al inicio. Entonces, sí es uno de los trabajos en los que más traté de avanzar.

Por otra parte, también se muestran dos cuestiones muy candentes: la violencia contra la mujer y la precarización laboral de las personas migrantes. Esto sucede, de diferente manera en el origen y en el destino de la protagonista ¿No existe escapatoria?

Lo que he observado es que existen diferentes tipos de procesos migratorios  y aquel que tiene que ver con las personas precarias, lo que les atraviesa es la aporofobia porque cuando vienen personas con muchísimo dinero se les abren las puertas, y las visas y se les permite todo. Son esas personas que vienen con vulnerabilidad económica las que están obligadas a hacer trabajos muy duros, poco valorados y con un trato cercano al esclavismo. Yo no puedo entender cómo alguien que está cuidando la vida de una persona humana tenga que estar dando su vida en sí misma. Mujeres que están las 24 horas del día cuidando a una persona vulnerable tienen que empezar a vulnerar su vida y esto es algo también como de espejo porque esa otra persona también puede estar mal. En el caso de Laura, cuando llega la protagonista la encuentra incluso con piojos, la encuentra mal y luego se va recuperando. En realidad, lo que le pasaría es que, si estuviera mucho tiempo ahí, iría deteriorando su salud no solo física sino también emocional porque es durísimo ver cómo una persona está perdiendo la vida y se está apagando. No validar ese trabajo, lo haga quien lo haga, dice mucho de la sociedad en la que estamos viviendo, a la que lo único que le interesa es producir todo el tiempo.

¿Cómo te transforma la experiencia migratoria en la escritura? ¿Hubieras escrito Ceniza en la boca y Casas Vacías si no hubieras pasado por ello?

Siempre me ha gustado moverme de lugar, incluso, allí ya en México, me gusta sentirme un poco incómoda y volver a empezar porque me parece interesante conocer nuevos espacios y sí que creo que conforme te vas transformando y te vas enriqueciendo, las experiencias te van haciendo una persona distinta  y en el caso específico de mi trabajo literario por supuesto que tiene que ver mi experiencia migratoria pero no solo la de México-España, sino también  las otras, porque me permiten distanciarme, ver las cosas que me han impactado de otra manera. Por ejemplo, el tema de las madres con familiares desaparecidos era una cosa que me interpelaba directamente como ser humana, pero no fue hasta que me distancié de esa cosa que viven en México, esa matanza  tan cotidiana, que pude rescatar lo que necesitaba para la novela. En el caso de Ceniza en la boca, lo mismo, no fue hasta que yo entendí mi propio proceso migratorio, que ya estaba en un lugar estable, que podía hablar de cosas que me habían impactado al llegar a España, que yo pude empezar a escribirlas, aunque no tenía nada que ver con mi migración, porque yo fui sumamente privilegiada. Cuando yo veía a otras personas pasando lo que estaban pasando me producía dolor e incluso culpa porque pensaba cómo a mi me pueden ir las cosas tan fáciles cuando a otras personas se les puede ir la vida sin tener a sus hijos cerca, sin tener a sus familias cerca. Desde luego conocer diferentes realidades te permite abstraerte y decir qué es lo que necesito de esto  y poder explorarlo de esa manera.

Contarlo, aunque sea de manera ficcionada, también es una forma de denuncia.

En realidad, no está en nuestras manos cambiar las leyes. Pero sí podemos hablarlo. Una amiga utilizaba la palabra panchitos sin saber su connotación negativa y cuando lo leyó en mi libro pensó qué estoy haciendo y ya ese pequeño cambio para mí ya es pensar, bueno, para algo sirve mi trabajo.

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