Literatura en tránsito: desplazados desde Marsella

Cuenta Lucía Hellín Nistal en su libro La literatura de los desplazados (Villa de Indianos), que el término “desplazamiento” tiene, en otros idiomas, un matiz de obligación. Se trata de un movimiento forzado. Si lo trasladamos al adjetivo, en castellano también podemos ver ese cariz de fuerza: un desplazado no es lo mismo que un viajero. Es alguien a quien han desplazado. La voluntariedad desaparece. Esa persona ya no es dueña de sus actos, más allá de la propia decisión de quedarse y morir.

Desde grandes hambrunas a genocidios o persecuciones por motivos ideológicos, las personas se han visto forzadas a desplazarse a lo largo de la Historia, quizá con mayor intensidad en el momento en el cual la posibilidad de viajar empezó a ser más fácil.

Es, durante el siglo XX cuando la palabra exilio empieza a escribirse en letras mayúsculas. La cuestión se vuelve tan presente que también empieza a ser una constante en la literatura. Y, a pesar del esfuerzo por olvidar, ese movimiento forzado en sus vidas, acaba siendo una recurrencia en las obras de muchos escritores.

Sus historias de tránsito, exilio, huida, desarraigo, permiten conservar la memoria de las de millones de personas, muchas judías, que atravesaron y salieron del continente europeo durante el siglo pasado. En esta operación de escape hay un momento (las dos décadas que soportan el ascenso de Hitler, la Guerra Civil en España y la II Guerra Mundial) y una ciudad (Marsella) que es necesario remarcar.

Por esa ciudad portuaria francesa pasarán tanto los judíos, sobre todo alemanes, que habían conseguido salir de su país (muchos estuvieron refugiados en París hasta la invasión nazi) como muchos españoles republicanos que buscaban salir del continente y alcanzar el ansiado México (desde este país se hizo un anuncio de acogida que fue recibido por muchos europeos refugiados, sobre todo intelectuales).

Ciudad de tránsito

Marsella se convirtió entre los años 30 y 50 del siglo pasado, en una ciudad de tránsito. Sus calles escucharon infinidad de historias de personas desplazadas, de barcos que salían o que nunca salían, de barcos que se hundían, de visados o pases que siempre llegaba a destiempo, de familias rotas, de reencuentros, de esperanza de otra vida, de olvido, de miseria. Era también un centro de la intelectualidad europea. Igual que París había sido foco de atracción de artistas, escritores, pensadores, ahora era Marsella el centro de acogida de estos intelectuales.

El único problema es que alguien había apagado la luz y nuestros artistas, escritores y pensadores se sumaban al resto de refugiados con el único objetivo de salir de allí.

Sin embargo, esta presencia entre futuros exiliados quizá no estuviera en igualdad de condiciones. Porque los demás, los del montón, no contaban con el apoyo incondicional de Varian Fry, un periodista norteamericano que creó una red de escape, el Emergency Rescue Committee, ERC (en Francia el Centre Americain de Secours , CAS). Con un reducido grupo de colaboradores, trabajó por sacar de Francia, bien a través de los Pirineos, bien por barco, a unos mil intelectuales europeos. Fue algo así como el responsable de la salvación del patrimonio cultural europeo de la mitad del siglo XX.

En la lista de Fry estuvieron artistas como Marc Chagall, Victor Brauner, Oscar Domínguez, Wilfredo Lam, Marcel Duchamp, André Masson, Max Ernst o los escritores Franz Werfel, Lion Feuchtwanger, Hannah Arendt y Jean Malaquais. El ERC trabajó en el Vieux Port y en la mítica Villa Air-Bel, una casona ubicada a las afueras de Marsella donde residieron, además del propio Fry y sus principales colaboradores, Victor Serge, Laurette Séjourné, André Breton, Jaqueline Lamba, Benjamin Peret, Remedios Varo y Consuelo de Saint-Exupéry, entre otros.

 “Durante un corto tiempo, Villa Air-Bel se convirtió en una suerte de falansterio surrealista en donde se esperaba la ansiada visa para salir de Francia, pero también se discutía sobre arte, poesía y el futuro de la humanidad” (extraído del proyecto de recuperación de los Cuadernos de Vlady, Centro Vlady).

El trabajo de Fry y sus colaboradores no siempre se vio recompensado. Hubo quién no llegó o se quedó en el camino. Quizá el caso más recordado es el de Walter Benjamin. El filósofo y escritor alemán cruzó los Pirineos por la ruta descubierta por la colaboradora de Fry, Lisa Fittko, quien junto a su marido Hans, guiaron a muchos de la lista de Fry al tránsito hispano-luso. Benjamin, sin embargo, no alcanzó a atravesar la Península. En la misma frontera, en Portbou, y ante la amenaza de que habían sido descubiertos, Benjamin se quitó la vida. Dejó la leyenda sobre la existencia de un manuscrito que supuestamente llevaba en un maletín que cruzó la frontera con él.

El tránsito de Anne Seghers

La literatura de los que salieron de manera forzada desde Marsella es un juego de pistas para encontrar a Varian Fry. De manera explícita o implícita, el periodista aparece en las obras que los escritores produjeron durante o después de su huida.

En Tránsito, libro de Anne Seghers, aparece por un instante un personaje que actúa en el Hotel Splèndide (una de las sedes del equipo de Fry) a quien el protagonista va a solicitar ayuda con la tramitación de sus visados. El libro de Seghers es, por otra parte, la mejor muestra de esa Marsella de paso, pétillante de personas recién llegadas y a punto de partir.

Es la historia del refugiado que no tiene nada y que malvive con las ayudas de los comités de salvamento, que ve pasar su vida entre una solicitud y otra, entre una cita y otra, que agota su existencia en colas de consulados y en el absurdo entramado de la burocracia.

Es la historia del día a día, del que trata de soportar su vida, sin el desagarro de la pérdida, del terror, de la ruptura. Solo el día a día.

Es la historia constante del refugiado, del exiliado, del movilizado forzado. Es la Historia. Aún ahora.

Referencias: