La autora de La hija de Marx, El libro de los viajes equivocados, La muerte juega a los dados, La biblioteca del agua o Todo lo que crece nos regaló en 2020 un libro que indaga de lleno sobre la cuestión del exilio, sobre la ruptura de salir huyendo de un país para llegar a otro que, en ese momento, no es tu casa. Clara Obligado nació en Argentina y llegó a España en 1976 escapando de la situación política de su país. En Una casa lejos de casa explora hechos y emociones, en una obra híbrida en cuanto al género, como las anteriores, y también como aquellos «autores del exilio, migrantes, transterrados, anfibios, que fluían, navegaban por afluentes no habituales».
En una Casa lejos de casa es donde exploras de manera palpable el conflicto personal que es el exilio. Pero ya antes en tu obra hay algunos indicios. El dolor, aunque no se quiera, ¿termina por salir por algún lado?
La persona itinerante tiene una herida muy clara, que puede ser por diferentes razones, por emigración o por lo que sea. El exilio puede que sea una de las formas más violentas aunque no lo fue tanto en mi caso particular, es decir, yo no llegué en una patera, yo llegué en un avión, a un aeropuerto, pude gestionar papeles. Dentro de todo, pese a todas las cosas que me pasaron, hay situaciones mucho más difíciles que la que me tocó vivir a mí. Pero creo que esa herida está siempre, pero que también puede ser una herida fecunda. No me gusta ver la trashumancia o el exilio o como quieras llamarlo, no me gusta verlo sólo como un hecho negativo.
Me parece que también es, como Clarice Lispector decía, una herida fecunda: desde las heridas también salen cosas, porque si no parece que el extranjero fuera siempre un ciudadano de segunda y creo que no es así. En realidad vierte al país donde llega un montón de potencia que trae del país que ha dejado. Muchas veces es el más valiente, el más atrevido, el más creativo, el más contestatario, es decir, las virtudes pueden ser muy importantes. Es cierto que es una situación difícil, pero también es una situación de una cierta superioridad. No lo digo por mí misma, lo digo porque vengo de un país de migrantes y sé lo que los migrantes pueden hacer por un país.
Me gustó el término que usas en el libro de migrante como “anfibio”, ese ser que puede sobrevivir en dos contextos muy distintos y aportar algo a los dos. Es ese ser superior que comentas.
Al tener dos culturas, puede tener dos mil, es decir, la persona que se va, o al menos como yo lo analizo, pierde su patria, no vuelve a tenerla, se convierte en una persona herida, fragmentada, pero ese fragmento también es una disposición al cambio. Un poeta palestino dice “Nos hemos desprendido del peso de la tierra, de la identidad, qué haremos, qué, sin el exilio”.
La tierra puede ser un peso. El que nunca se ha movido tendrá una vida más cómoda pero también carece de un montón de cosas. Me parece también que no es que uno tenga dos patrias, sino que uno pierde el concepto de patria, que es distinto. Cierto que yo amo mucho a Argentina y a España pero en ninguno de los dos lugares me siento en mi casa. Por eso escribí Una casa lejos de casa. Siempre te sientes echando de menos algo. La nostalgia está incluida en el paquete de viaje.
Has manifestado en alguna ocasión que te identificas con el concepto de extranjera, y de hecho el título del libro es Una casa lejos de casa. La literatura extranjera.
No soy española, esto me lo hacen notar todos los días en algún momento. De la misma manera, cuando voy a Argentina me hacen notar que no vivo allá. Y es verdad, no vivo allá. Yo creo que, a partir de los diez años uno pierde el contexto, pierde la manera de hablar, pierde el idioma, los últimos programas de televisión, la charla cotidiana. Y eso es así, es la parte negativa, pero a la vez, estás atento, más despierto, eres más sutil con respecto a los cambios de los demás. Yo creo que, como todos los dolores, se puede gestionar de una manera positiva, porque al final la vida tranquila tampoco es una gran virtud, es un aburrimiento.
Desde una vida plana, poco vas a poder aportar.
Claro, se dice que perder las raíces es un problema, pero tener sólo una también. Me interesa mucho la botánica, pienso mucho en el tema de las raíces, qué hacen los árboles con las raíces, hacen todo lo que pueden por moverse. Se fecunda más lejos, tiran las semillas. Intentan un viaje porque el viaje está en la historia de la Humanidad. La cosa es cómo lo gestionamos y creo que no es superior la persona que no se mueve de su tierra. Es una persona con otras condiciones, simplemente.
En el libro, ese corte que es la salida del país queda reflejado con una hoja en negro.
Sí, el libro está dividido en dos partes: Argentina y España, es decir, En casa y Lejos de casa y en el medio, en lugar de hacer una narración de la violencia, porque creo que la violencia es ya conocida y no hace falta volver sobre ella, pusimos una página en negro, que es como una caída dentro de un pozo, es como caída y resurrección, resurgimiento. Yo soy escritora y pienso que toda la literatura surge de este desgarro, empezando por la Odisea, que es el gran libro de los viajes. La novela es un género que está ligado a la trashumancia.
