Los espacios, sobre todo los interiores; el discurso que construimos y nos construye; el sentimiento de pérdida del yo a través de la desvinculación social; las carencias, esos huecos afectivos, son conceptos recurrentes en los libros de Juan Trejo. Nela, su novela más reciente, es una indagación, una exploración, un tema, el de la búsqueda, que también abordó en libros previos. En este espacio, nos comparte sus impresiones sobre su libro más errante, La otra parte del mundo.
La otra parte del mundo presenta a un personaje que ha estado errando. Se encuentra justo en el punto de retorno, en el momento en el que hay algo que le interpele a regresar.
Sí, de hecho la historia comienza de ese modo. Tampoco sabemos muy bien exactamente por qué este hombre ha elegido vivir así, al menos durante esta época de su vida. Tampoco creo que esté en un proceso voluntario de vuelta a casa, aunque acaba siendo eso cuando se da cuenta de que lo que él necesita son sus afectos, más que un espacio físico concreto.
Obviamente la gente está vinculada a un lugar y la vida de uno también está vinculada a un lugar, incluso a que se esté moviendo. Pero lo que le pasa a este personaje es que, volviendo a su ciudad o a la ciudad donde él formó su familia para ver a su hijo, se da cuenta que su lugar es donde esté su hijo y donde esté la mujer que ama, que sigue siendo su ex-esposa.
Vuelve a esta ciudad, pero sobre todo a las casas en las que vivió con su familia, a las casas familiares o los lugares familiares.
Para mí es una obsesión la cuestión de los espacios y tenía muchas ganas de escribir sobre alguien que tuviera el mismo tipo de obsesión, por decirlo así, con la idea de la casa más incluso que del hogar, o sea, lo que es puramente el espacio interior, que para mí es una cosa fundamental, esa relación que mantengo con los lugares en los que estoy bajo techo. Y sí, me gustaba mucho esa idea de que este personaje, cuando empieza a darse cuenta de que echa de menos algo, vaya buscando el rastro de ese algo, porque todavía no sabe bien de qué se trata, en aquellos lugares en los que fue feliz o estuvo a gusto o tal vez tenía aquello que ahora echa de menos. Que recorra la ciudad casi de manera inversa a través de los lugares en los que ha querido vivir me parecía interesante, casi como viaje a la semilla, a la esencia de las cosas.
Además, el personaje es profesional de las casas, es arquitecto, y esto implica que encuentre algo un poco más especial en esos espacios, los percibe de otra manera.
Sí, quiero creer que sí, yo quería ser arquitecto de jovencito. La arquitectura para mí siempre ha tenido un valor especial en mi concepción estética e incluso ética, un poco por lo que te decía antes también. He leído mucho e incluso he hecho viajes en busca de determinados edificios y casas que me interesaba ver. Necesitaba un personaje que tuviera ese tipo de mirada también y quién mejor que un arquitecto para eso, para hablar, para dialogar con los espacios. Este personaje, además, ha visto detenida su carrera, su actividad profesional y eso le lleva a ser un poco nómada o a itinerar por el mundo de casa en casa. Son casas prestadas, una idea que a mí me gusta mucho, que me interesaba precisamente por eso, porque hasta qué punto los espacios son de alguien más allá de aquel que los sabe ver y los sabe habitar. Este personaje me permitía todo eso.
Claro, porque además es algo que también contribuye a esa atmósfera un poco de distanciamiento y alejamiento, de no estar en esta parte del mundo. El hecho de que viva de casa en casa prestada, de no disponer de un espacio propio, que has hecho propio, eso te mantiene un poco alejado de la vida.
Para mí la idea, y no sé si es algo que queda reflejado en la novela, de algún modo cuando este hombre pierde su esencia también pierde la potestad para tener un espacio propio. Es lo contrario casi a la idea de Virginia Woolf de la habitación propia, pues él no puede tener casa propia, porque ya no sabe quién es la persona que habitaría esa casa. Él puede estar en lugares de paso, en lugares prestados, más o menos adaptándose a ellos. Vemos incluso, en su periplo por Barcelona, la casa que no llegó tan siquiera a habitar, porque ya estaba perdiendo de algún modo la esencia de su persona, y es un lugar frío y deshabitado, un poco como es él.
Sin embargo, sí puede vivir temporalmente en aquellos lugares en los que le dejan un pequeño hueco, un pequeño sitio y se puede adaptar a eso y de hecho da la impresión de que no se movería si los plazos de la propia hospitalidad no se acabaran un poco y no le obligaran a dar un salto e ir a otro lugar, hasta que de algún modo, da la vuelta al mundo para volver a casa.
Otro elemento que contribuye a ese alejamiento, que para mí es un acierto, es la elección de quién cuenta la historia. Tenemos a un narrador que nos cuenta una fábula, que introduce también el paralelismo con la historia del Mago de Oz. Ese narrador nos va llevando hasta el descubrimiento íntimo del personaje, desde un alejamiento inicial muy fuerte hasta un acercamiento bastante íntimo. Entonces, es un guía en esa búsqueda del protagonista tanto para el personaje como para el lector.
Sí, la elección del narrador para mí fue lo más importante y lo más complicado también de esta historia. Yo sabía desde el principio que tenía que tener un aire fabulesco, de cuento, un poco de, bueno, como esos personajes que han salido de casa y se han perdido y tienen que volver y no saben muy bien cómo. Obviamente, de ahí el paralelismo con la historia de Dorothy y del Mago de Oz, esta muchacha que de repente se ve en un tornado que la lleva a otro lugar y su única obsesión es volver a casa.
