Edgardo Scott, en el ensayo Caminantes. Flâneurs, paseantes, vagabundos, peregrinos apunta que “se camina sin ver, sin contemplar, sin abandonarse al paseo; se marcha sin dejarse interpelar –interrumpir– por el paisaje, por lo visto y todo lo que surge. Ya no se vaga, y mucho menos se peregrina”.
Queremos preguntarnos sobre esta afirmación de Scott. Su ensayo recoge las tradiciones caminantes de la literatura, reflexiona sobre el acto de caminar, aquel que va más allá de poner un pie delante de otro o que nos permite desplazarnos. Propone el caminar como una manera de descifrar el mundo.
Pero en Itinerancias, nos preguntamos, tirando del hilo de esta reflexión de Scott, cómo caminamos ahora, cómo son los caminantes actuales, cómo el caminante construye o aprehende el espacio, cómo habita la ciudad, quiénes son los caminantes ahora (¿han dejado espacio a nuevos paseantes?).
Para intentar dar respuesta a estas cuestiones, en verano, regresamos al camino. Durante las próximas semanas, nos acercaremos a tres obras que, de una manera o de otra, nos caminan y narran el camino, con imágenes o sin ellas. En la ciudad o fuera de ella. En la historia colectiva o en la introspección individual.
Presentamos a Reyes, Jesús, Juan y Anna María, sus paseos, sus peregrinajes, sus reflexiones, sus itinerancias.
El Camino de Santiago, un viaje entre el cielo y la tierra
Es un libro cocinado con amor, mucho, a un camino que tiene un significado especial para los dos peregrinos que lo dan a luz. Jesús Tejel (maestro fotógrafo) y Reyes Lambea (caminante poeta) ofrecen un nuevo monumento del camino: aquel que querrán tener aquellos que ya han abrazado al Santo y aquel de quienes aspiran a hacerlo.
Es un libro para apresar el recuerdo, no el del dato, sino el de las emociones, el de las visiones, que impregnan el alma del peregrino. Va del cielo a la tierra, de lo global a lo concreto, de lo colectivo a lo individual, del amor universal al amor personal, del viaje total al interior. De todo esto, hablaremos con Jesús y Reyes, Reyes y Jesús, quienes nos descubrirán algún secreto más de la composición de esta obra magna publicada por la editorial zaragozana Prames.
La ciudad sin imágenes
Del camino a la ciudad. Pero una ciudad-concepto, una ciudad-idea que avanza tan rápido que es imposible abrazar. En este ensayo pintado por Juan Gallego Benot, las imágenes se nos pierden y el flâneur es ya un vagabundo sin rumbo, que no encuentra refugio sino en espacios fijos como un museo, un monumento absurdo, el metro y sus paradas sistemáticas.
Vagamos y nos perdemos por un imaginario mundo rural que no nace más que como contraposición a la ciudad que, quizá, tampoco existe ya. Todo se desvanece pero, entre las pinceladas, escucharemos las palabras de Gallego Benot, que nos desvelará en Itinerancias, la magia de esta ciudad sin imágenes editada por La Caja Books.
La revolución de las flâneuses
Sí, resulta que ese paseo ciudadano era, como no, acción masculina. La ciudad y sus calles no eran espacio para las mujeres, sobre todo las de la burguesía. Solo las trabajadoras (para transitar obligatoriamente al trabajo) y las prostitutas (como espacio de trabajo), podían ocupar el lugar ciudadano.
La aceptación de la palabra flâneuse no es solo una adaptación del masculino flâneur según manda el manual de lenguaje inclusivo. Es algo más, es una auténtica revolución para apropiarse de un espacio que hasta el siglo XX únicamente estaba reservado a uno de los dos sexos. Anna María Iglesia revisa en esta obra editada por Wunderkammer, el derecho de las mujeres a ocupar las calles y ella misma explicará los porqués a los lectores de Itinerancias.
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…