Si no hubiéramos sido trashumantes, no hubiéramos colonizado el planeta, sea esto buena o mala idea. Es decir, si no nos hubiéramos movido, no hubiera habido cultura, seríamos amebas. El sentido mismo de salir del mar ya nos lleva a movernos. Yo creo que hay que negarse a que la trashumancia sea un hecho negativo y patético, quizá haya que pensar que el estar quieto es patético. Creo que nuestra condición es esa, movernos. Ahora, evidentemente, quien se mueve pierde parte de su vida también. Calculo que una persona que sale de su país pierde al menos diez años de vida, en el sentido de adaptarse, aclimatarse, buscar un lugar, buscar una casa, un trabajo, es así, hay una pérdida que hay que reconocer, no todo es ganancia.
Pero estos procesos de salida y llegada no siempre son iguales. No es lo mismo el exilio que la migración o que el viaje permanente.
Yo creo que el exilio es destierro o entierro, que decían los romanos. El exilado es una persona que no puede volver y en este sentido no podemos decir que el Rey de España es un exilado, es un prófugo, que es distinto. Creo que cada cosa debe tener un nombre, tiene que ser nombrada. Pero no necesariamente mi exilio es más duro que la emigración de alguien que se mete en una patera. No estamos haciendo un concurso de sufrimiento, sino que estamos tratando de analizar las circunstancias de cómo llega una persona.
Yo he hablado mucho con gente que se va y me interesan mucho las razones. Por ejemplo, hoy en día hay muchos argentinos que vienen con dinero, que se establecen. Pero tampoco creo que le falte dolor a esa decisión. Es una decisión más fácil, más cómoda, hay un futuro, un proyecto, mientras que el exilio solo tiene pasado. El futuro hay que imaginarlo, pero no existe, uno muere cuando se va del país. De alguna manera, muere, porque si no, moriría dentro del territorio. Hay mucha gente que no puede salir de allí y también pasa que la gente muere joven después de los exilios.
La melancolía los mata. No ha sido mi caso. Yo tomé la decisión de cierta alegría radical, pensando que me salvé de una situación, que huí de esa situación y que quise esa situación en cierta medida, porque tenía una postura política. Yo creo que si quiero ser coherente con ello tengo que seguir viviendo de la manera que tenía que vivir cuando estaba en mi país. Si me entregaba a la melancolía, me habían ganado. Lo tuve enseguida muy claro. Mi decisión fue esa: elegir una alegría radical, un optimismo radical que permita la construcción de otras utopías. Veo las cosas de otra manera, pero creo que el espíritu de utopía lo sigo manteniendo. Para mí sigue siendo importante.
La pérdida, la búsqueda de identidad, la adaptación ¿cómo se refleja en la escritura? ¿Cómo asume el escritor este proceso, cómo incorpora las nuevas influencias a su escritura, sobre todo en este caso en el que el idioma es el mismo, pero diferente?
Sí, es como un castellano dentro de otro castellano. Si mi situación fuera vivir en Alemania mi castellano se mantendría intocado. Me pasaría lo que le pasó a Cortázar, que hablaba un argentino un poco antiguo porque las lenguas se mueven, sobre todo dentro del habla y uno termina hablando de una manera un poco peculiar. Pero no es el caso de las personas que vivimos en otra comunidad donde se habla castellano también y en una comunidad, como es España, que cree que es dueña del castellano.
Es curiosísimo, a mí esta idea de que alguien pudiera ser dueño de un idioma, es algo que descubrí aquí porque siempre pensé que el idioma era de todo el mundo. No se me había ocurrido que un idioma pudieras percibirlo como algo propio. Propio puede ser un par de zapatos, pero un idioma me parece que es una construcción colectiva, dinámica y creo que decidir hablar de una manera u otra va en contra de lo que es un idioma: el idioma te filtra, te atraviesa. Lo que sí es cierto es que, al ser escritora, yo reflexiono muchísimo sobre este tema, lo pienso todo el tiempo y he tomado distintas posturas. Una es reconocer que yo hablo argentino, sigo hablando cuarenta y pico años después en argentino.
Entonces, el tono, mi música sigue siendo esta, pero mi semántica no, ha variado, porque doy clase todo el tiempo, porque creo que la lengua es comunicación, porque me gusta cuestionarla, me gusta reírme con mis alumnos, yo les digo la población nativa. Y veo a otros extranjeros que tienen la misma problemática y me preguntan y yo les digo que hagan lo que les venga bien, lo que salga: el idioma es movimiento. Ya puede estar la Academia discutiendo los acentos durante diez años, que la gente hará lo que quiera. El idioma surge de abajo hacia arriba y no al revés.
