¿Qué sucede cuando cabezas bienpensantes se alían para pensar la ciudad? De ahí necesariamente nacen proyectos que exploran, experimentan, conversan, examinan, desgranan la ciudad hasta sus últimas consecuencias. El inicio lo encontramos en dérive lab, un laboratorio multidisciplinario que busca inspirar otras (nuevas) maneras de vivir y pensar la vida en la ciudad. Y a partir de ahí, sus promotores arrancan iniciativas como una editorial (El caminante), una revista (Derivas) o un club de lectura (Leer la ciudad) reconvertido a archivo digital referencial sobre narrativas urbanas y sobre el cual hemos hablado en Itinerancias con unos de sus impulsores, Francisco Paillie Pérez.
¿Es necesario leer la ciudad?
Quizás la respuesta más simple es “Sí” es necesario. Pero no leerla como un manual; ni pensar que en los libros están las claves para entender todo lo que hay que entender en las ciudades en que vivimos. Pero sí leerla como una conversación constante, caminarla y conversarla, y sobre todo compartirla con otras personas. En leer la ciudad de manera abierta y flexible encontraremos claves de quiénes hemos sido como sociedad, pero sobre todo de quiénes queremos ser en el futuro y cómo podemos encontrarnos y articularnos para lograr juntxs esos lugares en los que deseamos vivir.
Compartir y conocer textos, pero sobre todo, compartir y conocer gente nueva, diferente e interesante ha sido el motor más fuerte al interior de “Leer la ciudad”. Por eso siempre estamos buscando maneras de reactivar un poco más el proyecto y darle nuevos aires.
Cuéntanos: ¿Cómo nace la iniciativa Leer la ciudad?
Leer la ciudad nace como una iniciativa compartida entre Ximena Ocampo Aguilar, Jesús Ocampo Aguilar y Francisco Paillie Pérez, quienes trabajando desde dérive lab empezamos a preguntarnos cómo involucrar más voces en temas y discusiones que nos parecían pertinentes alrededor de proyectos arquitectónicos, el diseño urbano y la sociología urbana, entre otros. Siempre hemos creído en la conversación como una manera clave de aprender juntos, aprender junto a otros, aprender de otros y aprender con otros; así que en la exploración de una plataforma que permitiera vincular voces, ideas y reflexiones, dimos con el asunto de “un club lectura en línea sobre temas de arquitectura y ciudad”.
Antes de esto, también habíamos intentado levantar un pequeño sello editorial, El Caminante. Logramos hacer tres libros desde esta propuesta: La vuelta al mundo en 80 bicicletas; La revolución peatonal y 30 días de peatón. El gran aprendizaje fue descubrir que sí había un público con deseo de generar relaciones, conversaciones y consumo cultural de libros y ensayos, algunos más académicos que otros, que giraban en torno a los temas mencionados.
Curiosamente, la propuesta que logró mantenerse a lo largo del tiempo fue Leer la Ciudad. Durante algunos años logramos leer de manera periódica más de 30 libros y contar con la participación de más de 60 personas expertas (entre escritoras, editoras, críticas y comentaristas, docentes) que conversaban alrededor de las intrincadas ideas contenidas en estos textos. Hoy en día se ha convertido en un archivo, o casi un catálogo, a donde llegan las personas a antojarse de un nuevo libro que leer; un espacio desde dónde iniciar o un lugar de referencia que se comparte.
¿En qué consiste el proyecto, qué pretendíais con su puesta en marcha?
Básicamente, inició como un club de lectura en línea. Todos los meses proponíamos un libro, ensayo, o texto. Desde el equipo de trabajo, buscábamos a las autoras o autores del texto, sus editoriales, o alguna persona experta que quisiera compartir sus ideas alrededor del asunto en una conversación por Zoom y escribir una corta reseña o comentario. De tal manera que al día de la conversación al final del mes, más de 10.000 personas que componían la lista de correo del proyecto, al menos habrían leído la reseña e idealmente el libro del que se iba a conversar, y entraban a una videollamada que ocurría en vivo con nuestras invitadas e invitados. Intentábamos que siempre hubiera un par de comentaristas por libro, de tal manera que lo que se lograba era más una charla, una conversación que una clase o conferencia.
