Cayó en el estómago después de un viaje que duró horas a través del esófago. Sintió la nueva cavidad húmeda y esponjosa, caliente, tremendamente cercana y familiar. Quiso quedarse allí, escondida en un pliegue, pero de nuevo la empujaron. Otra vez era el vacío, la impresión de la caída, la pérdida de control. Ya estaba allí, en la zona de curvas, esquivando los ácidos que atacaban en todos los frentes, transformándola en algo de provecho para otros. En el ahogo de su disolución quiso agarrarse a algo, arañó esas paredes musgosas, resbalosas, de olor espantoso, pero caía, caía y se volvía pelota y bola y nada amorfa. Ya no sabía quién era. En el olvido de su ser primigenio, presumió la liberación. Fue un salto magnífico, splash, y de nuevo en la vuelta y el giro y la huida y, en el fin, rio.