El francés Antoine de Saint-Exupéry fue, como el protagonista de su obra más conocida, un gran itinerante. Si en este minúsculo espacio de la web concediéramos un premio, sin duda tendríamos que dárselo al escritor nacido en Lyon. Como aviador aeropostal recorrió todo lo que se podía recorrer en ese momento. En nuestra mente, claro, nos formamos la imagen del aventurero romántico que trae noticias de Marruecos, la Patagonia, Berlín o Moscú.
Pero también podríamos pararnos a pensar en el olor a nostalgia que desprenden sus obras. El Principito sale de su pequeño planeta y recuerda y recuerda a su rosa, el cuidado que le debe a su rosa, y todo lo que podría hacer allí en su hogar: pura nostalgia que también se deja ver en Tierra de hombres o Vuelo nocturno o las cartas que escribió a su madre cuando trabajaba en la soledad del desierto.
Aunque, es verdad que la historia del pequeño príncipe es la que nos vuelve más melancólicos. Saint-Exupéry escribió esta obra en el exilio, ese viaje forzado a Estados Unidos que le obligó a permanecer fuera de su país de origen durante un tiempo. Era la distancia pero también el repudio: el aviador tuvo que salir de Francia durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial porque no transó con el régimen de Vichy.
También allí escribe una breve obra, Carta a un rehén, donde percibimos la diferencia entre viaje , migración, exilio. En el exilio, dice, lo que queda atrás no se queda a la espera, como cuando se emprende un viaje soñando en el reencuentro, se trata más bien de una huida para salvaguardar otras cosas. En este tránsito se pierden sobre todo vínculos: “No era la pobreza lo que procuraba a los emigrantes ese ligero desdén de parte del personal. Lo que les faltaba no era dinero, sino densidad. Ya no eran el hombre de tal casa, de tal amigo, de tal responsabilidad. Representaban el papel, pero éste ya no era verdadero. Nadie tenía necesidad de ellos, nadie se disponía a recurrir a ellos”.
¿No nos recuerda esto a la necesidad obsesiva del principito para conseguir amigos, vínculos, alguien a quien cuidar, ser cuidado? ¿No buscaba le petit prince alguien que le necesitara igual que le necesitaba su rosa? Su viaje, entonces ¿no es la búsqueda incansable de identidad del migrante?
También está el vínculo con la tierra, que no es un concepto político, sino la pura identidad: “Francia no era para mí ni una deidad abstracta ni un concepto de historiador, sino una carne de la que yo dependía, una red de lazos que me gobernaban, un conjunto de polos que fundaban las pendientes de mi corazón”.
Son los vínculos con su entorno, sus amigos, sobre todo Leon Werth, al que “abandonó” en Francia, cuando él se exilió a Estados Unidos, un hecho que le dolió profundamente y que seguramente motivó su regreso.
Saint-Exupéry, que había vivido todas las vidas posibles, decide desde la distancia del exilio volver y luchar para recuperar su hogar. El escritor francés despegó por última vez el 31 de julio de 1944. Cayó en una misión sobrevolando, posiblemente, el castillo de Saint-Maurice, en el cual pasó parte de su infancia y que fue el refugio al que volvía siempre después de sus largos viajes.