Mistral, la gran poeta vagabunda

La gran poeta chilena Gabriela Mistral salió del Valle del Elqui un día de 1922. Solo regresó a su tierra natal en tres estancias muy breves. Vicuña era un lugar de paso porque su vida era ya ese estado permanente de tránsito que la llevó a calificarse a sí misma como errante y vagabunda. Su vida estuvo marcada por el desplazamiento constante, tanto geográfico como emocional, espiritual e identitario. Hablar de Mistral como “errante” no implica únicamente su movilidad física por América, Europa y otros continentes, sino su condición de alma en búsqueda permanente, fuera de lugar, fuera de patria, fuera incluso de su tiempo.

La errancia grabó su identidad y marcó su obra. En una carta a su amiga Doris Dana escribió: “Vagabunda, eso he sido, llámenme hasta gitana, viciosa de rumbos locos, o bobos de puro azar”. Estas palabras fueron recogidas para titular un libro que compila los escritos de viaje de la chilena. Vagabunda, eso he sido. Escritos de viaje de Gabriela Mistral (Alquimia Ediciones) reúne ensayos, cartas y crónicas que Mistral escribió entre 1925 y 1956, cuidadosamente seleccionados por Natacha Oyarzún. Esta obra se articula como una bitácora de la errancia, donde Mistral emerge no como símbolo nacional sino como sujeto nómada, mujer sola, voz crítica y viajera irredenta.

En estas páginas descubrimos a una poeta que analiza los lugares, los observa en detalle, como una exploradora que se encuentra más allá del espacio. Escribe desde la dislocación y desde la des-ubicación. En su constante vagabundeo, no alcanza el arraigo. Y esto queda reflejado en sus textos. Laura Martín Morales, en su tesis Qué lejos corre la ruta: la poética del viaje en la obra de Gabriela Mistral explica cómo “la producción del discurso del viaje traduce una urgencia de inscribirse como individuo en un mundo fronterizo, siempre en constante cambio”.

A excepción de su infancia y adolescencia en Vicuña y Montegrande y sus últimos años de vida en Long Island, Mistral no residió en un mismo lugar más de cinco años seguidos. “Esta errancia se traduce en sus textos mediante una construcción compleja y dislocada de la identidad que, en ocasiones, conlleva una expresión de género fluctuante así como un temor a la pérdida y a la soledad. En este sentido, las ausencias que Mistral sufre y codifica en sus textos cruzan su obra, tanto poética como en prosa”, señala Martín Morales.

La errancia como identidad

Desde joven, Gabriela Mistral emprendió un viaje sin retorno. Comenzó como maestra rural en pueblos del norte de Chile, y más tarde recorrió países como México, Estados Unidos, Francia, Italia, España y Brasil, entre muchos otros. Chile fue para ella un lugar de origen y también de conflicto. A menudo manifestó sentirse rechazada por su tierra y sus autoridades, lo que alimentó un exilio que, aunque no siempre forzado, fue profundamente sentido. Se refería a Chile como un país que no la comprendía, ni la abrazaba, ni le daba reposo.

Este desarraigo la llevó a asumir su errancia como una forma de existencia: se instalaba en un país por un tiempo, pero nunca arraigaba del todo. Como las aves migratorias que evoca en muchos de sus poemas, ella vivió en tránsito. Y aprehendiendo experiencias, acumulando conocimiento allí donde fuera. Decía que “viajar es profesión del olvido. Para ser leal a las cosas que venimos a buscar, para que el ojo las reciba como huésped espaciosamente, no hay sino arrollamiento de las otras”.

Poética del vagabundeo

Ella misma cultivó esa imagen de persona errante en sus poemas, cartas y discursos. Recurre constantemente a la figura de la peregrina, la andariega, la mujer sola en camino, a menudo en diálogo con lo religioso o lo maternal. En muchos de sus textos, la voz poética se identifica con pastoras, extranjeras, maestras itinerantes, mujeres desposeídas o místicas que recorren el mundo sin hallar reposo. «Yo no tengo soledad,» dice un verso suyo con tono casi de mantra, aunque lo repite como quien trata de convencerse a sí misma.

Martín Morales señala, en este sentido que el viaje, en la obra de Mistral, es algo que va más allá  del motivo simbólico o estético: “resulta un elemento clave para analizar la profundidad de la expresión del espacio íntimo y de la identidad mistraliana. Su significación es tal que hallamos en Poema de Chile una representación paradigmática del relato de viajes: un desplazamiento con un recorrido particular que traza un itinerario de norte a sur a lo largo de la geografía chilena. Este desplazamiento, además, lo protagoniza la voz poética Gabriela Mistral, cuyo nombre aparece en uno de los versos del poema, y que toma la forma liminar de un espíritu que realiza su último viaje antes de su marcha final”.

Observadora de la realidad

En Vagabunda, eso he sido, Mistral reflexiona sobre esta condición de extranjera perpetua, no sólo en los países que recorrió como cónsul o escritora, sino incluso en su propio país. Escribe desde Madrid, Lisboa, Petrópolis, Niza, Veracruz o Los Ángeles, y en cada lugar se revela como una miradora atenta, una mujer sensible a los matices sociales, culturales y afectivos del mundo que la rodea.

Lejos del sentimentalismo o del nacionalismo idealizado, sus textos son agudos, reflexivos, a veces melancólicos, otras veces feroces. Observa con ojo social y literario, denuncia injusticias, admira culturas, y en el fondo, siempre se revela como una figura desplazada y observadora, más cerca del margen que del centro.

Vagabunda, eso he sido es un libro imprescindible para comprender a la Mistral completa, la que fue mucho más que poeta y maestra rural. Aquí vemos a la intelectual itinerante, a la mujer de mundo, a la exiliada voluntaria y a la nómada interior, que escribió desde los márgenes con una modernidad feroz.

Esta antología también repara un olvido, al rescatar textos casi desconocidos y al devolverle a Mistral su carácter de escritora total. Es un libro que interpela al presente, a nuestra relación con la identidad, el territorio, la otredad y el hogar. Es una declaración de existencia, una poética del andar y del no pertenecer. Leerlo es viajar con Mistral, pero también mirarse en el espejo del desarraigo contemporáneo.

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