Remapeando una vida: Igiaba Scego

El exilio fabrica nuevas geografías, imprime una huella toponímica en las personas, exige revisar el mapa por el que transitamos. Igiaba Scego, quien nació en Roma después del proceso de exilio de su familia somalí, decidió hace unos años iniciar este viaje de reconstrucción y rememoración. El resultado es el libro Mi casa está donde estoy yo, editado en España por Nórdica, con traducción de Blanca Gago.

Es un texto que se levanta sobre el dibujo de un plano de Mogadiscio en el que la autora integra los lugares romanos que marcan su identidad. Porque Igiaba es Mogadiscio y encima, con papel de acetato, es también Roma. Igiaba se pregunta sobre sí misma. Es un doble plano, es esto y lo otro o todo o nada, es una identidad mezclada, combinada, duplicada: “¿Qué soy? ¿Quién soy? Soy negra e italiana. Pero también soy somalí y negra. Entonces, ¿soy afroitaliana? ¿Italoafricana? ¿Segunda generación? ¿De generación incierta? ¿Meel Kale (de otra parte)? ¿Un fastidio? ¿Una negra sarracena? ¿Una negra de mierda? […] Me da que soy una encrucijada. Un puente, una equilibrista, alguien que siempre está en vilo y a la vez no lo está. Al final no soy más que mi propia historia. Soy yo y mis pies. Sí, y mis pies…»  

Igiaba integra una familia dispersa por culpa del exilio. Cada miembro porta su mapa personalizado, que vamos descubriendo en el avance de la historia: “Formábamos parte de la misma familia, pero todos habíamos recorrido itinerarios distintos. Cada uno guardaba en el bolsillo una nacionalidad occidental diferente. Sin embargo, llevábamos el dolor de una misma pérdida en el corazón. Llorábamos una Somalia perdida por una guerra que nos costaba entender”. 

La mirada del exiliado

La autora nos habla de la soledad del exilio, que en Europa se sufre más intensa en el momento del nacimiento. Porque en Somalia un bebé nunca nace solo, forma parte de una comunidad. Igiaba narra a su padre, de político de éxito en Somalia a exiliado marginado en Italia, y a una madre a la que percibe fuerte pero triste, con esos ojos del exiliado: “Todo exiliado es una criatura a medias. Le han arrancado sus raíces, le han mutilado la vida, le han destripado sus esperanzas. Lo han apartado de sus orígenes y lo han despojado de su identidad. Así, parece que no ha quedado nada”.

Es una madre nómada, que lleva en la sangre el desplazamiento. La hija nos dice que ha sufrido muchos remapeos en su vida y nos cuenta sus historias, porque las historias son las que salvan a los nómadas: “sus historias tenían un doble objetivo: hacerme comprender que no habíamos surgido de la nada, que detrás de nosotros había un país, unas tradiciones, una historia […]. Con sus relatos, mi madre me libró del miedo que tenía de ser una caricatura que solo cobraba vida en la mente de los demás. Con sus relatos, me hizo una persona”.

Y por eso Igiaba también nos cuenta historias, las de su vida y las de Somalia, aniquilada por la guerra, las de los migrantes que no consiguen llegar y las de aquellos que sí lograron hacerlo, de su culpa, de sus estrategias para afrontar la culpa (solo queda la compensación económica). Igiaba es la voz del exiliado y del migrante que grita desde Europa, para que no caigan en el silencio las de aquellos que no lo lograron. Desde su duplicidad identitaria, es la voz que pide que no se olviden las guerras en África, que quede la memoria de ciudades, como Mogadiscio, que ya no existen.

Pide tener potestad para hacerlo, porque Somalia también forma parte de ella: “No nací en aquellas calles. Tampoco me crie allí. Ni me decepcionaron profundamente. Aun así, sentía que todas aquellas calles eran mías, pues yo también las había recorrido y tenía derecho a reivindicarlas. […] La ciudad, aquel Mogadiscio ya perdido, era tan mía como suya. Roma y Mogadiscio, mis dos ciudades, son como gemelas siamesas separadas al nacer. Una incluye a la otra y viceversa. Al menos, así es en mi universo”.

Al final, la autora nos ofrece un nuevo plano, el de su vida, el de su casa, que está donde está ella: “He tratado de contar aquí fragmentos de mi historia, de mi itinerario. Fragmentos, porque la memoria es como un espejo hecho añicos. No podemos —ni debemos— volver a unir los trocitos. No debemos intentar copiarlos, ordenarlos, pulir sus imperfecciones. La memoria es un borrón. Mi mapa es el espejo de todos esos años de cambio. No es un mapa coherente. Es el centro y también la periferia. Es Roma y también Mogadiscio. Es Igiaba, pero sois también vosotros”. 

2 comentarios en «Remapeando una vida: Igiaba Scego»

  1. Nos ha gustado eso de que cada persona es un mundo y un mapa. Porque todos somos de algún lugar y algunos de varios, no debemos olvidar esos lugares que nos pertenecen.

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