Fagot

Tocaba el fagot en la orquesta nacional. Presumía de saber de maderas y vientos, pero el mar se tragó su velero y él quedó aferrado a una tabla durante dos días con sus noches. Este tiempo fue suficiente para delirar una composición acuosa que le valdría fama internacional y una locura solo soportada por su instrumento.

Viejo y olvidado, el músico tocaba una y otra vez su himno submarino, que olía a sal, algas y un éxito efímero tornado en fracaso. Enloquecido, solo detenía su música para fabricar nuevas cañas. Y luego acariciaba la madera, soplaba la caña y la melodía volaba hasta chocar contra la doble barra final, ya convertida en rutina de olas. Era imposible encontrar el término.

En su tortura dejó escapar una, dos notas que, en fuga, sumaron un coro de sirenas. Las voces se elevaron sobre el bajo, incapaz de alcanzar los agudos. Agotado, el músico abandonó la caña, soltó los dedos y se dejó llevar al más profundo de los finales.

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