Un explorador de personajes y ambientes marcados por el extrañamiento. Así podríamos definir a Antonio Soler, quien acaba de presentar una nueva novela, Yo que fui un perro, y con quien hemos dialogado sobre una de sus obras más itinerantes: El sueño del caimán, reeditada recientemente por Galaxia Gutenberg.
¿Es necesario el exilio para poder abordar la historia? ¿Necesitamos esa distancia tanto física como temporal?
Sí, la distancia me parece indispensable, sobre todo la temporal. También creo que la física ayuda a conocer mejor nuestro mundo, nuestro pequeño mundo. Lo podemos ver en toda su dimensión si nos alejamos. A mí, personalmente, me ha ocurrido también con mi ciudad, con Málaga. Me recuerdo de pequeño con cierta sensación de sentirme extranjero, de no terminar de aceptar determinadas cuestiones, por tenerlas muy encima, por pensar que más allá de los límites de esa ciudad, el mundo sería de otro modo, idealizado por mí seguramente. Al empezar a pasar temporadas fuera, al ir conociendo otros mundos, empecé a conocer mejor mi pequeño mundo y mi ciudad y mi entorno, probablemente por un efecto de comparación. Esto ocurre también con pasajes de la Historia. Cuando la tenemos muy encima nos faltan elementos para poder analizarla en toda su dimensión. En el caso de El sueño del caimán es lo que ocurre. Cuando el protagonista se aleja doblemente en la geografía y en el tiempo acaba de mirar de un modo, no objetivo, porque eso nunca se consigue, pero sí con cierta distancia, con ciertos elementos de reflexión, aquello que le ha pasado. Otra cosa es que lo acepte o no.
Porque estamos hablando de un periodo de la Historia de España que dudamos que se haya cerrado y que tal vez tampoco lo haya hecho en la literatura.
Es un periodo oscuro y no sé si en la literatura se ha cerrado o no. A veces tengo la sensación de que en la literatura está más cerrado que en el mundo político. La Guerra Civil va camino ya de los cien años desde que sucedió y creo que habría que empezar a analizarla desde un punto de vista eminentemente histórico, que se ha hecho, pero dejar la tentación de seguir utilizándola como elemento político, como si estuviéramos todavía sustanciando un enfrentamiento que no se ha terminado de resolver. La Transición trató de hacerlo pero creo que hay personas y organizaciones que no están satisfechas, que intentan mostrarnos como si aquello se hubiera cerrado en falso y hubiese ahora que revisar aquel periodo. Naturalmente que fue imperfecto, pero viéndolo con esa distancia, yo personalmente creo que fue un acierto y me parece un desacierto seguir jugando una baza política con la Guerra Civil. Abrir la cuestión de las personas, los restos que quedan en cuneta eso me parece incuestionable pero el uso de política inmediata basado en la guerra civil me parece un error.
El Sueño del caimán nos ofrece una atmósfera muy especial, a través de unos espacios muy concretos como las habitaciones del hotel, la propia recepción, ese cartel que está siempre allí para recordarle al protagonista donde está, para ubicarlo en el mundo. ¿Es una necesidad para una persona exiliada?
Sí, esta persona es una persona habituada a sobrevivir en un medio un tanto frío, no solo climatológica sino socialmente, pero que de pronto, al encontrarse con una persona que es muy importante en su juventud y que, según él, determinó su biografía, recibe un impacto muy fuerte que lo devuelve al pasado y ahí se produce un contraste entre dos tiempos, el de su juventud y el de su ya inminente jubilación y también entre dos geografías, la española, con esa efervescencia que él vivió y un Canadá que a él le parece algo frígido, más que frío.
Esto se ve también en la sensorialidad de la novela. Casi podemos palparla, olerla, escucharla.
Al enfrentarse este personaje con su juventud, tiene el recuerdo de una mujer con la que tuvo una relación sensual muy fuerte. Al frustrase en la juventud esa relación por causas que él considera ajenas, eso queda completamente idealizado. Seguramente si hubiera seguido en España y en contacto con esa mujer, no hubiera dado lugar a idealizarla. Parece que primero la cárcel y luego el exilio determinan su propia mirada al mundo y la intensidad con la que se relaciona con los demás. A partir de la prisión y el exilio, entra en una especie de hibernación y el sentimiento que prima en su vida es el de la resignación. Solo cuando encuentra a Bielsa parece que ese periodo oscuro de su vida puede tener una compensación en la venganza, que alguien pague la deuda de esto que he tenido que vivir yo.
La historia es un relato interior que transmite una cierta sensación onírica, con una historia fragmentada, como lo es nuestra memoria.
Sí, la historia comienza con un presente en el que hay una colisión fuerte que lleva al personaje a retrotraerse a su pasado. Esto, en la vida real no se produce de tal manera que hay un corte en el presente y volvemos al pasado y estamos quince horas recordando, sino que estás recordando mientras llega alguien a la recepción o si un compañero te dice que ha llegado la alemana esta, dale la habitación… Entonces, hay un vaivén entre esos dos tiempos. Intenté reflejar eso.
En el Sueño del caimán, pero también otras novelas, como Las bailarinas muertas o incluso la última, Yo que fui un perro, aparecen personajes un tanto desplazados socialmente. ¿Por qué ese interés?
Pues tendría que ir al psicólogo para saberlo a fondo. No lo sé, es algo a lo que voy de manera natural cuando me pongo a escribir. Una explicación posible es que yo de niño me sentí siempre muy ajeno al mundo que me rodeaba. Yo tenía un extrañamiento natural con la propia vida. Me hacía planteamientos sobre la naturaleza de la vida, sobre quién era yo y quiénes eran las personas que me rodeaban, no porque fuera muy listo, yo lo que pensaba era que estaba en un escenario y que todo el mundo, que era más inteligente, sabía dónde estaba y cuál era su papel y a mí era como si no me hubieran dado el guion. No entendía nada. Y eso me produjo un extrañamiento y el sentirme extranjero en un mundo en el que todos los demás parecían muy integrados. A lo mejor esa es la causa que me lleva a buscar personajes que en el fondo tienen esa misma condición de extrañamiento. No me interesan los marginados, en absoluto, o delincuentes o heroinómanos profundos, no, sino gente que tiene un pie en la sociedad y otro fuera, que está en ese límite, moviéndose, intentando adaptarse pero sin conseguir hacerlo del todo.
Joseph Brodsky decía que el exilio es una condición metafísica, a la que no siempre se llega desde la emigración, es decir, que no hace falta desplazarse para convertirse en extranjero.
Sí, se puede vivir un exilio interior que en cierto modo es lo que me parecía que estaba viviendo. La literatura fue como una especie de pasaporte para integrarme en el mundo, primero como lector. Me refugié en los libros y llevaba una especie de doble vida interna, una especie de doctor Jekyll y mister Hyde porque me gustaba jugar al fútbol con los amigos y tal pero a la hora de la verdad yo a mí mismo me encontraba leyendo, algo que no compartía con los demás chicos de la calle. Luego, a través de la escritura, me fui integrando en el mundo y de hecho se convirtió en mi vida. Era una forma de estar en el mundo.