Retrato lumpen de Odesa

Podríamos decir que las historias que Isaak Bábel despliega en sus Cuentos de Odesa nos remiten al lumpen de la ciudad, a los barrios del margen, a las personas que se encuentran en los bordes de la sociedad. Pero, sentados en el muro del cementerio, repasando lo que fueron las vidas de estos personajes, ese halo lumpen se evapora para crear una atmósfera densa, que impregna pensamientos, que agota las emociones; un espacio donde las cosas se hacen “al modo de Odesa”.

Los cuentos, que podemos disfrutar ahora en una fantástica edición de Nórdica ilustrada por Agustín Comotto con traducción de Marta Sánchez-Nieves, basculan entre los contubernios de la colectividad judía de la ciudad y la mafia eslava que gobierna el porvenir de los habitantes de la población ucraniana.

Las historias, que giran en torno a un personaje central, Benia Krik, nos sitúan en esta ciudad portuaria, Odesa, en los primeros años del siglo XX, cuando el perfil era bien diferente al actual porque este estaba dibujado por la presencia de la idiosincrasia judía. Era un judaísmo precario, marginal, pero intensísimo que estuvo presente en la Galitzia austriaca, Polonia, Ucrania y que fue relatada en el cine (Andrzej Wajda), o en la literatura no sin consecuencias negativas (recordemos que Isaak Bábel, fue asesinado por Stalin).

Los cuentos de Odesa (publicados originalmente en 1931, aunque la obra fue escrita en la década de 1920) es un conjunto de relatos que exploran la vida en la ciudad portuaria de Odesa, en la actual Ucrania. Gracias a la mirada aguda de Isaak Bábel, nos sumergimos en un mundo lleno de violencia, corrupción, humor negro, pobreza, y contradicciones, donde la vida se juega en los márgenes de la ley o más bien, que sigue las normas de esa otra Odesa, construida por los protagonistas de estas historias.

Una flânerie desenfocada

Los personajes nos llevan a los lugares más sombríos de la ciudad, quizá no la real, donde conviven malhechores, mafiosos, pillos de medio pelo, prostitutas; nos acompañan en una flânerie desenfocada por los callejones más sucios, por los lugares donde habitan los muertos, por los espacios donde la violencia y la traición campan a sus anchas. Bábel logra transmitir una atmósfera densa y sombría, entrelazada con momentos de humor sardónico.

Uno de los elementos más destacados de Los cuentos de Odessa es su personaje central: un godfather eslavo y judío hecho a sí mismo y que tiene la capacidad de articular la complejidad de la vida en los bajos fondos. A través de sus relatos, Bábel revela las profundas tensiones sociales y políticas del momento, especialmente en un contexto revolucionario como el que se vivió tras la Revolución Rusa de 1917.

La prosa de Bábel es a menudo comparada con la de escritores como Anton Chéjov o Fiódor Dostoyevski, dada su habilidad para describir la complejidad humana con una economía de palabras. El tono general de los cuentos varía: de la desesperanza y el sufrimiento más visceral a destellos de humor negro, pasando por momentos de surrealismo que desafían las convenciones de la narrativa realista. La amalgama de sensaciones provoca que la lectura de esta obra sea inquietante, pero también profundamente atractiva.

Además de su estilo y sus personajes, Los cuentos de Odesa pueden ser vistos como una reflexión sobre la identidad judía en un contexto de agitación política y social, y sobre la influencia del crimen organizado en la vida cotidiana de la ciudad. La obra también plantea preguntas sobre la moralidad, la ley, la justicia y la supervivencia en tiempos de caos.

La ciudad como personaje

Uno de los personajes fundamentales de las historias de Bábel es la propia ciudad de Odesa.  No solo es el escenario en el que se desarrollan los relatos, sino que su espíritu y las complejidades sociales y culturales que caracterizan a la ciudad impregnan cada historia. Es necesario recordar que en el momento en el que el autor escribió los cuentos, era un puerto bastante cosmopolita. La ciudad era conocida por su mezcla de etnias (judíos, rusos, ucranianos, griegos, armenios, entre otros) y por su carácter vibrante, pero también por su lado más oscuro: el crimen organizado, la violencia y la corrupción.

