El último libro publicado por Andrés Neuman, Umbilical (Alfaguara), es un punto de encuentro entre el escritor padre y el bebé y una reflexión sobre el paternar. En Itinerancias hablamos con él sobre esos fantasmas de nuestra vida que regresan con la paternidad y de qué manera este momento vital altera y reorienta los modos de mirar el lugar donde habitamos.
En Umbilical indagas en el tema de la paternidad y la relación padre-bebé, una relación que da un paso más cuando aparecen las primeras palabras. ¿Cómo se gestiona la cuestión de la lengua en familias donde el padre o la madre tienen diferente lengua materna?, ¿cómo asume el niño o niña el aprendizaje de la lengua?
En mi caso, me planteé mi lengua materna como problema, como hago siempre en mis libros: cada uno me pone frente a la problematización de la lengua materna y la pérdida de la creencia de que es natural, espontánea, innata. Por mi experiencia de exilio familiar y experiencia en dos orillas, siempre tuve la sensación de que tenía que reaprender dos idiomas. Y ahora con Telmo me vuelve a pasar que todo el tiempo dudo de cómo hablarle. De algún modo, estamos aprendiendo a hablar juntos, él por unas razones y yo por otras y casi todo el tiempo nombramos las cosas de dos maneras. Él se divierte mucho pensando que piña puede ser ananá, que fresa también es frutilla, que cuando monta en un columpio también se puede subir a una hamaca y veo que disfruta mucho lúdicamente de esa duplicidad. Me imagino que tiene efectos éticos imprevisibles el que desde que nazcas sepas que las cosas no tienen un nombre inamovible, innegociable y esencial, sino que el reino de los nombres es muy resbaladizo y esto ha sido en él una realidad desde el día uno. Esto me ha llevado, por un lado a escribir desde una especie de enamoramiento y por otro a una intensificación del asombro y la tensión lingüística.
¿Es a través de la lengua donde aparecen identidades culturales bifurcadas?
Sí, pero también es algo que traspasa el marco de la lengua. Más allá de la fonética o de los matices sintácticos, hay ideas sobre la familia, sobre la crianza, una cierta carga de memoria histórica que tiene que ver con cómo se organizan las comunicaciones familiares o cómo se articula la actitud frente a lo que representa el estado y sus normas. Hay cosas tan de fondo como si nuestros ancestros provienen del mismo lugar de dónde estamos o si fueron migrantes y, por lo tanto, la familia se narra de manera nómada o de forma estática. La familia de la madre de mi hijo lleva muchas generaciones en Granada y alrededores, en la provincia de Granada, no solo en la ciudad, y mi familia no ha permanecido más de dos generaciones en ningún país. Esto supera lo idiomático y alcanza cómo una familia se narra y cómo se construye el relato de la memoria familiar.
Desde el principio asume que el mundo es más grande que el territorio en el que ha nacido.
Sí, sobre todo entiende que el lugar donde naces es un azar y por más cariño que puedas llegar a tener al lugar donde estás, lo que es hermoso, una cosa es amar el lugar donde estás y otra pensar que ha habido una especie de destino o de providencia que te ha asociado esencialmente a ese lugar. A partir de ahí solo se pueden criar monstruos. Ser consciente del azar y del accidente de lo geopolítico, incluso aunque no viajes demasiado ya te coloca como ciudadano en un lugar mucho menos fanático y a partir de ahí la convivencia con lo otro y con los otros se vuelve más posible.
La paternidad, ¿favorece el arraigo?
En mi pequeña experiencia personal y sin pretender teorizar, la respuesta a esta pregunta es bastante compleja y contradictoria, como todas las preguntas que valen la pena. Por un lado, es verdad que ahora esta tierra, Andalucía, no es solo el lugar donde enterré a mi madre, sino donde nació mi hijo. Me vincula de un modo abismal. Me siento menos provisionalmente unido a esta tierra ahora que ha alumbrado a un hijo y, además, en la medida en la que él se vaya arraigando aquí, yo participaré de esa intensificación del arraigo. Es verdad que con el nacimiento y acompañamiento de una criatura la relectura del mundo y del espacio es tan radical, en todos los sentidos, en cómo caminar por la calle, en cómo observar los detalles, en cómo nombrarlos y renombrarlos, en cómo divertirse, en qué fijarse, a dónde ir… la topografía emocional se renueva de tal manera, te obliga de tal modo a hacerlo que hay una especie de redescubrimiento y si hay suerte, de reenamoramiento del lugar.
¿Por qué la contradicción?
