Se ha escrito mucho sobre el ¿arte? de caminar. Escritores y escritoras de diferentes épocas y culturas han dedicado páginas a elogiar o cuanto menos, a reflexionar, sobre esta actividad. Ellos mismos se han lanzado al camino a experimentar esta forma de libertad. Respondían quizá a un instinto básico y salvaje, como si avanzar a pie pusiera en marcha el motor de sus palabras.
Tal vez porque también ellos lo hacían hubo escritores que enviaron a sus personajes a deambular, como flâneurs, por las calles de la ciudad. Podemos recordar a Oliveira en le Marais de París; a Dedalus vagando por Dublín o a Belano asumiendo en sus entrañas el entramado de Mexico DF. Son personajes divagantes y buscadores, sin rumbo, y que, curiosamente, protagonizan grandes obras de la literatura. Estos paseos espectrales por la ciudad nos retrotraen también a escritores como Poe, Dickens, Nietzche o Woolf y, en el inicio, a Baudelaire, quien habló en sus poesías sobre el oficio del flâneur.
Bien diferente es el acto de caminar en la Naturaleza. Más allá de mostrar a personas que deambulan, las grandes reflexiones sobre el caminar han llegado de autores y autoras que hicieron camino, aun cuando la práctica de colgarse la mochila y “tirarse al monte” no era algo tan habitual como ahora.
Uno de los libros más recordados en esta materia es el de Henry David Thoreau, Caminar, donde analiza esta aproximación del hombre con lo inhóspito y salvaje. El autor apunta cierta sed de explorador (“En media hora puedo caminar hasta una porción de la superficie terrestre en la que ningún hombre pone el pie en todo el año, y donde, por consiguiente, la política no existe, puesto que esta no es más que el humo del cigarro de un hombre”) o incluso de caballero de las cruzadas (“Cada caminata es una suerte de cruzada que algún Pedro el Ermitaño predica en nuestro interior, incitándonos a reconquistar esta Tierra Santa de las manos de los infieles”).
Obras más recientes son El elogio del caminar y Caminar la vida de David Le Breton, publicados por Siruela. A través del diálogo con varios pensadores, reflexiona sobre los beneficios del caminar, como actividad que nos permite el reencuentro con la Naturaleza: “Caminar es una evasión de la modernidad, una forma de burlarse de ella, de dejarla plantada, un atajo en el ritmo desenfrenado de nuestra vida y un modo de distanciarse, de aguzar los sentidos”.
Caminar con Hazlitt y Stevenson
Mencionemos para finalizar a dos grandes caminantes: William Hazlitt y Robert Louis Stevenson. Sus escritos sobre el caminar (De las excursiones a pie y Caminatas, respectivamente) han sido recopilados por Nórdica en una cuidada edición, que ha sido ilustrada por Juan Palomino. En el prólogo de Caminar, Juan Marqués insiste en la diferencia entre pasear y caminar. Si bien el primero es un acto distinguido, burgués, ocioso; el segundo es algo instintivo, salvaje, natural.
Tanto Hazlitt como Stevenson hablan del caminar como algo relacionado con la independencia y la libertad y ambos coinciden en la necesaria soledad que acompaña a esta actividad. Hay que caminar solo, sin compañeros que nos distraigan de los pensamientos que, de manera obligatoria, nos van a invadir. Hablan también de las posadas, refugios en el camino, y de los momentos al final del día, luego de una caminata, como la esperada cena.
Robert Louis Stevenson concluye así sus reflexiones:
“Nos asomamos a la ventana con la última pipa humeando blanca en la oscuridad, con el cuerpo cargado de deliciosos dolores, la mente entronada en el séptimo círculo de la satisfacción; pero de repente el ánimo varía, la veleta gira y nos planteamos una última pregunta: si, durante ese intervalo, habremos sido el filósofo más iluminado o el más notorio de los asnos. La experiencia humana aún no puede ofrecernos respuesta; sin embargo, al menos tuvimos un momento hermoso y miramos por encima del hombro a todos los reinos del planeta. Y fuera esto sabio o negligente, las piernas nos llevarán mañana, en cuerpo y mente, a alguna otra parroquia del infinito”.