Sandra Lorenzano, escritora argenmex, como ella prefiere definirse, escribe desde sus exilios interiores, desde esas fracturas internas que suceden a nivel personal. En Herida fecunda (Páginas de Espuma), premio Málaga de Ensayo en 2024, narra estos exilios, pero también el exterior, aquel que marca lo público y colectivo, de las heridas que quedan y de la memoria. Conversamos con Sandra sobre fracturas, dislocamientos, reconstrucción, reparación.
La herida del exilio, ¿cicatriza o permanece abierta?
No es que desaparezca. Se podría decir que ya no es una herida, que es una cicatriz pero eso es darle vueltas a lo mismo. Yo diría que permanece ahí. Lo que pasa es que aprendemos a convivir con ella. Está en la base de todo lo que hacemos. Me parece que gran parte de esa posible fecundidad que puede tener la herida está presente en todo lo que haces. La fecundidad es poder vivir con eso y poder crear a partir de esa herida. No es el intento de borrarla, no es el intento de transformarla en otra cosa. Yo creo que es parte de la sabiduría que dan los años. No pensaba lo mismo al comienzo del exilio, han pasado muchos años. Poder transformar eso en algo productivo y no quedarse lamiéndose la herida me parece que es algo que dan los años. Al principio, pensaba como que tenía que hacer una vida doble.
Por un lado era la vida en México, donde estaba bien, caí en un buen lugar, enseguida tuve un grupo de acogida de otros adolescentes y eso es tan importante a esa edad, ese sentido de pertenencia, y ahí era feliz, esa felicidad extraña, me sentía bien; y por otro lado tenía una vida quizás más profunda, era una vida lastimada, melancólica, de mucha búsqueda interior y también de mucho enojo con una realidad que me había expulsado de una vida previa en la que yo estaba muy bien y muy cómoda.
Darme cuenta de eso y luego manejarlo es un proceso de muchos años. Hacer consciencia de eso que me estaba pasando en ese momento y de cómo eso se fue transformando fue un proceso largo. Y yo te diría, volviendo a la pregunta, que la herida ha permanecido ahí, no como una herida permanentemente dolorosa, pero que está, que se siente. Como cuando tienes un lugarcito en la muela que te está molestando y de pronto te olvidas y luego vuelves a pasar la lengua y dices ah, ahí está. Es algo que está siempre, que ha marcado todo lo que he hecho, a veces soy consciente de que ahí ha estado y a veces no. Pero a posteriori me doy cuenta de que ha estado siempre.
En el libro hablas mucho de memoria, de mantenerla viva. Y utilizas el símil con la técnica japonesa del kintsugi, de reparar las fracturas con hilos de oro, para saber que la herida, que esa ruptura continúa ahí.
Nos reconstruimos marcando esa herida, no queriendo ignorarla porque esa es una estrategia que no funciona. Es imposible ignorarla. La idea del kintsugi es hermosísima y, claro, no es nuestra, es de los japoneses. Me parece tan sabia porque te dice “no borres aquello que te conforma, no vas a poder, destácalo”. Tú sabes que ahí está, porque lo que hace el hilo de oro no es disimularlo, es remarcarlo y remarcarlo de una manera muy hermosa. Podrían poner, no sé, chapopote, pero no, ponen oro. Porque, finalmente, y esta es la segunda lectura del kintsugi, eso que te rompió es lo que le está dando valor a tu vida. Como dices, a mí me interesa mucho el tema de la memoria.
Cabría preguntarse y creo que la respuesta es casi obvia, si me interesa la memoria por haber vivido esta vida, por haber tenido esta historia. Probablemente sí, pero tampoco puedo saberlo. Pero me interesa mucho el modo en el que la historia social, la historia colectiva marca nuestras propias historias íntimas y personales. Finalmente, el exilio es eso: es una crisis en la historia social que provoca que te veas obligada a dejar tu tierra, tu historia, tu familia, tu gente querida, tu vida anterior.
Es algo que no ves a priori y que de pronto, transforma tu vida. Y esto, en realidad, pasa todo el tiempo con cuestiones personales, tienes una pérdida o, se cae tu casa. En México vivimos en zona sísmica, yo tengo muchos amigos que han perdido su casa e incluso gente querida, con los temblores. Pero cualquier cosa impredecible, o la muerte de un ser querido… En realidad, yo creo que el libro habla más allá del exilio, habla también de esos grandes o pequeños exilios interiores marcados por cualquier otra cosa que no necesariamente es lo colectivo y lo político. Claro, en mi caso tiene que ver con eso.