En este caso, el protagonista no sabe exactamente que quiere volver a casa pero todo el movimiento le va llevando, después de todo, a volver a casa. Ese narrador que tenía que tener algo de eso, de los narradores de cuento, tenía que estar siempre un paso o varios pasos por delante del propio protagonista. Es un uso del punto de vista un poquito desplazado y realmente yo estoy muy satisfecho de esa voz narradora porque como de lo que se habla es de un personaje bastante aséptico o sin contenido.
Necesitaba entonces una voz narradora que sí tuviera personalidad, que sí tuviera carácter. Por eso no sólo va un poco por delante de lo que le ocurre al personaje, sino que parece que sabe más de él que él mismo y lo puede juzgar y mantener como cierta distancia. Esa tercera persona me permitió hacer un poquito ese doble juego.
Por una parte, ver lo que ve el protagonista pero también ver algo más, ver un extra, ver un poco hacia dónde puede, hacia dónde va a ir. Es un poco como aquellos libros que leíamos, de elige tu propia aventura, donde te daban varias opciones pero el narrador sabe hacia dónde van a ir esas opciones. Eso me ofrecía una libertad como no he tenido en ningún otro libro de juzgar al personaje sin que eso acabara con la historia, que eso no impidiese de algún modo un cierto, inevitable, innecesario grado de identificación con el personaje, con un personaje con el que es difícil identificarse porque parece vacío o carente de una personalidad concreta.
Ese camino, ¿es entonces una búsqueda de identidad?
Lo que pasa es que, en teoría, es uno de esos personajes que ya debería saber quién es, es padre, ha sido marido, es un hombre con una trayectoria profesional, en teoría tendría que saber bien por dónde anda pero resulta que en ese momento de su vida no lo sabe. También tiene ese problema con el oído, con el sentido del equilibrio, que le impide eso, saber exactamente dónde está su centro y no es hasta que ve a los demás, hasta que piensa en el amor, que no recupera, un poquito al menos, un horizonte, saber hacia dónde tiene que ir.
En ese camino encuentra una serie de pistas, esos grafitis, que él interpreta como marcas significativas en su exploración.
Esa idea también es algo que me fascina. Supongo que tiene que ver con mi formación filológica, no lo sé, o con mi fascinación por las investigaciones, la búsqueda del santo Grial, cuando seguimos las pistas que van conduciendo hacia algo y que da la impresión de que siempre son inevitables, si consigues la pista 1 te llevará a la pista 2 y la 2 a la 3 y eso te ayudará a resolver el misterio.
Siempre he pensado que en la vida eso es bastante más complicado y que, en general, somos nosotros quienes tenemos que elaborar un discurso según las pistas que hemos encontrado, las tenemos que unir de una manera muchas veces aleatoria. En este caso, el personaje elige creer en algo. Existen esos grafitis, tenemos que fiarnos de que existen, tenemos que fiarnos que muestran eso. Pero realmente el narrador lo que permite es decir, bueno puede ser esto, puede ser otra cosa. Seguramente su voluntad de llegar a un sitio le lleva a ver una unión entre esos grafitis o esos dibujos que son además medio rupestres, como si fueran de las cuevas de Altamira, para volver a algo esencial. Esa idea de que suele ser la mirada la que une las pistas y les da un sentido, es algo que realmente me persigue porque he escrito sobre eso en diferentes lugares, esta cosa de encontrar objetos y decir, puedo leerlos creando una historia o simplemente pueden quedar así de manera completamente incomprensible para mí porque no tienen discurso y lo tengo que crear yo. Forma parte de mis obsesiones, supongo, junto a los espacios, el discurso, la generación de discurso.
En tus historias, no solo en La otra parte del mundo, se repite ese tema de la indagación siguiendo pistas, esa construcción de historias a partir de las señales que encuentran los protagonistas. Pero al final, ¿en la vida también es así, estamos construyendo historias y si no las construimos parece que no existe lo que estamos viendo?
Tal cual. El otro día leía en un libro de Galder Reguera, que no somos nada si no somos narrados o si no nos narramos a nosotros mismos. Eso es la construcción de los recuerdos y la memoria. La identidad se basa en esa voluntad de unir puntos, de unir recuerdos o de unir experiencias y darles un sentido más o menos unitario o lineal. El vértigo que provoca que no haya hilazón es lo que lleva a este personaje a no saber exactamente dónde tiene que estar o qué tiene que hacer, porque de algún modo ha perdido su discurso. Empieza a elaborarlo de manera muy sencilla cuando se dice “estos grafitis van juntos y tal vez tienen algo que ver con mi hijo y a lo mejor eso es lo que me lleva a mi hijo”.
Cuando uno es incapaz de dar ciertos pasos o cuando uno tiene ciertos problemas de comunicación con los demás, si no crea ese tipo de cosas, que muchas veces no llevan a nada o llevan a caminos sin salida, es muy difícil que vuelva al mundo, que vuelva a las relaciones humanas, a la comunicación.
Como decías, para mí son cosas que se repiten porque la búsqueda del santo Grial, de esa esencia, dile como quieras, siempre me ha perseguido. Inevitablemente, escribo de un modo o de otro sobre esa búsqueda y, sobre todo, sobre la búsqueda del santo Grial como símbolo.
Hablas de conexiones, de vínculo social, de comunicación, que es algo muy interrelacionado con lo lingüístico. ¿Es necesario disponer de esos enganches para mantener el tejido social y con ello construir nuestra historia?
Somos animales de lenguaje, habitamos el lenguaje, sin él ni siquiera sabemos si vivimos o no, seríamos impulsos, instintos. Si no tenemos la capacidad de utilizarlo, no tenemos casa, no tenemos un lugar porque es eso, nosotros vivimos en ese discurso. Es fundamental tenerlo con uno mismo y sobre todo también con los demás. Si no existe comunidad, no existe un vínculo que para nosotros como humanos es fundamental.