Gracias por la música

Durante las proyecciones en España de la película argentina Luna de Avellaneda, hace de eso ya más de veinte años, a alguien (no sé si sería la productora, la distribuidora, el propio cine al que yo fui a verla, porque desconozco si esto lo hicieron en otros cines) se le ocurrió la idea de entregar, junto a la entrada,  un papelito (analógico, sí), con un minidiccionario argentino-español. Ayudaban o creían ayudar así al pobre espectador español, nada acostumbrado a los vocablos y expresiones rioplatenses, a comprender mejor los diálogos de esa película proyectada en un castellano que no era el de la Península.

Hubo a quien esta idea le pareció innecesaria; para otros (me incluyo en este grupo), la iniciativa resultaba simpática. Otros, sin embargo, lo entendieron como una ofensa: por qué traducirlo cuando los hispanoparlantes sudamericanos habían tenido que “soportar” siempre infinitas ediciones en el castellano de España.

Más allá de las reacciones, esta historia no hace sino ilustrar el eterno debate de la apertura (o cierre) española a los diferentes castellanos y, por ende, a autores y obras escritas en esos castellanos. Si los lectores no lo aceptan, las editoriales no abren puertas. Oferta/demanda. No hay más. Recordemos, sin embargo, que la anécdota pasó hace más de veinte años y que, en todo este tiempo, la lengua y los oídos de este lado del charco han recibido nuevas músicas, una nueva semántica, una nueva gama de colores. Los lectores pudieran estar ya preparados para esa apertura, quizá.

¿Y los editores?

Apoyos hay. No sé si los suficientes, pero los hay. Hablemos, por ejemplo, del encuentro que tuvo lugar hace unos meses, en el que 24 editoriales independientes que publican en España se reunieron para hablar y mostrar a los lectores que pueden acceder a muchos más poetas, narradores y ensayistas latinoamericanos que los que aparecen en las listas y acaparan la publicidad, los escaparates y los espacios de la crítica y del periodismo cultural. La finalidad, según explicaban los organizadores de la reunión, era conocer las experiencias como editores, compartir problemas e inquietudes, buscar soluciones y proyectos comunes. Pero también que los lectores los conozcan en persona, que puedan escucharlos, comprar sus libros y charlar con ellos de forma íntima.

Este primer encuentro se realizó altruistamente, sin ayudas económicas, gracias a la iniciativa de las editoriales Lastarria & De Mora, MilMadres, Libero y La Huerta Grande, además de haber contado con la ayuda de la gestora cultural chilena Regina Rodríguez.

Dejamos abajo el listado de las 24 editoriales participantes en esta gran iniciativa, pero añadimos algunas más por su constante respaldo y contribución a la entrada de autores sudamericanos en territorio peninsular: Páginas de Espuma, Almadía, La Garúa Poesía o Editorial Gavriola.