A lo largo del tiempo, entendimos que el valor del club de lectura no era necesariamente la lectura acompañada, sino sobre todo la compañía en el interés y en la conversación.
Para muchas personas de habla hispana, Leer la ciudad era un espacio para encontrarse con otros, compartir referencias, otros títulos, temas, nombres de personas expertas en sus propias ciudades, incitar a estudiantes a leer algo nuevo, compartir dudas o frustraciones contemporáneas de cosas que ocurrían en sus propios contextos, entre muchas otras funciones. Este es el valor actual de leer la ciudad. Es, hoy en día un archivo digital de referencias, conversaciones y recomendaciones de textos para entrarle a un tema; un punto de partida para las reflexiones contemporáneas acerca de la arquitectura y la ciudad.
En la literatura, la ciudad es no solo escenario, sino habitualmente un personaje más de la historia. ¿Por qué este ensalzamiento del concepto «ciudad»?
Posiblemente sea porque, en el intento por hacer sentido del mundo en el que estamos, “las ciudades” como espacio y como concepto agrupan y agolpan todo lo que somos. Nuestras relaciones más íntimas, pero también las más impersonales, nuestros trabajos y quehaceres, nuestros pasados y futuros. Como sociedad cada vez están menos aislados de las referencias al tumulto y a la vida en la ciudad.
Ya en 1840 abría su cuento El hombre de la multitud llamando en referencia a Jean de la Bruyère con su frase “gran desgracia la de no poder estar solo”. Este cuento que transcurre en Londres, la ciudad más poblada del mundo en su momento, enfoca su mirada en el detalle del populoso y vertiginoso mundo que oculta la supuesta singularidad de las personas. Este motivo sigue siendo la fuente permanente de cada serie de televisión y cada podcast de true crime: en los tumultos de las ciudades modernas se esconde todo lo bueno y todo lo malo de la sociedad.
El tema sigue ahí, centrado en la idea de que el tipo de ciudades que tenemos produce un cierto tipo de ciudadanos y sociedades; pero también, en que el tipo de sociedades y ciudadanos que somos puede abrir, flexibilizar y transformar el tipo de ciudades que tenemos y/o podemos tener. Este “ensalzamiento” como dices puede verse no sólo en la literatura, sino en el cine, en el arte y la pintura, y en la música, por ejemplo. Para nosotros lo interesante es que también empieza a verse en las escuelas de arquitectura y diseño urbano, donde cada vez se hace más evidente la idea de que quienes practican estas disciplinas deberían estar más enamoradas, por decirlo de alguna manera, de las multitudes para las que diseñan que asustadas del producto de este encuentro colectivo.
Dos referencias podrían compartirse por si alguien quiere seguir estas reflexiones, que no son más que nuestra postura y manera de ver las cosas: Richard Sennet con su trilogía del homo faber pero sobre todo el tercer volumen Construir y habitar, donde reflexiona alrededor del valor de la construcción artesanal de las ciudades, las preguntas por la cooperación y el deseo social de vivir juntos, así como la historia moderna de las ciudades; una suerte de reflexión permanente sobre el diseño como una herramienta para representar las cosas como son o para alterar las cosas actuales y convertirlas en otras. Aquí cosas, queremos decir Ciudades.
La segunda referencia sería The sphynx in the city, de Elizabeth Wilson. En este libro, publicado hace más de 30 años, la autora construye una reflexión acerca de la importancia de entender la vida urbana como un escenario poblado de desorden, espontaneidad y vibración. Revela que el hombre moderno ha pasado mucho tiempo ocupando su mente en los temores que le producen el despojo de su singularidad o el encuentro con los otros y con lo diferente. Por el contrario, sugiere que apreciar la “urbanidad de la vida urbana” es lo que nos permitirá ver de manera alternativa todas las bondades que nos trae una vida más juntos.
La ciudad ha sido una herramienta para la narración, pero ¿podemos darle la vuelta y decir que algunas ciudades son lo que son porque han sido narradas? Pensemos por ejemplo en París, Nueva York, Berlín.
Muchas ciudades son como son porque han sido narradas, o en algunos casos, la imagen que tenemos de algunas ciudades ha sido narrada, curada y/o mediada por algún texto, una película o una serie de televisión. Sin embargo, hay ciudades que se han narrado desde el desconocimiento real de un autor. También hay ciudades inventadas a las cuáles únicamente tenemos acceso a través de la ficción y la imaginación.