Porque, sin embargo, a pesar de todo esto, al mismo tiempo, como la proyección de una vida te lleva violentamente hacia delante, incluida la mortalidad, pero también te retrotrae como una especie de aspiradora hacia la memoria y el pasado, vuelvo a tener conflictos de extranjería con la lengua en la que estamos hablando, que es una cosa que se había atenuado con respecto a mi época de niño inmigrante. Después de 30 años, claro, mi relación con la lengua española ibérica no es tan tensa e incómoda como lo era cuando acababa de llegar a una nueva escuela y, de pronto, ahora, otra vez tengo que pensar cuán extranjero soy, o quiero ser. Entonces es como si volviera al casillero uno de cómo se dice esto, cómo nombro esto otro. Pero también conflictos que creía digeridos, como es el duelo por su abuela paterna, mi madre, que nunca tendrá, se reabren, de manera inesperada, es decir, que todo lo que me aludió y me importó y me puso en crisis hace muchos años, vuelve a presentarse a la hora de narrárselos a él. Todo esto hace que de un modo u otro, aunque sea de reojo, esté mirando una distancia al estar con él. Entonces, me rearraiga a este lugar y también me recuerda cuán extranjero fui cuando llegué aquí y hasta qué punto seguiré siendo un poco extranjero en este país que es, de lejos, el lugar donde más tiempo he pasado en mi vida. Y aún así.
¿Cuándo se llega a superar esta situación?
De algún modo somos presa de nuestras circunstancias. Entonces, aunque tú no puedas tener un control respecto de la didáctica que puedas transmitir sobre las dos orillas, en realidad creo que los exilios y emigraciones, tanto sus beneficios como sus conflictos, al menos en la experiencia de mi familia, en realidad no se superan nunca, sino que se van gestionando con las herramientas que tienes a cada edad. El otro día, estaba hablando con Laura Hojman, la directora de cine que hizo estos dos documentales estupendos sobre Machado y sobre María Lejárraga. Ella es española de nacimiento, vive en Sevilla, o sea que lleva toda su vida siendo presuntamente española, pero su padre es argentino. Laura me hablaba de hasta qué punto ella tuvo que, tardíamente, revisar y hacer una introspección muy fuerte y una revisión de todo su pasado de educación familiar para entender hasta qué punto cuestiones que ella atribuía a su carácter, a su temperamento, tenían que ver con cierto legado inconsciente que había recibido de unos ancestros que en muchos casos no había conocido o de una memoria remotísima de su propio padre. Ella llevaba en la mochila más elementos migratorios y extranjeros heredados de los que ella creía y se puso a trabajar con ello a una edad a la que podríamos creer que sí, que estaba superado. Nunca sabes a qué edad el fantasma regresa y te pregunta quién eres.
Ya partimos de que son niños, niñas que, es bastante probable, están creciendo con ausencias familiares.
Y además esas ausencias obligan a una contrapartida para la que tenemos suerte que exista la literatura porque estamos obligados a narrar esas ausencias, bien por pérdidas, bien por distancias. Cuanto más lejos están tus parientes, más necesidad hay de crear un relato de ello, de manera que esa novela familiar que se va verbalizando día a día lo que hace es fabricar un cuento colectivo que resume y preserva esa migración. Y eso es lo que lleva en la mochila el descendiente aun cuando en teoría no le interesan estas cuestiones. De algún modo le van a afectar. Yo creo que es mejor hacerse cargo de ellas porque como hagas el simulacro de fingir que no te han afectado demasiado, como todo lo que tiene que ver con el territorio y el inconsciente, te gobiernan y te apuñalan por la espalda. Porque cuanto menos enfrentes tus contradicciones inconscientes, más fácil es que entre tu discurso y tus acciones haya contradicciones irresolubles. Manejarte con los márgenes solamente, es decir, construir tu identidad solo contando con la parte consciente es peligrosísimo porque es como estar al mando de una nave de la cual solo conoces dos o tres botones. Entonces, es mejor darte por afectado de una manera u otra, porque si no, luego las consecuencias pueden ser terribles.
¿Cuánto de consciente eras al crear tantos personajes desplazados, viajeros, itinerantes. ¿Hay una necesidad de narrar el traslado, el tránsito?