¿Es ahí cuando podemos hablar de esos dislocamientos, de seres que están como descolocados?
Sí, pero yo me pregunto “¿cuándo cruzamos el umbral que nos convierte en seres dislocados, descolocados?” En mi caso, ¿lo cruzamos el 9 de julio de 1976, cuando aterrizamos en México, huyendo de la Argentina, de la dictadura; o lo crucé en el 66 cuando fue el primer golpe de Estado del que tengo memoria; o en el 68, que mi padre estuvo preso por ser disidente de la dictadura militar de ese momento, la dictadura de Onganía; o quizás un umbral mucho más íntimo, mucho más personal y más doloroso, que fue la muerte de esa bebé, que a mí me marcó tanto, una hermanita que no fue, esa bebé que nació y vivió solo dos días? Siempre digo que fue mi primer enfrentamiento a la muerte y mi primera consciencia absoluta de que a mí eso de la muerte no me gustaba nada.
Entonces, ¿cuáles son las crisis que abren el umbral? El kintsugi se usa en todas esas heridas. Y suena muy trágico porque pareciera que solo hay heridas en la vida. Pero supongo que también hay inmensos momentos de felicidad, de alegría, de celebración del estar viva. Lo que pasa es que cuando yo me siento a escribir, casi siempre es eso lo que aparece. Le tendría que empezar a dar un giro porque creo que eso mismo se tiene que transformar ya en lo que se ha transformado mi vida y es una vida muy plena en otros muchos aspectos.
Por eso retomo lo del erotismo o retomo lo de la poesía porque son las cosas que a mí me dan esa plenitud que hace que de pronto la herida no tenga peso. Cuando aparece la persona amada o un buen libro y te sientas a la orilla del mar y no te importa nada más y tienes, cuatro, cinco horas o diez, si el mundo te lo permite de felicidad de sumergirte en un buen libro. Es esa herida que siempre está ahí, pero los momentos de felicidad también lo están.
¿La poesía, la literatura son tus hilos de oro?
Totalmente. Cuando yo hablo de poesía no estoy hablando de versos, de un género. Estoy hablando de esa maravilla que es el mundo literario. Cuando me pierdo mucho, lo mejor que me puede pasar es encontrar un buen libro, que me permita poner el foco en esa historia, sentir cómo esa historia me va habitando. Me pasa mucho también con la escritura. Mi última novela, que se llama El día que no fue, fue escrita exactamente así. Yo acababa de pasar una crisis brutal, estaba en un departamentito rodeada de bolsas negras llenas de mis cosas, una mudanza un tanto intempestiva. Y yo ahí, en mi mesita, abrí mi computadora y dije me vale madres, dicho en buen mexicano, todo esto que está pasando, todas estas bolsas alrededor, yo me voy a sentar a escribir. Esa posibilidad de sumergirme en la escritura o en la lectura, que es más placentero, la escritura te interpela más, si a mí me dices cuál es mi situación favorita es estar tirada frente al mar leyendo una novela.
Hablas de poesía y la verdad es que Herida fecunda es un libro lleno de ella. Es un ensayo hibridado con poesía, con mucha lírica y mucha musicalidad. ¿Es la poesía una mejor manera de expresar esas fracturas internas?
No sé si es la mejor, es la mía. Escriba lo que escriba, está ahí. Me resulta más cercano, más propio. A mí sí me permite decir mejor lo que quiero decir. Porque lo que quiero decir nunca es tan tajante ni tan unívoco. Quizá sea por eso, porque la poesía tiene ese espacio de incertidumbre, ese espacio de fluidez en la significación, ese espacio de libertad lectora. También cuando estás leyendo quedan esos huecos en el lenguaje poético donde tú vas metiendo tu propia lectura.
Aunque soy buena lectora de novelas, no hay mucha diferencia de interpretación. En cambio, el lenguaje poético es mucho más poroso. Y por lo tanto, tanto desde la escritura como desde la lectura hay mayor libertad de circulación entre las palabras. Y por lo menos a mí me resulta un espacio más libre, más íntimo y quizá más acogedor. Por eso, cuando yo hablo de poesía o de lo poético no estoy hablando de un género, estoy hablando de un modo de acercarse al lenguaje, de un modo de convivir con ese lenguaje, de un modo de dejarme habitar por ese lenguaje.
Herida fecunda está también habitada por muchas referencias literarias a otros tantos textos o autores que nos hablaron de esa herida.
