Patricia de Blas acumula muchas horas en itinerancia. Esta periodista aragonesa se declara apasionada de la literatura, los viajes y la fotografía. Escribió desde Nepal, India, Israel y Palestina y, en 2022, publicó su primera novela: Sostika. Esta obra, editada por Rasmia Ediciones, fue finalista del XXXII Premio Torrente Ballester, ganadora del I Premio La Torre de Babel y del 2º Premio del IV Certamen Jóvenes Creadores Aragoneses. Conversamos con su autora.
¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en Sostika?
Sofía se parece mucho a mí pero no soy yo. Por ejemplo, es pelirroja, primero para que llame la atención en Nepal, pero sobre todo para que desde la primera página la gente diga, vale, no es Patricia. En mi viaje por Nepal y la India hice una foto que luego ganó un premio en Zaragoza y a raíz de ese premio me hice las mismas preguntas que se hizo Sofía. Los dilemas éticos son reales y los he experimentado después de los viajes.
Los lugares que aparecen en la novela son reales y he estado ahí y los personajes, aunque no son reales, están inspirados en personas o en conjuntos de personas de verdad, las kamlari existen, es decir los temas sociales que cuento en el libro los he vivido y he escrito sobre ellos en algunos medios de comunicación y también existen, pero toda la historia de la búsqueda de la niña en ese segundo viaje es ficticia. Me inventé a Sofía, parecida a mí, me inventé a Deepesh, parecido a personas que yo he conocido. No deja de ser ficción, pero tiene mucho de mí.
El libro es casi un ejercicio práctico de deontológica de la comunicación. ¿Deberíamos cuestionarnos más cómo y qué comunicamos tal y como Sofía se plantea el sentido de su fotografía?
En general, deberíamos cuestionárnoslo más incluso sobre nuestra propia imagen. Ahora, con el tema de las redes sociales, compartimos sin pensar y compartimos la imagen de otras personas sin pensar demasiado. En el libro, aunque aparece el tema de las redes, es muy secundario y es verdad que reflexiona más acerca de la ética desde el punto de vista del fotógrafo o del periodista, pero yo también quería hacerlo desde el punto de vista del viajero.
Puede haber más gente que se sienta identificada, sobre todo cuando vamos a países que tienen un nivel de desarrollo distinto al nuestro, porque muchas veces tendemos a ver esos países casi como un escaparate y las personas se convierten en objetos o, en casos más salvajes, parecen incluso animales de circo para el viajero occidental. Entonces, yo quería hacer pensar un poco a la gente sobre eso, que cuando veamos también en redes las fotos que publican los viajeros con los niños… es un poco lo que dice Sofía respecto a la miseria que tiene un punto de belleza, de adicción, lo exótico, cuanto más pobre más exótico.
Claro, nos atrae porque es diferente pero al mismo tiempo hay que pensar que son personas, si están en un contexto de vulnerabilidad, si necesitamos o no pedir su consentimiento para que puedan aparecer, si son o no menores de edad, si está o no su familia, si están en un contexto lúdico o en un contexto de pobreza, de sufrimiento por el tipo que sea, todas estas cosas un periodista las tiene que pensar, pero un viajero también.
¿Van a ser capaces las siguientes generaciones de separar el fake de la verdad, de dirimir si es ético o no difundir determinadas imágenes o informaciones?
Las nuevas generaciones están en un contexto extraño porque por un lado es cierto que todo es susceptible de aparecer en las redes pero al mismo tiempo estamos viviendo esta especie de censura, marcha atrás, tanto con los cuentos como con otras cosas como por ejemplo que no pueda aparecer un pezón en Instagram.
Ahora estoy yendo mucho a institutos para hablar del libro, porque hay profesores que lo han visto interesante para abordar algunos temas, y hemos hablado sobre todo de esto, por ejemplo, en qué situaciones se puede permitir la aparición de un menor desnudo, en fotografía de guerra, en catástrofes. Entonces, los jóvenes están ahí un poco descubriendo lo que se puede o lo que no se puede hacer y lo más importante es que haya alguien que les enseñe a tener un espíritu crítico. Cuando hablo con ellos, lo que me parce más importante, con los cambios que está habiendo, es desarrollar esa capacidad de hacerse preguntas, de no compartir sin pensar, de no leer fuentes sin pensar, de no retuitear algo sin estar seguro de que es cierto o de que la fuente es fiable.
