Ocho vistas de Buenos Aires

Buenos Aires. Ciudad idealizada, idolatrada, reivindicada e, incluso, castigada, odiada; una gran urbe narrada y poetizada por la visión y la imaginación de quienes arribaron allá por primera vez procedentes de otras tierras pero también de quienes se fueron, conservando únicamente las sensaciones, dulces o amargas, que deja el recuerdo. Es la capital argentina una de las ciudades más representadas en la literatura, quizá porque la cantaron autores y autoras migrantes y exiliadas, en una orilla y en la otra. Es una ciudad de doble flujo, de entrada y salida, de movimiento perpetuo.

Recogemos en este artículo una breve muestra de estas obras que dialogaron con Buenos Aires, que la vieron con los ojos del español recién llegado o con los del argentino emigrado a Europa, con diferente distancia, con diferentes afectos.


De Barcelona al Plata. Un viaje a la Argentina de 1910 (Santiago Rusiñol, Ediciones B). El artista y dramaturgo catalán narra el viaje que hizo a la capital argentina a principios del siglo XX. Describe la ciudad desde sus primeras impresiones y sus asombros. Es una ciudad que está en pleno crecimiento, conformando lo que será y lo que dejará de ser.

Algunas reflexiones de Rusiñol a su llegada:

Otra de las primeras impresiones que se reciben es que todos andan deprisa y que todo está alborotado. Aquella calma que traemos de Europa, aquel ritmo en el caminar que podríamos calificar de tres por cuatro, aquí es de cuatro por doce, y uno tiene que acostumbrar las piernas al compás de los demás si no quiere ser un estorbo público. No creemos que todos tengan prisa, pero los que no la llevan tienen que fingirla. Aquí el caminar es un medio, y en ninguna otra parte del mundo hay tantos tranvías, coches, automóviles y autodiablos, ni tantas máquinas de transporte”.


Buenos Aires en Tinta China (Rafael Alberti y Atilio Rossi, Losada). Recoge los poemas de Alberti sobre Buenos Aires, ilustrados por el artista italiano Atilio Rossi, con prólogo de Jorge Luis Borges. Rossi reflejaba algunos de los rincones más emblemáticos de la capital argentina mediante 120 ilustraciones de tinta china que iban acompañados con poemas de Alberti (1902-1999).

En el prólogo, Borges dice lo siguiente:

«Que estas sensibles y precisas imágenes de nuestra querida ciudad sean obra de un espectador italiano es cosa que no debe asombrarnos. Este libro evidencia la felicidad con que Rossi cultiva el concepto de paisajes urbanos; de las muchas imágenes que lo forman, las más admirables, entiendo, son las que reflejan el Barrio Sur. […] Sé que Buenos Aires, alguna vez, dará con su otro estilo y que esas formas venideras preexisten en las deleitables páginas de este libro«.


Memoria de la melancolía (María Teresa León, Renacimiento). En su autobiografía, María Teresa León recuerda el exilio en tierras argentinas de una manera agradecida y nostálgica, en relatos que exaltan el amor que sentía por esta tierra y, sobre todo, por las amistades que aquí habían forjado.

Dice, por ejemplo:

No tengo juicio claro sobre Buenos Aires. ¿Cómo tenerlo si no es ahogada por una ternura inmensa? Veintitrés años vividos en una ciudad marcan. Hoy todo lo que recuerdo me estremece y agita: horas radiantes, angustias, amistades claras ininterrumpidas, la felicidad, el temor que llama a la puerta y todo lo no olvidable porque son los años centrales de mi vida. Y me asomo al balconcillo del primer departamento, calle Tucumán, en una casa de Victoria Ocampo, la que jamás será olvidada porque fue y es la gran mujer que se desvivió por animar la cultura de su ciudad… ¡Alabada seas, ciudad hermosa de América, por habernos resucitado!”.


Federico García Lorca en Buenos Aires (Pedro Larrea, Renacimiento).  Este libro ofrece una investigación de la biografía de García Lorca en Buenos Aires; un análisis del teatro porteño desde finales del siglo XIX hasta el viaje del poeta y dramaturgo, así como de las obras que éste vio representadas y un panorama de los escritores, actrices y artistas porteños que compartieron andanzas con García Lorca; y, al cabo, una inmersión en el impacto que tuvo la muerte del poeta en Buenos Aires y la imagen que de él forjaron los intelectuales de la ciudad.

De Buenos Aires, Lorca decía:

Buenos Aires tiene algo vivo y personal, algo lleno de dramático latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas que atrae al viajero y lo fascina. Para mí ha sido suave y galán, cachador y lindo, y he de mover por eso un pañuelo oscuro, de donde salga una paloma de misteriosas palabras en el instante de despedida«.



La otra orilla (Miguel Barrero, Galaxia Gutenberg). Más allá de la óptica de los poetas del exilio o de los viajeros de principios del siglo XX, Barrero muestra el Buenos Aires actual, con todos sus castigos y su realidad de gran urbe, aunque conservando el misticismo que, de una manera u otra, siempre empapa las páginas que se escriben sobre ella.