Esta complejidad y diversidad se ve reflejada en Los cuentos de Odesa, donde la ciudad se presenta como un lugar lleno de vida y de muerte, de personajes marginales, de contradicciones y de una atmósfera tensa. Bábel, nacido en Odesa, conoce profundamente los rincones más oscuros de la ciudad y lo plasma con una mirada detallada y penetrante. La ciudad no es solo el fondo donde los personajes se mueven; es un ente que influye directamente en las vidas de esos personajes, dándoles forma, contexto y a veces hasta un destino inevitable.

Uno de los aspectos más destacados de los relatos de Bábel es su enfoque en el crimen organizado, especialmente a través de los personajes que pertenecen a las mafias locales. En muchos de los relatos, como los que describen a los gánsteres, ladrones y soldados, Odesa aparece como un lugar donde el crimen es casi una parte natural de la vida cotidiana. Las calles de la ciudad, los bares y los bajos fondos, son los escenarios de muchas de las historias, y la ciudad parece operar bajo sus propias reglas, muy distantes de las convencionales o legales.

Bábel, sin embargo, no pinta un retrato unilateralmente negativo de la ciudad. Aunque la violencia y el crimen son protagonistas de muchas de las historias, también hay momentos de humor y de humanidad. Odesa es también un lugar de convivencia entre diferentes culturas, espacio para el desarrollo de tensiones y de interacciones, un sitio de caos pero también de vida, donde los personajes luchan por sobrevivir y encontrar su lugar en un mundo cambiante.

Odesa es el escenario perfecto para los relatos donde la frontera entre la moralidad y la inmoralidad se vuelve difusa. El retrato que Bábel hace de la ciudad es a la vez literario y realista, lleno de detalles que, a través de sus historias, invitan a conocer no solo la Odesa de su tiempo, sino también los aspectos más profundos y humanos de la existencia en una ciudad marcada por la complejidad y la diversidad.

Tenía que ser Bábel quien narrara Odesa. Ambos, ciudad y escritor, son indisolubles.

En la reseña que Antonio Múñoz Molina aporta en la presentación del libro en Nórdica, señala: «Babel poseía en grado extremo la cualidad de hacer suya imaginariamente una ciudad, de inventarla al mismo tiempo que la describía, convertida en un mundo orgánico, suficiente, cerrado sobre sí mismo, en el que cabían todas las posibilidades de la experiencia humana, de un localismo radical y universalizador, topográficamente meticuloso, como el de Joyce en sus evocaciones de Dublín desde Trieste o París, o el de Giorgio Basani siguiendo los pasos de sus personajes por las calles de Ferrara.

Babel es un heredero de Maupassant y de Chéjov con un humorismo picaresco de los bajos fondos, que lo mira todo como el niño judío estudioso y miope que fue, en su querida ciudad desordenada, portuaria y políglota, a la orilla del Mar Negro, como otra Marsella o Alejandría en un Mediterráneo más exótico, de comerciantes, rameras, ladrones, rabinos piadosos, criminales de buen corazón».

Isaak Bábel (Odesa, 1894-Moscú, 1940). De origen judío, pertenecía a la generación de escritores surgidos de la Revolución de Octubre. Sus primeros fueron publicados bajo la supervisión de Gorki, aunque pronto dejaron de aparecer en su periódico debido a su tono erótico y agresivo. Participó en la guerra civil y en la campaña de Polonia, experiencias en las que se basa Caballería roja (1926), donde da parte de las dos facciones de la Revolución, por lo que recibió algunas críticas. Con la consolidación en el poder de Stalin fue arrestado y fusilado por el régimen estaliniano, contrario al individualismo romántico de los primeros tiempos de la Revolución.

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