Es inevitable no encontrárselo en el camino, por su omnipresencia, por sus numerosas reflexiones sobre la cuestión, por las incontables referencias ajenas, porque, en realidad, todo vuelve a él en esta mi casa, mi refugio literario. No quería, de verdad, arrancar en este territorio, en el de las dos orillas, en el de Julio aquí y allí, en el del tablón que une los dos mundos. Pero, es así, es inevitable si busco cómo explicar la escritura entrelugares, la escritura del que quiere llamarse exiliado, del migrante, del que mira su lugar de nacimiento desde una distancia próxima.
Para Cortázar huir de un Buenos Aires provinciano hacia la idealizada capital francesa supuso una transformación, una de las más remarquables, de la escritura. En Cortázar alcanza fondo, forma y proyección (deja el elitsimo estilista, asume riesgos experimentales, incluye la lucha sociopolítica, en fin, todo eso que ya sabemos). Como explica en Revelaciones de un cronopio (Bermejo), el París de entonces es un catalizador que le permite transformar las nuevas experiencias en algo nuevo, cuyo sentido debía revelársele solamente mucho más tarde. Sirviéndose de una metáfora diferente y algo dramática, describe la significación que París tuvo para él como su camino de Damasco, la gran sacudida existencial. Y es esto, y su búsqueda de identidad entre la vieja y la nueva, lo que le permite donarnos su gran obra.
Cortázar es consciente de que su existencia en París constituye una solución personal que no puede generalizarse, aunque a la larga es lo que hace. Y en bastantes ocasiones, partiendo del hecho innegable de que una cantidad respetable de escritores latinoamericanos han empezado a escribir, o han escrito tal vez lo más importante de su obra, en Francia o en algún otro país europeo, pretende que el hecho de estar geográficamente en otro lado hizo todavía más intensa esa toma de conciencia en tanto que escritores latinoamericanos.
El escritor argentino asumió la responsabilidad de la defensa lationamericana desde su exilio voluntario y se defendió ante quienes le acusaban de no tener derecho a levantar esta bandera. Para Cortázar “el exilio enriquece a quien mantiene los ojos abiertos y la guardia en alto. Volveremos a nuestras tierras siendo menos insulares, menos nacionalistas, menos egoístas; pero esa vuelta tenemos que ganarla desde ahora, y la mejor manera es proyectarnos en obra, en contacto, y transmitir infatigablemente ese enriquecimiento interior que nos está dando la diáspora”.