Supone que el viaje terminará cuando se agote el combustible, cuando el sueño le venza, cuando el estómago le reclame, cuando la urgencia física del contacto le reclame.
Espera alguno de estos momentos y, mientras, marcha, circula, observa y, sobre todo, piensa. Piensa que la vida va y vuelve, que el camino regresa y no avanza, que sería estúpido creer que allá, del otro lado del muro, otros humanos construyen casas.
Sigue y piensa.
Se mantiene en el círculo maldito que circunda la ciudad.
Sigue, no queda otra. Porque, en el diseño, no soñaron salidas.