Quizás el reto que vemos en esto es cómo construir nuevas narraciones, o cómo descubrir que todas las ciudades han sido narradas de alguna manera. En todas las ciudades del mundo ha existido un cronista, un poeta, un profesor, una carta, una canción. Todas las vidas cuentan un fragmento de la ciudad que les tocó.
Existe otro proyecto que hemos estado desarrollando, un poco alrededor de este reto. DERIVAS es una suerte de revista de viajes, inspirada en los travelogue, en la que un grupo de viajeros foráneos y locales se dan cita para recorrer a pie una ciudad y encontrar juntos parajes, proyectos y personas a través de las cuáles construir una imagen de ciudad. Esta imagen, que es más bien una colección de fragmentos, se edita a múltiples manos y se convierte en la revista publicada. Hasta el momento, este proyecto ha visitado Hong Kong, Shenzhen, Guangzhou, Bogotá, Buenos Aires, Ciudad Juárez, Mexicali y Londres. Es un ejercicio colectivo para narrar ciudades de maneras alternativas.
La literatura, ¿construye ciudades?
Si seguimos con todo lo que ya hemos hablado, tendríamos que decir que construye imágenes y puebla de sentido a algunas de ellas. No hay ejemplo más claro de esto que la construcción de un imperio, lleno de ciudades y de mundos y humanos y no humanos, que Marco Polo produce en la mente de Kublai Kan, y que en el lector produce la ficción de Italo Calvino en Las Ciudades Invisibles.
En Itinerancias hemos llegado a la ciudad después de dos periplos de lecturas por “la casa” y “la vida nómada”. ¿Te parece que son tres conceptos que aunque son en apariencia diferentes son indisolubles?
Desde el pensamiento de Francesco Careri (con quien hemos tenido la fortuna de compartir caminatas y conversaciones) podrían entenderse tres momentos o movimientos que son clave del quehacer arquitectónico, pero que, a su vez, son lectura de las posibilidades históricas de las itinerancias humanas: pasear, detenerse y hospedarse. A cada uno de estos, Careri les ha dedicado un libro completo.
El primero se refiere a la caminata, nuestra relación con el paisaje y el movimiento de los cuerpos a través del territorio. Estos “walkscapes” consolidan el andar como una práctica estética y podrían ser leídos como la vida nómada, la pre-arquitectura o la anti-arquitectura. “Detenerse”, sugiere la construcción de los espacios, la inquietud o intención de detenerse, el deseo de construir o alterar un lugar, tan presente en la arquitectura. Y, en “Hospedarse”, una serie de epifanías reflexionan acerca del espacio como ese umbral en el que puede ocurrir la transformación de lo externo en íntimo, lo desconocido en habitual, lo foráneo en amigo; un espacio de reciprocidad. Ahora bien, estos conceptos son indisolubles el uno del otro, no porque sugieran determinación de cómo se hace la vida en la ciudad, sino por todo lo contrario. La vida nómada, la casa como lugar, y la ciudad (no sólo como edificios y calles o espacio narrado) sino como escenario de encuentro con los demás, son una misma cosa porque las ciudades y el futuro son devenir y nunca un producto finito o determinado.
Francisco Paillie Pérez es psicólogo social con un máster en ciudades. Basa su carrera en un enfoque multidisciplinar que combina psicología, urbanismo, arte y tecnología y otras disciplinas relevantes para abordar los retos urbanos y promover la participación ciudadana en la transformación de las ciudades. Últimamente reflexiona sobre las “infraestructuras para el parentesco humano, no humano y más que humano”, ya que considera que los lugares (naturales o construidos) deben fomentar una relación armoniosa y recíproca entre las diferentes formas de vida y su coexistencia en el futuro. Utiliza el caminar como práctica para investigar territorios y conectar con individuos y comunidades. Su trabajo se centra en la conceptualización de procesos de diseño, la generación de estrategias de intervención del espacio público, así como la consolidación de metodologías y herramientas alternativas para pensar la vida en las ciudades. Es editor de la revista DERIVAS y director de proyectos de dérive lab.