Sí, eso es algo que me gusta mucho, el entablar ese diálogo con otros autores, con otras autoras. Es que a mí la literatura me transforma. Hay algo en la literatura, desde el ensayo al haiku, hay algo que tiene que ver con lo que me pasa dentro, con las palabras, que van naciendo. Yo escribo mucho a partir de la experiencia, pero también a partir de las lecturas. Voy leyendo y subrayando como loca y después casi siempre alguna de esas frases va a detonar la escritura. A veces lo que sale es un poema. Pero sí, me invitan al diálogo con el texto. Luego tengo que tener cuidado porque tampoco se trata de que solo hablen los otros. Ese tipo de literatura, la que hace que subraye sin parar, es la que yo llamo lo poético.
¿Qué autores te han conmovido más en relación al tema de Herida fecunda?
En general, todos los que están ahí. Fue cambiando mucho con los años. Te diría que muy al principio del exilio, para mí, todos los poemas, Juan Gelman, Cristina Peri Rossi. Todos los que hablaran del exilio en sentido estricto hacían que me encontrara ahí, que es lo que uno necesita cuando tiene 16, 17 años. No es que después no los leyera más. Los he seguido leyendo y, de hecho, ahora tengo que hacer una pequeña antología de Peri Rossi. La estoy releyendo y digo qué maravilla que se atreviera a decirlo así.
De ella aprendí que, de todas las catástrofes, incluida la del exilio, nos salva la libido. Yo dije, bueno, por fin alguien que te permite salir de la cosa tan melancólica que es el exilio acompañado. Por un lado está la melancolía y por otro la lucha. Entonces, alguien como Cristina Peri Rossi me permitía salir un poco de ese rollo y decir pero tienes razón, viva la vida, como escribía Frida Khalo cuando estaba prostrada en una cama sin poder moverse. Y después, soy fan total de Sylvia Molloy, quien tiene muy pocos textos sobre el exilio y además, los escribió ya mayor. Yo hice mi tesis sobre Sylvia Molloy y Héctor Tizón. En ese momento, ella todavía no hablaba mucho del exilio, pero sí de erotismo y de lesbianismo, no era mi caso en ese momento aún, pero me ayudaba mucho a pensar.
Y así se fueron sumando muchos, entre ellos por ejemplo Paul Celan y también mucho del exilio español. Yo me crié acá con el exilio republicano español, fueron mis profesores en el colegio cuando llegué de la Argentina y también en la facultad. Ahí estaban Luis Rius, Arturo Souto, Federico Patán, Angelina Muñiz, María Luisa Capella, quien nació acá pero que trabajó toda su vida el tema del exilio y se casó con Tomás Segovia, poeta del exilio. A ellos los leí siempre y han estado conmigo. Y después, mi último metejón, como dirían los argentinos, con el tema del exilio, de sentarme a leerla, a trabajarla, fue María Zambrano. Cuando yo leí ese discurso en el que ella empieza agradeciéndole a México, cuando en México estuvo muy poco tiempo y no te creas que se lo pasó de lo mejor, ahí empecé a meterme más en esto.
Hay otro tipo de exilios, los que se produjeron dentro del continente europeo.
Sí, es muy diverso porque, por ejemplo, Pessoa, que no fue un hombre exiliado en sentido estricto, aunque pasó su juventud en Sudáfrica, escribió El libro del desasosiego es uno de los libros que me cambió la vida. En un mismo viaje me cambiaron la vida dos libros. Uno fue El libro del desasosiego y el otro fue, sin que tenga nada que ver con lo que escribí después Todo lo que amé, de Siri Husvedt. Fue un viaje que yo hice a Portugal. A partir de ahí, de esas dos lecturas, nació mi primera novela, Saudades. Es una novela dedicada a Pessoa y a Lisboa. Me costaba mucho hablar de mi propio exilio, así que metí un exilio en otro.
También hay mucho de Europa del Este. Ahí tienes a Kundera, a Julia Kristeva, todos en algún momento han hablado sobre el exilio. Kundera tiene textos impresionantes sobre el exilio, muy bellos, con los que me siento muy identificada. No sé, no podría hacer una lista cerrada porque son muchos y además están saliendo muchas cosas nuevas sobre esos exilios que quizá no conocíamos tanto. Por otra parte, hay una nueva generación de mi exilio que está escribiendo. Por ejemplo, yo menciono a Gisela Heffes. Ella es quien habla del dislocamiento.
