José Ovejero: «Uno puede sentirse extranjero en su propio país»

La variación de paisajes físicos y psicológicos, la búsqueda de diferentes maneras de mirar, la exploración de fórmulas narrativas, son constantes en la escritura de José Ovejero, permeada por la itinerancia del escritor por las distintas ciudades que habitó, desde el Madrid natal, a Bonn, Bruselas, la vuelta a Madrid y su actual estancia en un pueblo de la Sierra de Gredos. Conversamos con él sobre esta vida móvil.

Hablemos de tu experiencia vital itinerante. ¿De qué manera se refleja en tu escritura?

Yo creo que aquello que haces en tu vida repercute sobre lo que escribes. Cambiar de contexto lingüístico, cambiar de contexto cultural, vivir en otra sociedad, eso obviamente tiene una influencia y en mi caso es muy claro, no solo en los libros de viajes, como China para hipocondríacos, que eso lo podrías hacer viviendo en cualquier sitio y haciendo un viaje, sino también en buena parte de mi literatura, donde el viaje, el encontrarte en un lugar que no es originariamente el tuyo, es algo que está muy presente. Si pienso en lo que escribí en aquellos años en los que todavía vivía fuera de España, ahí, desde mi primera novela vemos que la acción transcurre tanto en Palermo, como en Madrid. Y novelas como Las vidas ajenas beben también de mi experiencia en Bélgica. Buena parte de mi literatura es eso que algún crítico llamaba con cierto desprecio “literatura cosmopolita”, es decir, aquella que no tiene tanto sus raíces en el país del que vienes y ni siquiera de la cultura de la que vienes como en todo aquello que vas absorbiendo durante tu vida en el extranjero. Al final, es una cuestión biográfica. Que haya un libro de relatos como Mujeres que viajan solas, donde todos los relatos se dan en una situación de viaje, es decir, en una situación en la que no estamos en el lugar en el que nos sentimos seguros, esto obviamente tiene que ver con mi vida.

En Mientras estamos muertos haces un viaje al pasado, recorres recuerdos, pero el espacio físico está limitado a un barrio, a una casa, a una familia.

Sí, y de hecho ya se veía en novelas anteriores, como La invención del amor, como Insurrección y de alguna manera en Humo. De pronto, los paisajes, urbanos o rurales, que me rodean son más los españoles. Insurrección tiene lugar en Madrid, concretamente en el barrio de Lavapiés; en La invención del amor también es el centro de Madrid el que aparece como paisaje; y en una novela como Humo, que es una novela que no se sabe dónde está situada, que no se sabe en qué tiempo está, en qué tiempo se desarrolla, donde todo resulta un tanto extraño y poco localizable, sin embargo tiene mucho que ver con mi experiencia de dejar Madrid y de irme a vivir a un pueblito en la Sierra de Gredos y de cambiar de paisaje visual y tener delante de mi otras cosas. De pronto mis percepciones cambian y eso hace que mi literatura se inspire de otra manera.

Borges, citando a Proust, decía que lo que extrañamos no son los lugares, sino los tiempos. Es como una especie de morriña, de nostalgia de lo pasado o, incluso de lo que está por venir, de lo que no hemos vivido.

Es así, pero en realidad no me considero una persona especialmente nostálgica. De hecho, cuando vivía fuera de España volvía muy poco a España y mantuve muy poco contacto y mi literatura también. No era una literatura que añorase algo. Y cuando me pongo a escribir con esos otros paisajes que te digo es cuando estoy aquí, no estoy añorando el pasado, estoy mirando el presente, estoy mirando lo que me rodea, estoy expresando literariamente las emociones, ideas, tensiones, conflictos del momento. Únicamente podrías pensar que hay esa parte más nostálgica en mi último libro de relatos, Mientras estamos muertos, y sin embargo, no hay una mirada nostálgica sobre la infancia, la niñez, sobre aquel lugar perdido, sobre la seguridad de una determinada época. No, lo miro más bien con una cierta distancia, más con un intento de comprensión que de idealización del pasado.