Es bonito que la vida del libro haya virado hacia lo educativo.
Sí, la verdad es que no solo en lengua y literatura, sino que los profesores de valores se han interesado por él, sobre todo en barrios con una población alta de, no ya inmigrantes, pero sí hijos de inmigrantes, segundas generaciones. Nos ha servido para hablar de los estereotipos, de cómo Sofía se enfrenta a eso, de qué cosas molestan a los hijos de migrantes. Ha sido interesante para sacar otros debates que igual en clase no habían tenido y que gracias al libro van apareciendo.
Porque está muy de fondo la cuestión social.
Sí, sobre todo lo que yo pretendía con el libro, y siempre desde el plantearse las preguntas y no tanto de aportar respuestas, era invitar a la gente a acercarse al otro sin demasiados prejuicios e intentando desde un principio no juzgar, si bien preguntándose dónde están los límites. Muchas veces tendemos a alabar todo lo bueno que tiene la multiculturalidad, el respeto a lo diferente, pero al mismo tiempo creo que hay que ser conscientes de que todo tiene un límite.
Es lo que le pasa a Sofía y es lo que me pasa a mí cuando viajo: yo tengo que ser capaz de no juzgar lo que estoy viendo al menos hasta que sea capaz de entenderlo bien, pero hay determinadas prácticas que yo nunca voy a poder tolerar, prácticas como las que aparecen en el libro y que tienen que ver, por ejemplo, con la violencia contra la mujer y que en ningún contexto yo puedo justificar aludiendo a ese respeto a la multiculturalidad o a que ellos tengan una cultura distinta, una religión distinta. No, hay cosas que hay que poner el límite en algún lado y probablemente esa línea esté en el respeto a los derechos humanos.
En Sostika planteas otros dilemas internos, como ese debate entre el arraigo y el eterno viajero. ¿Es Patricia de Blas una persona itinerante, alguien que querría estar en un viaje continuo?
Soy patológicamente viajera. Y ese conflicto que tiene Sofía es algo que también existió en la vida real. En 2015, cuando estuve en Nepal, viajar era un modo de decir voy a intentar vender mis piezas desde otros países y si no consigo hacerme un hueco en esto, al menos lo habré disfrutado, habré aprendido y habré sacado algo de ello. Por supuesto, me encantó la experiencia y lo mismo que hice en Nepal lo repetí en la India y en Palestina, donde estuve varios meses.
Cuando estuve en Nepal todavía no tenía pareja, no como Sofía, por lo que esa parte no me ataba a España, pero sí que estaba en ese punto en el que tenía que decidir si continuar viajando, siendo consciente de que lo que ingresaba era prácticamente para sobrevivir, o dejarlo y buscar algo en un lugar fijo y tener una vida lo que se considera más normal.
Cuando volví de Palestina me quedé en Zaragoza, pero no he abandonado el viaje porque con mi marido es cierto que hemos encontrado un equilibrio muy bueno porque hemos conseguido conjugar una vida laboral y familiar en la que podemos permitirnos hacer unos cinco, seis viajes importantes al año. No lo echo de menos periodísticamente porque sigo haciendo fotos y sigo haciendo muchas veces la parte de documentación, de intentar hablar con la gente, aprender un poco más allá de lo turístico, buscando experiencias que sean un poco diferentes. He conseguido vivir una vida estable pero sin renunciar a la pasión de viajar.
¿Llevas el periodismo allí donde vas?
Un poco sí, la manera de ver, de hacerte preguntas, de querer conocer a los otros, de preguntarte constantemente. Es cierto que los periodistas somos no sé si curiosos o cotillas directamente pero ese querer saber un poco más no se te apaga en los viajes, sino que se te intensifica.