Son frecuentes en Herida fecunda las voces femeninas. Hay muchas mujeres hablando de exilio, de desplazamientos forzados. Esta experiencia, ¿se vive de diferente manera dependiendo del sexo?
Sí, por eso me importaba mucho que el libro no cerrara solo con la idea de mi exilio, nuestro exilio, los argentinos, los conosureños, las dictaduras. Yo trabajo mucho el tema migratorio en México, que es un tema muy complejo y muy doloroso y trabajo sobre todo el tema de las mujeres en la migración. En México hay dos tipos de migración. Es importante pensar en ello cuando uno habla de población migrante o desplazada. Están los habitantes del país, de México, que históricamente han migrado a Estados Unidos para lo que migra todo el mundo: o para salvar la vida o para tener mejores condiciones de vida, o estás huyendo de la violencia o estás huyendo de la pobreza.
A veces se juntan las dos cosas, como los migrantes centroamericanos, que huyen de la pobreza pero están huyendo de las maras, del narcotráfico, y lo mismo está pasando ahora con los nuestros. Está esa migración y luego está la centroamericana y sudamericana, sobre todo Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú. Es gente normalmente muy humilde, salvo los venezolanos, que son quienes mejor posición tienen y están dejando su país por otras causas. Y ni te digo los migrantes haitianos que están llegando a nuestra frontera sur. La frontera sur de México es una de las fronteras más violentas del mundo y eso es responsabilidad de este país.
Creo que los derechos humanos de las personas migrantes en este país son vulnerados de manera flagrante y brutal. Seis de cada diez mujeres que pasan por territorio mexicano son violadas. Solo ese dato es escalofriante. Es terrible y doloroso y es mucho más terrible, doloroso y peligroso para las mujeres. Al mismo tiempo se están haciendo cosas maravillosas en el Instituto Nacional de las Mujeres pero eso no alcanza para contrarrestar lo demás. Yo trabajo eso y vivo en este país.
Aunque pueda parecerlo a ratos por el libro, no vivo en el país de la nostalgia, vivo muy en el día a día de este México de hoy y vivo muy en el día a día, aunque con más distancia emocional, de la Argentina. Algún día voy a trabajar la migración pobre de los países limítrofes de la Argentina, que es una migración de la que no habla nadie. Ahora están empezando a cambiar las cosas un poco. Está, por ejemplo, alguien al que admiro muchísimo aunque él no lo sabe porque no nos conocemos en persona, Christian Alarcón, gran cronista, migrante chileno pobre, que llega a vivir a la Argentina y hace una novela que ganó el premio Alfaguara, que es una belleza, que se llama El tercer paraíso, pero aparte de esto hay poco.
Ya no solo como escritora, sino como persona exiliada, ¿sientes la obligación del compromiso social, del anuncio y de la denuncia de lo que sucede en la realidad que te rodea?
A mí me interesaba que Herida fecunda no se cerrara en mi propio exilio porque además este exilio terminó en el año 83, lo demás ha sido una elección. La herida no es una elección, pero haberme quedado en México sí. Soy muy feliz en mi vida mexicana. Y por eso es que tengo como una sensación de que tengo un compromiso ético con estos temas, tengo un compromiso con el país en el que vivo, con el país que me ha dado lo que tengo y lo que soy y que me importa.
Es un compromiso ético y de derechos humanos. Son temas que para mí tienen que atravesar y atraviesan siempre el trabajo que hago, tanto lo literario, como en la Universidad, como en los medios, como hace dos años que soy la presidenta de la Asamblea Consultiva del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, que es un organismo público, donde, desde la sociedad civil participamos en el diseño de políticas antidiscriminatorias. Son cosas que me importa hacer y por eso aparece ese tema en el libro.
¿Se están escuchando las voces de las mujeres migrantes?
No hay tampoco mucho escrito, no hay escritoras aún o no muchas o no conocidas entre esos grupos de mujeres migrantes. Una Warsan Shire, poeta somalí, con el poema Hogar, que todo el mundo cita y que yo también cito porque es maravilloso, empieza diciendo “Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tiburón”. Esto todavía no lo veo en la literatura producida por las mujeres migrantes. Y yo creo que tenemos que generar las condiciones para que eso suceda.
Ya empezamos a trabajarlo con talleres literarios con las mujeres que van migrando pero es una situación dolorosísima, peligrosísima. Normalmente viajan con sus hijos porque no tienen con quien dejarlos o dejan a los niños con las abuelas, las tías, las amigas, en sus lugares de origen. Se separan de sus hijos, que es una cosa atroz sin saber si van a llegar con vida a lugar al que quieren llegar, que normalmente es Estados Unidos. Me parece que si uno habla de migraciones, de desplazamientos, de exilios, y vive en este país, no puede dejar de mencionarlo.