Hay un montón de recurrencias cuando escribimos y no solo en exilio, cualquier cosa que te haya pasado en tu infancia, en tu vida, en tus amores, lo que más te ha impactado emocionalmente, va a ser el discurso secreto que te va a ir dictando lo que escribes de modos directos o indirectos. Y lo más interesante es cuando sucede de modo indirecto porque es ahí cuando ocurren estas cosas. Porque puedes decir, tengo un trauma infantil y lo voy a narrar en una novela. Esto está estupendo y puede ser catártico, pero para mí lo genial es cuando tú dices no quiero hablar de mi infancia, no quiero hablar de, en mi caso, de Argentina, ya estoy harto de estos temas, voy a hablar de otra cosa, de fútbol, política española y sidra asturiana y te pones a contar una historia de sidra asturiana y resulta que la persona que sirve la sidra es emigrante y cuando te quieres dar cuenta de cómo has inventado tu historia asturiana, en esa taberna ya está alegóricamente reproducido tu fantasma y eso está muy bien que suceda sin que te des cuenta. A mí, cuando más me gusta es cuando echas la vista atrás y dices, otra vez esto. Es un poco si te fijas como cuando te enamoras de nuevo o construyes una nueva pareja y hay una fuerte sensación de reseteo por una parte, de que el mundo empieza de nuevo y eso es maravilloso, igual que cuando empiezas un libro, todo es posible, todo está por hacer, la página está en blanco. Y por otra parte, sabes que, cuando empiezas a escribir, cuando esa pareja empieza a llenarse de códigos, de discurso, de tics, poco a poco esa página se irá llenando en parte del futuro y en parte del pasado. Y recaerás fatalmente en algunas cosas. Yo he terminado por pensar que de algún modo tu personalidad es algo que reemerge o se replica en nuestros vínculos con distintas personas. Y del mismo modo, me gusta pensar que el estilo, en literatura, y en el arte en general, es eso. No tanto lo que reproducimos a propósito creyendo que así reforzamos una identidad. Esto, que para mí no es el estilo sino la marca, la marca en un sentido comercial. Ahora, cuando intentas escribir un libro muy distinto, cuando buscas un cambio radical en la forma, o en el argumento, o en las voces, en la prosa, cuando hay un intento deliberado de adentrarse por otros terrenos estéticos y aún así resurgen ciertas cosas, como las que tú me comentas, personajes que viajan, identidades desorientadas, cuando repites eso sin querer, para mí eso es el estilo, es lo que no puedes evitar repetir, lo que resurge sin querer y creo más en eso, que tiene más que ver con la coherencia interna de la escritura y no tanto con los tics que aseguran un aire de familia inmediatamente identificable. Para mí es una especie de actitud conservadora hacia la identidad estética.
Se ha hablado mucho de Borges en este sentido.
Igual que el de Dios, se invoca el nombre de Borges en vano muchísimas veces, porque Borges sería como el gran legitimador de esta teoría de que no solamente el mismo autor sino que la Humanidad entera se pasa la vida entera escribiendo el mismo libro como si fuéramos Pierre Menard de nosotros mismos o de nuestras propias culturas. Esto queda genial para escribirlo en un artículo o en una tesis, hasta que lees a Borges y se te cae el chiringuito porque Borges tuvo muchas fases estéticas en su obra. En los años XX estuvo en las vanguardias, en el ultraísmo, en una especie de relación, vagamente, con el surrealismo; luego entró en los años 30 en una época como de nacionalismo furioso, que yo leo como una inseguridad clarísima que Borges tenía con respecto a su identidad argentina porque como sabemos Borges se pasó su adolescencia y primera juventud entre Suiza y España. Es decir, que cuando Borges aterriza en Buenos Aires, es parcial y temblorosamente argentino y escribe libros que, de algún modo tratan de renovar la gauchesca. Nada de esto que estoy diciendo se identifica, fuera de Argentina, con Borges. No es hasta los años 40 cuando Borges empieza a ser Borges. Ya había pasado de los 40 años de edad, pero luego siguió evolucionando, no se quedó estático en su estética. Vuelve a la poesía en los años 70, convertido en un poeta diferente, sus poemas habían cambiado mucho y en la fase final de su obra se pasó a la miscelánea en parte influido por la ceguera y sus viajes permanentes, que no le dejaban trabajar en libros de más aliento y termina siendo un autor de misceláneas fragmentarias donde hay desde poema en prosa, microrrelato, minicrónica, cuento breve, y poema con métrica, que conviven de manera muy libre, y ese es el Borges anciano, más ecléctico, que no había existido antes. Entonces, me hace mucha gracia cuando se invoca a Borges para justificar las estéticas que se replican durante la vida del autor, cuando el primero que incumplió eso fue Borges.
Hablas de misceláneas, de hibridación de géneros, algo que también es constante en tu literatura. Esto, ¿es también un viaje? ¿Y una búsqueda?