«Esa traslación constante que tuvo lugar durante mucho tiempo en mi vida lo que hizo de mi fue una persona sin un apego fuerte, sin un enraizamiento sólido«.

¿Es desde la distancia cuando podemos hablar de determinadas cuestiones, como un personaje externo a nosotros?

Hay diferentes maneras de hacerlo. Creo que hay muy buenos escritores que han trabajado desde la nostalgia, desde el deseo de recuperar una infancia perdida que se supone que era feliz. Yo no he buscado esa recuperación y sí es verdad que irme de mi país, vivir primero en Alemania, después en Bélgica, lo que provocó fue una distancia interesada, es decir, ver lo que sucedía en aquel lugar del que yo provenía, interesarme por ello, sentir curiosidad, pero desde lejos, lo que al mismo tiempo provoca una cierta sensación de falta de raíces porque tampoco ves de verdad de cerca el lugar al que has llegado, también lo miras, de una manera literal, como extranjero. Esa traslación constante que tuvo lugar durante mucho tiempo en mi vida lo que hizo de mi fue una persona sin un apego fuerte, sin un enraizamiento sólido, lo que puede tener sus ventajas y desde luego también tiene sus desventajas. Yo creo que en Humo, es uno de los temas, el de la huida, el de querer estar continuamente en otro sitio, pero al mismo tiempo eso significa no pertenecer a ninguno.

Es como vivir en una constante situación de extranjeridad, de extrañamiento.

Lo que pasa es que uno puede sentirse extranjero en su propio país. Cuando yo me mudo de un barrio obrero como es Vallecas a una urbanización de clase media como mucho media alta, yo me siento absolutamente fuera de lugar, me siento literalmente extranjero, como si hablásemos otro lenguaje, como si nuestros referentes fuesen distintos. Nunca llegué a sentirme a gusto, integrado, lo que ha sido una constante de mi vida hasta no hace tantos años.

¿Lo que crea nuestra identidad es el contexto personal, los afectos?

Claro, a través de las afinidades y de los afectos es como encontramos esa identidad.

«Creo que toda esa etapa de la infancia, de la formación, es algo que te persigue siempre».

Y el lugar de dónde venimos, ¿también crea nuestra identidad? ¿Y nuestra identidad literaria?

Sí, aunque solo sea como rebelión, también. Creo que toda esa etapa de la infancia, de la formación, es algo que te persigue siempre. Eso que se dice de la clase social, de que uno puede dejar tu clase, pero que la clase nunca te deja a ti, es algo que podemos aplicar a toda nuestra vida. Nunca dejamos de ser el niño y el adolescente que fuimos. Nos hemos podido rebelar, hemos podido cambiar toda una serie de cosas, hemos huido, quizá, hemos buscado otros espacios, quizá más acogedores, pero un cambio radical y absoluto no está en la naturaleza humana. Entonces, claro, ese lugar del que vienes te marca, te marca e incluso aunque intentes disimularlo.

¿No podemos ponernos una máscara?

Bueno, nos las ponemos continuamente, pero ninguna es perfecta.

Diferentes miradas, diferentes voces, diferentes géneros

Volviendo a las itinerancias, podemos decir que también transitas entre géneros e, incluso entre personas, utilizas diferentes voces dentro de un mismo texto.

Sí, eso es más una itinerancia interior, de puntos de vista. Se trata de ponerte en diferentes lugares para mirar la realidad y ver caras que no podrías ver si te quedases en un mismo lugar, es decir, en un mismo género, en una misma voz, en una misma manera de narrar. Yo creo que una de las grandes paradojas de la literatura es que tiene como misión mostrar la complejidad del mundo pero siempre es más simple que el mundo. La única manera que yo he encontrado de intentar acercarme a esa realidad es la de cambiar de lugar constantemente, la de intentar mirar desde distintos puntos de vista, la de componer una especie de rompecabezas con partes distintas y eso me ayuda también a utilizar diferentes voces, incluso dentro de una misma novela, lo que me permite reflejar mejor esa complejidad y mi propia posición inestable dentro del mundo.