Por otra parte, también me interesa mucho esta migración pobre que llega a Europa, donde las mujeres están “destinadas” a ejercer los trabajos de cuidados y el tema de cuidados es un tema que en este momento es central en la reflexión feminista. Entonces, qué pasa con estas mujeres, que dejan a sus hijos para ir a cuidar hijos ajenos o dejan a sus padres para ir a cuidar gente mayor que no son sus padres. Cómo viven ahí, qué sienten. En 2019 yo estuve en Europa con un proyecto sobre cultura y migración.
Anduve entre Madrid y Milán porque daba clases en las dos ciudades. En Milán tuve la ocasión de conocer comunidades de migrantes. Ahí había una iglesia, que la llaman “la iglesita de los peruanos”. Hacen mucho trabajo comunitario, se juntan una vez por semana, llevan refrescos y papas fritas, tocan la guitarra, cantan y cuentan sus problemas y se van ayudando, los que llevan más tiempo a los que llevan menos. Entonces, me empezó a interesar esa migración, pero especialmente el tema de género, qué está sucediendo ahí y cómo lo vamos a contar.
Es una cuestión que abordó de lleno Brenda Navarro en Ceniza en la boca.
Creo que este libro es un relato fundacional y lo hablé con ella. Es la única novela que lo está contando. Claro, también ella es migrante e inmediatamente dice “yo no soy esas migrantes” porque también una tiene que reconocer su lugar de privilegio. Yo lo que estoy esperando, más allá de lo que podamos contarnos hoy es qué van a contarnos ellas. Me importa mucho escuchar esa voz, no intentar reproducirla, sino escucharla, antes de intentar otra cosa. La propia Brenda dice que hizo no sé cuántas entrevistas con estas compañeras latinoamericanas. Pensaba también en Gloria Anzaldúa, una chicana que en realidad nació en Estados Unidos y fue de las narradoras poetas más rupturistas de su momento, en los años 80. Hay que favorecer que esas voces se escuchen, no solo que las estudiemos a la distancia. Me interesa saber qué tienen para contar.
La escucha sería central para empezar a construir el relato con mayúsculas de las mujeres que migran.
Yo estuve en la Fundación como directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género, que se creó en 2020 por los reclamos de las estudiantes de la violencia de género brutal que tienen que soportar. Ahí, el primer verbo que pusimos fue escuchar. Porque mujeres como nosotras, que vivimos en un contexto privilegiado, tenemos que empezar a escuchar. Nos la hemos pasado hablando de “hay que hacer esto, hay que hacer lo otro, mejor sería así, y ellas piensan que”, pero tú qué sabes, hay que escuchar, hay que aprender, ser sensible a la palabra de ellas, en general, ser sensibles a las palabras de los otros y de las otras.
Y a partir de ahí pensar maneras de apoyar, pensar políticas públicas también porque las políticas públicas que se construyen desde los escritorios en oficinas que no miran a ningún lado, a mí qué, qué significan. Justo estaba conversando con la presidenta de Inmujeres, de México. Me contaba que una feminista brasileña le dio la mejor lección de su vida. Le dijo “tienes que escuchar a las mujeres, porque las mujeres no solo saben cuáles son sus problemas sino que en general saben la solución. Hay que escucharlas, tú cómo crees que podrías salir de esto, qué necesitas”. Sí, este es un tema que me importa mucho, que me toca y que me parece que sirve como lección para todo lo que una hace. Tiene que ser como una política de vida, una ética de vida, qué diferentes serían las cosas si escucháramos.
Sandra Lorenzano es narradora, poeta y ensayista argenmex (nació en Argentina y se exilió en México en 1976). Doctora en Letras por la UNAM, es profesora e investigadora en la misma universidad. Es Presidenta de la Asamblea Consultiva del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED). Colabora regularmente en diversos medios de comunicación de México, América Latina y España. Entre sus libros están Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura (Mención en el Premio Nacional de Ensayo Literario J. Revueltas), los poemarios Vestigios (Pre-Textos, España), Herencia (Vaso Roto, España / México) y Abismos, quise decir, así como las novelas Saudades, Fuga en mí menor, La estirpe del silencio y El día que no fue.
Está escritora nos parece que pone el dedo en la llaga. Al final remarca la importancia de saber escuchar en todos los ordenes de la vida.