Podría hacer autoépica y decir, y no estaría mintiendo, que me interesa traspasar las fronteras entre los géneros, que me parece conservador atribuir esencias a lo narrativo, a la no ficción, y convertirlas en compartimentos estancos en lugar de tratar de que haya una sinergia y una especie de mestizaje no solamente de estilo sino también de género, y que es más rica una narrativa que se nutre de la poesía y una narrativa con conciencia ensayística y todo esto sería parcialmente cierto para mí porque no estaría en contra de esto que acabo de decir. Sin embargo, mucho me temo que en realidad el motivo por el cual he terminado escribiendo así, y de esto me doy cuenta ahora porque llevo más de un cuarto de siglo publicando libros y ya como que echas la vista atrás y caes en la cuenta de algunas cosas, pues probablemente esta cuestión migrante, inestable, de no saber dónde estás, de estar en dos orillas y ninguna, de tener dificultades para identificarte con una sola cosa, una sola patria, una sola manera de hacer las cosas, terminó impidiéndome autopercibirme como novelista o como cuentista o como poeta por sobre todas las cosas o tener facilidad para separar los géneros como quien separa los países o los distingue. Es simplemente que no sé hacerlo, esa es la verdad.
Te has definido como un escritor portátil, en el sentido de poder escribir en cualquier contexto. Pero, ¿de qué manera ese contexto determina lo que escribes?
En mi caso me parece que el espacio de escritura, el lugar donde terminas escribiendo, es menos importante que las circunstancias vitales. Tengo la sensación de que cuando estoy realmente enganchado a una novela, cuando sintonizo la música, no es tan decisivo si estoy montado en un tren y la persona de al lado está mirando de reojo, si estoy en una cafetería con ruido, si estoy en mi mesa, mi escritorio en mi casa, si estoy en un país extranjero en un hotel. No parece ser tanto eso lo decisivo porque me he movido tanto a lo largo de la vida a veces voluntaria y otras forzosamente que he terminado transportando cada libro, cada proyecto adonde fuera que me tocase ir. Pero sí que, en cambio, siento que cada etapa vital, con sus condicionantes materiales, ha influido en lo que escribía. Sin duda no es lo mismo ser un joven estudiante despreocupado sin demasiadas responsabilidades familiares y con mucho tiempo libre, cuando es más posible dedicarse a una novela larga, de grandes estructuras, con multitud de personajes, como ocurrió cuando durante seis o siete años me puse a escribir El viajero del siglo o incluso años después Fractura, que ahora que, con un niño radiante y corredor en casa que me fascina pero me deja exhausto y ocupa no ya espacio físico sino sobre todo mental, emotivo. Los proyectos literarios se vuelven no solo temática sino estructuralmente diferentes.
La paternidad, las nuevas estructuras familiares, la manera en cómo nos implicamos en la crianza, ¿hasta qué punto va a verse reflejado en la literatura?
Esto es algo que los hombres escritores que tratamos de vivir la crianza diaria como parte de nuestras vidas y de nuestra identidad estamos empezando a aprender de manera colectiva. No nos ha quedado más remedio que leer a nuestras compañeras, escritoras madres, que llevan bastantes años no solo escribiendo en esas circunstancias sino reflexionando sobre esto, sobre qué es, cómo es o si se puede escribir mientras se materna. Pero evidentemente el lugar de los hombres y de los escritores en el patriarcado es otro y por lo tanto nuestro aprendizaje al respecto es otro también. O sea, por un lado podemos aprender mucho de las madres escritoras y por otra parte el camino que hacemos con esos aprendizajes es otro porque venimos de otro lado y por lo tanto será una trayectoria que solo parcialmente coincida con la experiencia de las madres. No casualmente se publicó el año pasado Umbilical, que es un libro escala bebé y con una estructura fragmentaria tan intensa y saltarina como su propio protagonista. Yo no pensaba escribir ese libro y mucho menos publicarlo hasta que lo tuve entre las manos y se me impuso la evidencia de que era un libro. Yo lo estaba escribiendo para él, para mi hijo, y cuando publiqué Umbilical di por cerrado ese ciclo. Pero ahora me asalta la continuación del proyecto de escritura sobre mi hijo. Vuelve a tener esa estructura más fragmentaria, que se adapta mejor a mis tiempo-espacios de convivencia con una criatura pequeña. Solo que este libro, a diferencia de Umbilical, y que saldrá en algún momento del año que viene, se centra no en el nacimiento del hijo y del vínculo hombre-bebé, sino que el foco es la aparición del lenguaje, qué pasa cuando ese amor no verbal con el bebé empieza a adoptar la forma del léxico y la gramática. La vida me arrastra a escribir estos otros libros breves que me apasionan y que no solamente son los que más me apetecen escribir sino que son los únicos que puedo escribir en mis condiciones materiales de escritura ahora.
Es como si hubiera otra música en tu vida.
Sí, pero en mi cabeza, ese mundo está instalado en mi cabeza, no depende del espacio. En la medida en la que entre en otra fase, los proyectos literarios volverán a transformarse estructuralmente. El asunto es que la escritura tiene el maravilloso don de acompañarnos pase lo que pase. Si aceptas ese cambio drástico de escenario como una oportunidad para ver qué se puede escribir entonces a lo mejor tu literatura se enriquece. Con esa esperanza trabajo.