Hablamos de géneros literarios que fluyen de unos a otros, igual que hablamos actualmente de una desaparición de géneros o multiplicidad de géneros. ¿Es una sociedad donde queremos la mezcla o la desaparición de las etiquetas, de los límites?

Sí, yo creo que la literatura, aunque sea de manera indirecta, porque no tiene que ser esto su vocación, refleja el mundo en el que surge; el estilo, las herramientas que utilizamos reflejan ese mundo. De la misma manera que el crecimiento de la gran ciudad moderna da lugar a novelas como Manhattan Transfer o Berlin Alexanderplatz. En ellas hay una continua sucesión de escenas, un movimiento constante, todo está como entrecortado reflejando esa gran ciudad, esa metrópolis en la que todo sucede tan deprisa y es tan cambiante. Entonces, en un mundo en el que hemos dejado de creer en un solo punto de vista como la fuente de la verdad, en el que hay una gran mezcla, como dices, desde si quieres lo más banal como puede ser la comida a cosas más complejas como puede ser la cultura y las lenguas y los paisajes, todo esto se refleja de una manera clara en cómo construimos la literatura y la misma hibridación que se da en nuestras sociedades se da en lo literario. Incluso, a veces, sin haberlo reflexionado, sin pensarlo, sin desearlo, eso se apodera de la manera en la que tú te expresas.

Has traducido a una itinerante por excelencia, Agota Kristof. ¿Es el traductor un viajante entre lenguas?

Yo creo que es un acto muy similar, aunque también tenga sus diferencias, al que realizas cuando estás escribiendo una novela y te metes en un personaje. Tú, cuando estás escribiendo, intentas ver el mundo desde los ojos de ese personaje, no desde los tuyos, porque, si no, sería tremendamente repetitivo. Cuando traduces, qué haces, intentas meterte al máximo en los ojos, en la mente de aquella persona a la que estás traduciendo. Por supuesto que nunca hay una coincidencia al cien por cien y además tú necesitas también una cierta distancia porque estás pasando lo que lees de un lenguaje a otro. Entonces, también necesitas y esa es la contradicción, mantener tu propia cultura y tu propia personalidad. Es un trayecto continuo de ida y vuelta entre las dos. Vivir en varias lenguas te vuelve más consciente del lenguaje porque de pronto te das cuenta de lo que no puedes decir en una lengua y puedes decir en otra, pero no solo porque tu conocimiento sea insuficiente, sino porque las lenguas no coinciden al cien por cien. Hay emociones que se expresan en un idioma que no se pueden expresar en otro; hay expresiones que no existen en dos idiomas a la vez. Entonces todo esto te hace estar pensando continuamente en qué estás diciendo y cómo y eso será útil cuando escribes y sobre todo cuando traduces.

¿Es la lengua la que crea la cultura, el sentir, la identidad de un pueblo?

En realidad no hay una separación, es un proceso continuo de ida y vuelta, no es que el lenguaje cree la cultura ni que la cultura cree el lenguaje, sino que ambos surgen al mismo tiempo. El lenguaje expresa necesidades culturales, la necesidad de expresar algo que antes no existía, pero a veces también es el lenguaje el que nos vuelve atentos a aquello que no existe todavía. El lenguaje surge porque nos damos cuenta de que hay algo que no podemos expresar y buscamos cómo hacerlo. Un poco lo que hace la poesía: buscar una manera diferente de expresar aquello que no sabemos cómo decir. Hay esa evolución, pero para que queramos expresarlo tiene ya que existir esa necesidad intelectual o emocional, con lo cual nunca es fácil decidir qué fue antes.

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