El escritor asturiano sintetiza de esta manera lo que es hoy la ciudad del Plata:

A lo largo de la calle Florida, que recorrí hasta acabar dando en el bullicio desparramado de Corrientes, decenas de personas reclamaban la atención de los transeúntes con carteles que anunciaban cambios de divisa a precios ventajosos; alrededor del obelisco, izado en medio de la Nueve de Julio como un grandilocuente mástil de la argentinidad, una concurrida manifestación exigía con más fervor que esperanza la acometida de unas reformas gubernamentales cuya naturaleza no pude adivinar; en los vestíbulos de los teatros aún cerrados y junto a los quioscos de prensa o las señales de tráfico, vagabundos de todas las edades –en ocasiones, familias enteras– dormitaban o lanzaban al vacío miradas heridas y desafiantes; a las puertas de la pequeña pizzería a la que entré para comer a pie de barra un plato de pasta cuando el desfallecimiento había dejado de ser una expectativa para devenir en certeza, unos policías reducían a un tipo con aspecto desaliñado y torpe que, según deduje, acababa de robar el bolso a una chica aún veinteañera que presenciaba la escena con una impasibilidad rayana en la ofensa; en la Plaza de Mayo, rebaños de excursionistas se sacaban fotos ante la Casa Rosada y algunos turistas despistados entraban y salían de la catedral que, con desastradas hechuras de templo neoclásico, cerraba una de las esquinas de ese rincón que durante años asociaron los argentinos al eco irresuelto de su última y macabra dictadura. Las pintadas en las paredes, los carteles llamando al voto de los ciudadanos en una cita electoral inminente, el tráfico incesante sobre el asfalto de unas avenidas obstruidas por el humo, el calor intenso con que la primavera adornaba su llegada en aquellas fechas en las que mi país se mecía abrigado por las primeras frialdades del otoño, las prisas de las multitudes anónimas en su vértigo cotidiano y el ruido que lo inundaba todo y resonaba en mi cabeza como un motor que impulsaba mi huida hacia delante, aunque en realidad no tuviera un lugar concreto adonde ir, incrementaban la sensación de irrealidad y caos y furia”.


Neuros Aires (Marc Caellas, Libros del zorzal). Este libro es muchos libros, porque son muchas las ciudades que llamamos Buenos Aires. Se trata de un libro muy caminado, que destila la esencia cultural, erótica y psicoanalítica de una gran ciudad, barrio por barrio. Es un libro muy leído, que cita poemas, ensayos y ficciones para crear la banda sonora de una interpretación urbana, pero también muy vivido, cargado de experiencia y de amistad y de pasión y de ironía. Tal vez pueda hablarse de un libro performático, puro teatro, que recurre a los mecanismos de la apropiación y del collage. Al fin y al cabo, su autor, además de cronista y gestor cultural, es un dramaturgo que ha sacado de sus  casillas a actores, escenarios y textos para acercarlos al arte contemporáneo. Este libro es  también poético, neurótico, drogotano, confesional, carcelonesco, posfreudiano,  canchero, etnográfico, autocrítico, venezolano, híbrido: en fin, muy argentino.

En su recorrida por los barrios porteños, Caellas apunta extraordinarias reflexiones como la que sigue:

“En el Bajo existen restaurantes, como el Bar Budapest, donde se puede comer una milanesa napolitana con puré de papas o zapallo por 115 pesos, que, a mediados de septiembre de 2018, son apenas 2 euros y medio. El concepto de milanesa napolitana es muy Neuros Aires. ¿A quién se le ocurrió esa combinación imposible? ¿Milán y Nápoles en un mismo plato? ¿Maldini y Maradona en el mismo equipo?”


Una vez Argentina (Andrés Neuman, Alfaguara). A través de la narración de una genealogía migrante, Neuman ofrece el relato de lo que fue su familia. Mientras, nos pasea por Buenos Aires, sus barrios, sus rincones, en los que descubrimos una búsqueda de identidad, unas palabras de despedida y homenaje, una alabanza a la memoria.

El escritor hispano-argentino, nos cuenta la despedida de Buenos Aires, describiendo un acto bien porteño: una partida de ajedrez en una heladería:

“Sin saber que jamás volvería a verlo, ni que la heladería Pazzo Telmo pronto dejaría de existir, fui a despedirme de mi amigo José Luis. Le conté de nuestros saldos y él me acompañó a casa para echar un vistazo. Compró el reproductor de vídeos y la lavadora. Fue la única vez que el heladero vino a visitarme, en lugar de a la inversa. Luego, en la heladería, jugamos nuestra última partida de ajedrez. Apostamos dos kilos de pomelo. La partida duró toda la tarde. Me defendí mejor que nunca. Conquisté con paciencia el centro del tablero. Administré mis peones como si fueran reyes. Al final, festejamos mi ansiada victoria. La que llevaba deseando tanto tiempo. Le dije: Desdichado. Le tomé el pelo un rato y nos reímos. No hubo nada diferente en su actitud. No hablamos de mi viaje, ni él me preguntó. Tampoco nos abrazamos al despedirnos. Sólo agitamos las manos. De regreso a casa, con una bolsa llena de envases fríos, repasando mentalmente sus movimientos, tuve la sensación de que José Luis me había dejado ganar”.


Buenos Aires, Buenos Aires (Sara Facio y Julio Cortázar, Sudamericana).  Hacia mediados de la década de 1960, Sara Facio trabajó en dos ensayos fotográficos, uno personal y otro por encargo. El primero era una semblanza de la capital porteña, que verá la luz en el libro Buenos Aires, Buenos Aires, publicado en 1968 junto a Alicia D’Amico y con textos de Julio Cortázar. La obra propone mirar la ciudad desde una perspectiva poco frecuente, evitando el fijar la mirada en sus monumentos y lugares más reconocibles y plasmando un vívido retrato de sus gentes.

Cortázar concluye sus textos de esta manera:

Inmóvil en sus cimientos […] es una ola que se repite al infinito, siempre la misma para el indiferente y cada vez otra para el que mira su cresta, la curva de su lomo, su manera de alzarse y de romper”.


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