¿Qué ha aportado a tu escritura el viaje y el conocimiento de otras culturas?
Por un lado, Sostika es mi primera novela y está totalmente inspirada en los viajes que he hecho, no solo en Nepal, que es el que aparece más explícitamente, sino en todo ese bagaje. Hice fotos, me relacioné con determinadas personas y me hice las mismas preguntas y todo esto está en el libro. Sostika no existiría si yo no hubiera viajado. Y por otro lado, en lo que es el estilo, al principio el hecho de ser periodista y haber escrito crónica de viaje o piezas desde el extranjero jugó un poco en mi contra porque las primeras versiones del manuscrito tenían un tono excesivamente periodístico.
Quizá había demasiadas referencias a otros libros, a otros viajeros e incluso tenía un tono casi como de documental y no tan centrado en el personaje. Los comentarios que me hicieron varias personas me sirvieron para terminar de pulir la novela y que fuera un mejor libro. Pero al principio, eso que podría haberme beneficiado, jugó en mi contra. Luego conseguí darle la vuelta y ahora cuando escribo intento encontrar ese equilibrio, de no perder las cosas buenas del tono periodístico, que suene auténtico, pero al mismo tiempo no pasarme para que continúe siendo literario. Es complicado.
Sí, se corre el riesgo, al ser periodista, de continuar manteniendo esa distancia con respecto a lo que se cuenta y al final pueden resultar obras un tanto frías.
Además ahora tenemos la dificultad de la barrera de los géneros es muy difusa y ya no sabes si estamos ante un libro de viajes, una crónica periodística o un libro de periodismo narrativo o de periodismo de largo alcance, que se lleva haciendo hace mucho tiempo sobre todo en Latinoamérica; o ante una novela puramente literaria, una autobiografía, la autoficción.
Son géneros que están muy mezclados. Cuando escribía Sostika no tenía muy claro a cuál pertenecía y sigo sin tenerlo claro. Al final, la quise orientar más hacia la parte literaria para que no fuera un libro periodístico, sino una novela de ficción, pero es cierto que es una de las cosas que me ha resultado complicadas, el mantener coherente ese tono y ese estilo para que se ubicase ahí y no saliera hacia los otros géneros, que también me gusta leer e irremediablemente se traspasa a lo que yo escribo.
Ese es otro viaje, el de itinerar entre varios géneros.
Sí, y hay autores que hacen de maravilla el mezclar varios géneros distintos en un mismo libro. Ir de uno a otro con maestría es una de las cosas más complicadas que puede haber, que no haya rupturas, que te quede todo coherente y con el mismo tono y que la lectura sea fluida pero que sea capaz de enganchar diferentes formas de contarlo, me parece de las cosas que aún puedo intentar aprender.
El viaje, ¿es una huída, un aprendizaje, una búsqueda?
Ha sido una huída, a veces, pero ya no. Ahora es más una búsqueda de experiencias nuevas, de historias, de relaciones personales y también al final de autodescubrimiento. A lo largo de la vida, todos los viajes te acaban aportando cosas, sobre todo si son largos. Al final siempre acabas por descubrir o encontrar algo de ti que estaba ahí.
¿Te has planteado quedarte a vivir en algún lugar?
Me he planteado quedarme a vivir en muchos sitios, pero es cierto que la calidad de vida que se tiene en España y además en una ciudad como Zaragoza es difícil de encontrar. Pero también tenemos claro con mi marido que es difícil que terminemos viviendo aquí. Nos quedan todavía muchas cosas por hacer. No descarto vivir, aunque sea una temporada, en algún otro país. Siempre hay lugares de las que no quieres separarte pero por otro lado, el quedarte a vivir en un país que no es el tuyo a veces me da la sensación de que sería como una forma de vivir en tránsito, como a la espera de algo más definitivo porque no he encontrado todavía un lugar donde haya dicho aquí me quiero morir. Ni siquiera tengo claro que sea España, pero sigo viajando para ver si lo descubro. De momento, me gusta seguir moviéndome.