Por una lengua sin fronteras

En marzo de 2007 se publicó el manifiesto Pour une littérature-monde en français en el suplemento literario Le Monde des livres del diario Le Monde, que proclamaba el nacimiento de una “literatura-mundo” en lengua francesa, abierta al mundo y transnacional. El propósito del manifiesto, que firmaron 44 escritores, fue abolir las fronteras de la francofonía y suprimir la diferencia entre la literatura francesa y la literatura francófona (la que nace más allá del territorio continental de Francia), es decir, trataba de disociar la idea de lengua y nación en un intento de hacer desaparecer la preponderancia de Francia, cuya “capacidad de absorción obliga a los autores que vienen de otros lugares a despojarse de sus valijas para luego fundirse en el crisol de la lengua y de su historia nacional”.

El manifiesto, no lejos de resultar polémico, abría fronteras o más bien, las hacía desaparecer, en el complejo universo de la literatura escrita en francés.

Evitaremos de momento el paralelismo que podría entenderse entre la literatura escrita en España y la nacida en otros territorios cuya lengua materna también es el español y la producida por todas las personas que deciden escribir en este idioma. Nos centraremos en el francés, lengua que, por movimientos imperialistas y de clase (recordemos el prestigio que suponía hablar en francés en el siglo XVIII), colonialistas, migratorios o liberatorios ha atraído a numerosos escritores cuya lengua materna era otra.

Mucha de esta literatura, además, insiste en la temática del exilio, de la migración, de la experiencia del desarraigo, pero lo hace ya en la lengua de acogida, bien porque estos autores y autoras relatan sus propios procesos vividos en la infancia (Ru o Marx y la muñeca); bien porque nace de segundas y terceras generaciones de familias migrantes y, por lo tanto, el francés ya está incorporado (la literatura de los beurs); bien por pura elección, por liberación de la propia cultura, que se rechaza (el caso de Akira Mizubayashi y en menor medida de Aki Shimazaki). Veamos algunos de estos ejemplos.

La literatura de los refugiados asiáticos en territorios de habla francesa: una mirada comparativa de Marx y la muñeca, de Maryam Madjidi, y Ru, de Kim Thúy

Puri Mascarell indaga en estas dos obras que abordan el drama del refugiado desde la mirada infantil (ambas sufren el proceso cuando son niñas), lo que esta experiencia supone en sus vidas y en sus vidas como narradoras. Mascarell aborda los puntos comunes, entre los que podemos encontrar el abandono de la lengua materna, incluso su rechazo y la adopción del francés como punto final de la adaptación; la incorporación de la cultura local, sobre todo de los olores y sabores, la comida como identidad; el exotismo, con cierto punto de rechazo; la mixtura identitaria y la gratitud en la acogida.

La literatura de los beurs, los jóvenes de origen africano y magrebí, nacidos en Francia

Para Nacer Kettane “beur remite a la vez a un espacio geográfico y cultural, el Magreb, y a un espacio social, la periferia y el proletariado de Francia”. La primera novela beur data de 1981: L’Amour quand mêmede Hocine Touabti, publicada por Belfondo. Armelle Crouzières-Ingenthron explica en un interesante artículo de qué manera surge este tipo de literatura y las temáticas que abordan los autores.

En su origen, en los años 80, se abordaron cuestiones como los barrios de chabolas, las ciudades de tránsito, las viviendas de protección oficial, las escuelas llenas de prejuicios, pero también en las condiciones de trabajo en la fábrica, en el rechazo y la exclusión social, en la relación dominante/dominado construida sobre el antiguo modelo colonial y en la represión policial y la falta de representación política. El deseo de los padres de volver a su país se opone a menudo al deseo de integración social y reconciliación identitaria de los hijos, para quienes la escritura se convierte también en un medio para expresar sus frustraciones.

Algunos personajes parecen vivir, aparentemente, en una cultura de la ambigüedad y la ambivalencia, e incluso en la cultura del “entre dos”, como por ejemplo Omar, el personaje principal de Les ANI du “Tassili” (ANI significa Árabes No Identificados), que durante toda la novela se encuentra simbólicamente en un barco entre Marsella y Argel, en el Mediterráneo, espacio intermedio entre los dos países. La escuela aparece, además como “este lugar de asimilación donde se borran las raíces y los orígenes a través del proceso de afrancesamiento y del aprendizaje de la escritura”.

Japoneses atraídos por una lengua que los libera

A los 18 años, Akira Mizubayashi quiso buscar su libertad a través no solo del aprendizaje de otro idioma, sino de una completa transformación cultural y personal. Abandona el japonés y adopta el francés como su lengua literaria. Esta experiencia está narrada en Breve elogio de la errancia, un ensayo autobiográfico en el que el autor mezcla los recuerdos de infancia y juventud con reflexiones sobre el cine de Akira Kurosawa y con una descripción de la sociedad japonesa y lo que su autor llama “la locura totalitaria sin fondo”, que en los años treinta llevó a su país al militarismo salvaje.

Para terminar, nos encontramos entre estas elecciones personales a otra japonesa, Aki Shimazaki, quien, aunque escribe en francés, pertenece a la estirpe de grandes escritores japoneses contemporáneos como Haruki Murakami, Hiromi Kawakami y Yoko Ogawa, pero es, además ganadora del Premio Ringuet de la Academia de las Letras de Quebec, del Premio Literario Canadá-Japón y del Premio Gouverneur-Général.

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