Creo que ahora hay una literatura latinoamericana muy potente que está destinada a cambiar el castellano porque ha traído al lugar que se considera central, aunque no lo sea, todas las variaciones posibles. Entonces, por ejemplo, me encuentro con Mónica Ojeda, que es ecuatoriana y quizá me lleve una palabra de Mónica Ojeda o una amiga mexicana me dice “apapachar” y pienso esta palabra no la tengo y la puedo usar también. Yo lo vivo como un proceso de enriquecimiento y de crítica al nacionalismo, que me parece muy interesante.
España, ahora, por fin, está recibiendo todas estas influencias, se está publicando a autores sudamericanos, que cuentan con el apoyo de determinadas editoriales y libreros.
Es así, pero también veo con preocupación otras iniciativas. Por ejemplo, está por salir una Antología del cuento fantástico español, y yo esto lo veo como una postura defensiva. Primero, esto es no entender lo que le pasa a un latinoamericano que viene; segundo es no vivir con felicidad aquello que es nutriente, porque por ejemplo Mariana Enríquez es un regalo para España o Samanta Schweblin, Mónica Ojeda, son regalos.
Cuando llegué a España, oí algo bastante terrible, en una charla en el Círculo de Bellas Artes, donde un escritor muy importante dijo: “Nunca más permitiremos un boom”. Me quedé pasmada. Primero “nunca más” y luego “permitiremos”. ¿Tan poco solidario eres y tan poco vivo con respecto a la riqueza del idioma? ¿Aquí también vamos a poner una frontera? Entiendo la sensación del escritor español que sale del franquismo y de pronto le caen encima García Márquez, Vargas Llosa, los grandes monstruos del boom, pero bueno, vivámoslo de otra manera, al menos seamos discretos con nuestras propias miserias intelectuales. Creo que este debate también es interesante.
Pero, ¿no hay también en esa situación una postura del escritor varón castizo conservador de la España de posguerra?
Sí, yo creo que en este sentido el feminismo ha venido a traer una visión sofisticada de las cosas. Yo creo que percibo muchas cosas porque soy mujer y estoy preparada para leer la pequeña historia, los límites, las fronteras del día a día, los roces y esto nos prepara para reflexionar sobre las fronteras del idioma también. Creo que el feminismo es la ideología que nos ayuda a pensar el presente desde distintas ópticas. Es tanto sensibilidad como un corpus teórico que no estaba en la cultura masculina y que ha venido a enriquecer el pensamiento, no solo de las mujeres sino de cualquiera que se acerque a esta manera de pensar.
¿De qué manera la pérdida y la búsqueda de identidad influyen en la escritura y al revés, cómo estas influencias contribuyen a crear una nueva identidad?
Terminamos construyendo una identidad muy líquida. De todas maneras, yo nunca he leído literaturas nacionales, no me parece un recorte que a mí me interese. Leo mucho a autores que viven fuera de su país. En este sentido, puedo estar nutrida por escritoras árabes que viven en Francia, o africanos. Al final es todo como mucho más mezclado. Los escritores desplazados o mestizos o anfibios representamos bastante la modernidad. Esto es lo que nos está pasando. La gente incluso se va por un tiempo a vivir a otro lado porque le da la gana. El mundo es de otra manera ahora. Estamos conectados permanentemente por las redes. Lo nacional suena muy defensivo, me parece que te empobrece, aunque todos tenemos derecho a amar nuestra pequeña tierra.
¿Sería mejor hablar de culturas antes que de fronteras?
La frontera es hacer frente, de luchar, de pelear. Pon una frontera y tendremos una guerra. A mí no me interesa como forma de vida. Creo que habría que pensar otros sistemas. Ahora bien, que al mundo rico le vienen bien los esclavos y dejar a la gente sin papeles, viniendo y viviendo en condiciones penosas hace que tengas una mano de obra muy barata. Tampoco seamos cínicos. No todo es tan poético y tan naif, detrás de todos estos conceptos están las ideologías y un neoliberalismo salvaje. Lo menos que podemos hacer es ser críticos con esta situación.
¿Qué responsabilidad tiene el escritor? ¿Eres defensora del escritor socialmente comprometido?
Creo que la literatura no es un lugar de denuncia, es más compleja que eso. Puede ser denuncia o no. Yo por ejemplo trabajo mucho con la estructura de los textos, trabajo con una estructura descolocada, incómoda que obliga al lector a moverse porque así me siento yo en el mundo, descolocada, incómoda. A veces, represento, como en Una casa lejos de casa muy claramente el conflicto y a veces no. Por ejemplo, en La hija de Marx, hablo permanentemente del exilio, del desplazamiento, en el siglo XIX, de las mujeres, de los cruces de fronteras. Hay muchas maneras de acercarse. No creo que debamos limitarnos a algo sociológico.